Y a veces un pecado es la entrada al paraíso…
Obra dedicada para la persona que hace que mi mundo se vuelva perverso…
AVISO.
Esta obra contiene violencia física y psicológica, escenas de sexo explícito y uso de alcohol y tabaco. Se recomienda discreción.
Cabello oscuro, piel blanca, ojos color café y labios gruesos. Amante de la ropa negra, el café, los cigarrillos con sabor a menta y el helado. Enamorada empedernida, llorona sin remedio, risueña sin control. Esa soy yo.
Mi nombre es Amelia Morgan. Una chica… bueno no tan chica, en realidad tengo veintinueve años ya. Soy contadora pública y tengo un pequeño departamento en donde vivo feliz, relajada y sobre todo sola.
No tengo novio y el único hombre que me visita es mi padre, un hombre increíble. Mi madre vive en Massachussets desde hace un par de años, se mudó allá al divorciarse de mi padre y ahora vive con un “nuevo novio”
Tengo un hermano, es seis años mayor que yo, Jasper. Él y yo… bueno, hace años que nos nos vemos, él tenía veinticinco cuando se fue y hasta ahorita solo nos comunicamos para noche buena o el cumpleaños de papá.
Mi vida es como la de cualquier otra mujer de mi edad, o como creo que debería ser para todas, soy próspera, madura y aunque no se supone que deba estar soltera, lo disfruto igual. No tengo amigas, conocidas muchas pero ninguna que me de la confianza que se necesita para tener una amistad en la extensión de la palabra.
Mi rutina siempre iba de la casa al trabajo y viceversa. De vez en cuando salía al bar que estaba cerca pero nada más.
La vida que llevaba era monótona y aburrida hasta que me vi parada frente él. Un hombre de cabellos dorados y ojos verdosos, sonrisa arrogante y cuerpo monumental. Recuerdo ese día como si hubiese sido ayer. Sonrío con amargura. No es lo que planee, pero sucedió. Ponte cómoda, ya te contaré como diablos fue que sucedió.
***
Me encuentro sentada en la barra del bar que está a dos cuadras de mi departamento, bebo un gintonic y centro mi atención en la pantalla de mi celular. Son las diez y veintiocho de la noche, debería estar ya en casa durmiendo. Sin embargo estoy aquí y no sé porque carajos.
Miro a mi alrededor y veo que el bar esta casi vacío, pago mi bebida y la chica de la barra me sonríe.
—Hasta mañana Amelia.
—Hasta mañana. –respondo sin ganas.
Prendo un cigarro, le doy una calada y exhalo el humo, sabe a menta. No suelo fumar mucho, pero esta noche muero de frío, de ansiedad. Y malamente prefiero fumar por ansiedad antes de sentarme en el sofá y comer todo el helado que tengo en la nevera.
Me paro frente a mi edificio y saco las llaves, pero antes de siquiera poder meter la llave la puerta se abre sobresaltándome.
Ojos de un tono verdoso con betas marrón, cabello dorado y porte elegante. Va vestido con un traje formal que se acopla de maravilla a ese cuerpo varonil y fuerte.
—Buenas noches Mia. –saluda.
¡Oh! Ahí esta de nuevo esa abreviación de mi nombre. Suena exquisita saliendo de sus labios.
—Buenas noches. –me limito.
Sin querer me abrazo a mi misma sintiendo no frío, sino un tremendo calor sólo de verlo.
Siento sus manos sobre mis hombros y cuando regreso a la realidad tengo puesto su saco.
—Hace frío, no deberías salir sin suéter. –me reprende.
—Lo olvidé.
Él me sonríe de manera que a mi me es imposible no suspirar.
—Hasta después, Mia.
Pasa a mi lado y antes de girarse me guiña un ojo. Yo sólo puedo soltar el aire que sin notar estuve conteniendo. Entro al edificio y como mala suerte me topo al fastidioso vecino del tres.
—Buenas noches Mia. –saluda con efusividad. Demasiada diría yo.
—Buenas noches, y soy Amelia. –lo corrijo haciendo sonar mi molestia
—Lo siento no quería incomodar. ¿Qué te parece si te invito una copa?
—No me lo tomes a mal, pero no me interesa.
—Bueno, quizás después.
—Quizás.
Mis palabras quedan suspendidas en el aire.
Subo al ascensor huyendo de su constante acoso por una copa, yo no tengo ganas de estar con nadie, me abrazo a mi cuerpo e inhalo el perfume que esta impregnado en su saco. Alucino con el aroma que prácticamente me ha hecho fantasear.
