Carolina había sido invitada por Dean a cenar, algo que le pareció un poco raro. Hacía mucho que ellos no comían juntos de noche.
Se puso un vestido clásico negro drapeado y corto con unas sandalias de tiras de Louis Vuitton del mismo color y un pequeño bolso Chanel.
Como hacía calor e iba en su vehiculo hasta el restaurante no considero necesario llevar un abrigo. Se hizo una cola de caballo baja con cabello lacio y un maquillaje sutil, apenas para resaltar sus ojos y sus labios carnosos.
Cuando llegó, él ya la esperaba. Ella fue a su encuentro y el se levantó, le dio la mano de forma cariñosa y un beso en la mejilla.
El restaurante era de comida asiática japonesa, la preferida de Carolina. Era un lugar relativamente nuevo al que ella no había ido previamente.
Últimamente Carolina no salía excepto que fueran cosas de la empresa, y los encuentros con sus “amigos” o amantes ocasionales los tenía en su casa.
Tampoco le gustaban las habladurías y sabía que de ser vista con alguien podría salir en alguna foto desafortunada y ella debía cuidar su perfil e imagen, por eso le sorprendió cuando Dean le confesó el verdadero motivo de su encuentro allí:
— Sabes querida que te he tomado bajo mi ala como una hija, y que te quiero mucho…
— Gracias Dean, yo también te quiero mucho – y era verdad sentía verdadero afecto por el hombre que se había empecinado en convertirla en algo mejor de lo que era antes. Dean vió el potencial en ella, le explicó la importancia de la apariencia e imagen. La guió con los tratamientos estéticos, la dieta, el ejercicio. La instruyó en el mundo de la moda que secretamente él amaba. Supuso que de no haber sido heredero de ese imperio posiblemente hubiera sido un diseñador de moda famoso sin duda alguna.
En ese momento les trajeron el sushi y la charla fue interrumpida. El mozo, un muchacho de unos 25 quizá, muy atractivo le sonrió y ella lo miró seductora. Luego se aseguraría de dejarle su teléfono.
En el momento en el que Carolina se dió cuenta del efecto que tenía su nueva apariencia en los hombres comenzó a aprovecharse de ello.
Solo había tenido un par de novios fugaces pero realmente nunca había podido estar con las personas que realmente quería hasta el momento en el que alcanzó ese aspecto. Supuso que era una especie de desquite lo que hacía…y a Carolina le gustaba desquitarse, con muchos hombres y de variadas maneras diferentes.
Dean a su pesar la miró de forma reprobatoria, y ella se dió cuenta,
— Quee – dijo ella.
— ¿Un muchacho del servicio Carolina, de veras???
— Si fueras joven y tuvieras la oportunidad , ésta pregunta ni siquiera me la harías — respondió petulante agarrando con sus palitos una pieza de sashimi.
Dean suspiró. Supuso que, a pesar de que posiblemente tuviera razón, en parte era su culpa. Él había hecho de esa joven con aspiraciones un monstruo devorador de poder y de hombres. Y a veces, la mayoría, se sentía orgulloso. Como si ella realmente fuera un pequeño retoño suyo…lamentablemente el directorio de la empresa no estaba tan de acuerdo con sus ideas …
—En unos meses me retiraré finalmente querida
La joven no pudo evitar sonreír, ahora entendía el motivo por el que la había invitado allí.
Ella ya era parte del directorio pero su mayor aspiración era estar a la cabeza del mismo. Por eso se había tomado tanto trabajo para llegar allí, aunque claro él la había ayudado. Y ella le estaría por siempre agradecida por eso
— Yo sé que siempre quisiste ocupar mi sillón, y en parte te preparé para eso, claramente…
De alguna manera ella sintió que había un pero en esa ecuación mientras mojaba el nigiri en la salsa de soja antes de llevárselo a la boca.
Él finalmente la miró a los ojos con seriedad.
— Edward quiere ocupar el sillón también, lo sabes…— Edward era un hombre de unos 50 años de mucha experiencia claro, pero no tenía el temple de Carolina.
— ¿Yy ?– respondió ella y no pudo evitar su mal tono.
— Algunos miembros más viejos del directorio no están convencidos de darte a ti esa posición — finalizó.
—¿ Queee??? — el rostro de Carolina era de una mezcla de asombro con algo más. Estaba indignada, ¿ como se atrevían?
— Creen que tienes una vida amorosa demasiado estemmm disipada, listo, lo dije – exclamó Dean y levantó las manos en franca rendición.
Carolina se puso a reír sin gracia alguna, ¿como se atrevían esos viejos que andaban corriendo a sus secretarias a juzgarla a ella?, que descaro.
— ¿Como se atreven?: – ella sonrió y su sonrisa era fría – ¿es porque soy mujer no? Si fuera hombre ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación
Ella soltó los palitos y se limpió la boca con la servilleta furiosa, y él la miró intentando que ella comprendiera. Tomó su mano por arriba de la mesa.
— Querida…
— No…déjalo…no quieras consolarme – para su horror sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas.
— El problema no es lo que hagas…mmm…entre tus sábanas, el problema es que no asumes ningún compromiso en tu vida privada
— Justamente porque vivo para la empresa y tu lo sabes – le respondió ella con dureza – ¿de que vida privada me hablas?
— Sabes que eso no es excusa, muchos de los otros directores tienen familia
— ¡Tienen mujeres que criaron a sus hijos para ellos querrás decir!— respondió con sarcasmo — y mientras, ellos se iban de “viaje de negocios” con sus secretarias – completó con ironía.
Dean la observó cansado y también un poco vencido.
— Esto no depende solo de mi Carolina
—Me preparé mucho para esto, no es justo – protestó nuevamente ella y elevó su tono de voz sin percatarse de que otros comensales comenzaron a mirarlos.
— Querida, el tono – la reprendió Dean.
Ella suspiró, piensa Carolina, piensa, se dijo internamente,
— ¿Esto no puede tener algún tipo de mmm no sé, solución?
— Mmm quizá si asumieras algún compromiso en tu vida privada eso demostraría que estás preparada para asumir el compromiso para ser CEO
— Es un completo absurdo, que quieren ¿que me case y tenga hijos también? Te juro que me gustaría hacerlo si no fuera imposible. Llevaría al bebé a las reuniones y me pondría a darle la teta ahí mismo – Carolina se había ligado las trompas hacía mucho, porque no quería hijos, no quería repetir la historia de su madre y no estaba dispuesta a tener que enfrentarse al famoso techo de cristal en su camino a la cima La ironía máxima del destino era que en un país tan progresista como Canadá y aún sin hijos le pasara eso igual, ser mujer y sobrevivir en el intento JA.
— No es necesario llegar a tanto, con que estés saliendo con alguien y ellos vean que te lo tomas en serio seguramente eso ya va a convencerlos…
En el fondo Dean pensaba que también era absurdo pero nunca se lo confesaría, ni que había llegado a un trato con el directorio. Si ella podía sostener un compromiso de un periodo de al menos un año con un hombre, el directorio sería suyo. Ese fue el acuerdo al que llegó pero no quería ponerla bajo presión. En el fondo al igual que ella creía que era una excusa “si no puede asumir un compromiso serio en su vida privada ¿cómo va a llevar adelante el directorio de esta compañía con seriedad?” le habían dicho. Y si bien era cierto que Carolina era la versión femenina de un playboy, también era cierto que era discreta, que nunca se había metido con alguien del trabajo, que llevaba su vida de forma solapada como lo había hecho él mismo en base a su orientación sexual, cuando ser gay era mal visto. La realidad era que muchos de los hombres del directorio eran viejos, de otra generación y en el fondo el machismo se filtraba, eran muy conservadores aunque simularan ser progresistas.
Unos días después, Carolina ya se había vestido y estaba desayunando cuando un hombre despeinado y muy atractivo, salió del dormitorio. Como su apartamento tenía doble entrada y era muy amplio ella creyó que ya se había ido.
— ¿Aún estas aquí?
Era un abogado que solía frecuentar. Eran amigos con derechos, se veían para lo suyo y luego él se iba. Asi se manejaba ella con los hombres. Sabia que otras mujeres trataban a su cama y a su casa como un templo, pero para ella su casa era el templo de la perdición. Ella se sentía feliz en su propio territorio donde podía manejar las cosas, y los hombres, a su antojo. Ella disponía cómo, cuando, con quién y cuánto. De milagro se había quedado durmiendo con él, ya que ella no solía dormir con sus amantes. Estaba bien sola y pretendía mantenerse así.
— Buenos días para ti también querida – dijo él sonriendo y se acercó para darle un beso en los labios. Era una pena que estuviera casado, aunque el suyo fuera un matrimonio por compromiso, sino le pediría que se hiciera pasar por su novio. Se conocían desde hacía mucho y se tenían aprecio mutuo. Si ella le contaba acerca de su predicamento seguro él accedería a ayudarla, pero siendo casado eso era imposible.
Encendió la TV. Estaba el noticiero y ella lo miró con curiosidad. Hablaban de los Wagner.
— Que terrible ¿no? Ella muerta en un incendio y él internado por un accidente vial
— Mmmm …— respondió ella. Los conocía, aunque desde hacía mucho que no los veía de cerca. Se los había cruzado en un par de eventos pero no los vió de frente, y posiblemente tampoco la habrían reconocido si lo hiciera, por supuesto.
Thomas había sido su crush secreto por un par de años pero para él, ella no era nadie…y realmente no lo era en ese momento. Él recién empezaba. Un tiempo después conoció a Isabella, una mujer creída y desagradable, puro envase. Nunca sabría que le vió él a esa rubia.
Pensó en mandarle una cesta con sus manzanas favoritas al hospital.
Thomas se sentía como si una aplanadora le hubiera pasado por encima. Había tenido un neumotórax y un par de costillas rotas pero para el estado en que quedó el auto le dijeron que había tenido “suerte”. Aunque él no se sentía para nada afortunado. Isabella estaba muerta y él en el hospital.
Se suponía que ese viaje los uniera, no que los matara. Quería llorar pero no le salían las lágrimas y no era porque no le doliera.
Sentía como si ella fuera a aparecer en cualquier momento. Le ofrecieron hablar con un psicólogo pero rechazó la propuesta.
Si bien habían tenido algunos problemas, como cualquier matrimonio, creía que el suyo era uno sólido. Cuando eran más jóvenes, Isabella tuvo un par de deslices pero él la perdonó. La quería, era su compañera y hacían buen equipo. Eran más que amantes y un matrimonio, eran socios. Él creyó que un bebé los acercaría más y sellaría su unión. A veces, sentía que ella ponía una barrera entre ellos dos. Aún le costaba pensar en Isabella en pasado…
Entró una alegre enfermera morena.
— Mire lo que trajeron señor Wagner, ¿Ha visto manzanas más rojas que éstas? — la habitación estaba repleta de arreglos y regalos que mandaron los fanáticos, pero ninguno había mandado sus frutas favoritas de su marca preferida. De hecho no había tanta gente que contara con un dato como ese.
— A ver — dijo la enfermera — tiene una tarjeta que dice:
Que te mejores pronto, con cariño.
C.A.
C.A. , ¿Quién carajo sería? No se le ocurría a Thomas.
Los días pasaron y la policía fue a tomarle unos datos. Estuvo diez días en total en el hospital.
Estaban esperándolo para el sepelio.
Y aún debía reconocer el cuerpo.
Aunque le habían dicho que el cuerpo estaba calcinado no pudo evitar descomponerse ante la imagen de los restos de su mujer ante el forense. Afortunadamente su asistente, Violet, fue junto a él y lo acompañó en todo momento.
También organizó el servicio.
Lo ayudó en esos días en su casa, con las compras, incluso a vestirse el día del entierro.
— Te ves del demonio — le dijo la joven tatuada que hacía unos años estaba junto a él.
— Gracias Violet, tu también te ves bien…
— Jaja que gracioso…Sabes que habrá cámaras, la gente tendrá un ojo sobre ti en todo momento…
— Lo sé — le respondió él con voz apagada. ¿Cómo se suponía que uno comenzara a hacer el duelo de esa manera? Sentía que faltaba ella en su casa. ¡Por amor de Dios tenían proyectos!
Violet lo miró y suspiró. Ella estaba casada con una amiga de la universidad y tenía una niña pequeña, aún así Thomas le parecía un desperdicio de hombre. Que Dios la perdonara pero lo que mejor le pudo pasar fue sacarse a ese lastre de mujer de encima. No sabía si él era consciente de que era un milagro que pasara por la puerta de la cornamenta que tenía sobre su cabeza. Era un secreto a voces, Isabella no perdonaba nada con pantalones, e incluso había estado con un par de mujeres del estudio también. Y ella sabía que Thomas no sabía ni la mitad de las cosas.
Terminó de ayudarlo a arreglarse, y hasta lo afeitó y lavó su cabello antes de ponerle el traje. Él llevaba el brazo en un cabestrillo.
Harían el velorio, en un cementerio que ofrecía un servicio de todo incluído, en una casa cercana. Ella ya había llevado algunas cosas de Isabella que le habían pedido.
Era un día gris y triste. Lúgubre. Thomas dijo unas palabras, del discurso que le había pasado Violet. Aún estaba estuporoso. Por suerte llevaba lentes oscuros sino verían que no derramó ni una sola lágrima.
Durante el servicio, pusieron un vídeo de ella que había preparado la cadena. Había mucha gente, algunos eran cercanos, otros no tanto.
Thomas no tenía muchos amigos íntimos, solo algunas amistades. Se había enfocado demasiado en el trabajo y su esposa, en esos últimos años.
Cuando se acercó una mujer, con cabello lacio oscuro, un pequeño flequillo, y un vestido negro que marcaba sus curvas, no la reconoció aunque le pareció atractiva. Reconoció su perfume, era de Hermes.
— Lo siento mucho Thomas…— dijo tomando su brazo y dándole un beso en la mejilla.
— ¿Perdón, nos conocemos?
— Soy Carolina Hansen…parte del directorio del grupo Jefferson, nos hemos visto en algunos eventos — dijo ella con una sonrisa tímida — Espero que te hayan gustado las manzanas que te envié al hospital…— dijo con voz suave.
— ¿Fuiste tú? ¿Cómo supiste que eran mis favoritas? — le preguntó curioso.
— Se dice el pecado pero no el pecador, ¿no? — respondió ella y le guiñó un ojo. Y por un instante le recordó a su Isabella, llenandolo de nostalgia y dolor.
Él se la quedó mirando por un momento sin reaccionar de hecho. Sentía una inquietud, como que la conocía de algún lado pero no recordaba exactamente de dónde.
— Supongo que sí…— finalmente respondió.
— Fue una desgracia lo que pasó, si puedo ayudarte en algo, aquí tienes mi tarjeta — dijo ella y le pasó un trozo de papel. Era negro mate con las letras en dorado, y suave como el terciopelo. Gritaba a los cuatro vientos “caro”.
— Gracias — dijo él confundido y ella inclinó la cabeza, giró y se alejó lentamente mientras él la miraba confuso contonear sus caderas.
Su plan ya estaba en marcha. Seduciría al único hombre que nunca había podido tener, Thomas Wagner. Éste se convertiría en su pareja y de paso se ganaría la confianza del directorio y la convertirían en CEO finalmente. Así, mataría varios pájaros de un solo tiro y lograría todos sus objetivos.
Quizá, a fin de cuentas, no era tan distinta a su hermano,para quién el fin justificaba los medios, reflexionó con ironía.