La puerta se abre y entra Lara, la vecina del piso cuatro. Senos exagerados, rubia y falsa cabellera, vestida con un traje tipo ejecutiva. ¡falsa! El aire en el interior se contamina con su perfume barato.
—¿Nuevo galán? –señala ella.
—¿Qué?
—El saco, ¿Es de un nuevo galán?
Niego con la cabeza.
—Es difícil encontrar un hombre que cumpla con los requisitos ¿Verdad? Entiendo, creo que a mi me pasa lo mismo, no hay hombre que me merezca.
“O que te aguante, tonta” –pienso.
—Si todos fueran como el chico del doce, no lo soltaría jamás. Hace unos momentos él me habló, estuvimos conversando. –suspira.
Siento la sangre hervir, ¿Qué le hace creer que una palabra de él la hace especial? ¡Tonta! Mi lado maldoso se apodera de mi y las palabras salen sin querer.
—He visto salir a varios hombres de su apartamento. Quizás sea…diferente.–me encojo de hombros.
Ella hace una mueca de sorpresa.
—No lo había pensado, es tan…guapo, inteligente, sofisticado, tan cuidadoso en su persona. ¡Claro, es gay!
Hago una mueca de fingida resignación.
—Era demasiado perfecto. En fin, seguiré con la búsqueda.
—¡Que sacrificio! –susurro.
Las puertas del ascensor se abren y ella sale, se despide de mi con la mano, la puerta se vuelve a cerrar y el aire al interior huele a ella, a flores dulzonas, ostigante. El ascensor llega hasta mi piso, salgo a toda prisa respirando aire no contaminado. Abro la puerta de mi hogar, entro y me deshago de las zapatillas, dejo el saco en el respaldo de la silla, desabotono la blusa y la tiro al sofá, me quito la falda y hago lo mismo que hago todas las noches, paseo por toda mi sala en ropa interior.
Afuera quizás haga frío, aquí no. Me sirvo una copa de vino tinto y enciendo la música, lo bueno de vivir en un apartamento exclusivo es que no comparto el piso con nadie. Eso se lo debo a papá.
Quito lo que queda de ropa y me pongo bajo el chorro de agua, paso mis manos sobre mis pechos y jadeo sintiendo necesidad de aliviar este deseo que crece en mi interior.
Cierro los ojos y miro sus ojos, su sonrisa arrogante, sus dedos largos que harían maravillas con mi…
—Mia, Mia, Mia. ¿Qué voy a hacer contigo y esos dedos traviesos?
–cuestiona en tono pensativo.
Las piernas se me han hecho pudin, lo miro y el deseo aumenta.
Se desviste con una lentitud que me tortura y me hace querer saltar sobre él y arrancarle la ropa a tirones.
Doy un paso hacía él y con voz autoritaria me detiene.
—¡Alto! Quédate donde estas.
Su lengua pasa por sobre sus dientes y me mira impasible. Yo quiero estar cerca de él, de su contacto.
Ahora su cuerpo esta desnudo totalmente. Tiene una magnífica respuesta en su cuerpo y me alegra saber que es sólo por mi.
Camina a paso decidido y me toma por la cadera enterrado sus dedos en mi piel con fiereza. Me besa con demasiada urgencia, no lo detengo por que esto es lo que yo quiero.
—Supe que… hablaste con… el idiota de vecino. –dice las palabras entre besos.
Jadeo al sentir sus dientes en mi cuello.
—Y tú… hablaste con…la rubia.
—¿Cuándo vas a entender que no hay nadie en la vida que me interese que no seas tú, Mia? ¡Mirame! sólo tú me interesas. No quiero a nadie más.
Lo miro por debajo de mis húmedas pestañas.
—Eso lo sé. Pero también deberías saber que no hay nadie que me interese que no seas tú.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta el tiempo que sea necesario. No importa.
—Oh Mia, no sabes cuanto temo perderte.
—Entonces tenemos el mismo temor.
—Hagamos el amor. Olvidémonos de todo lo demás. ¿Quieres?
—No quiero otra cosa a parte de eso.
Él toma mi mano y me conduce fuera del baño. Una vez en la habitación somos uno solo, sólo gemidos, caricias y besos. ¿Amor? Quizás. ¿Libertad? Sólo dentro de estas cuatro paredes. Porque cuando amanezca y nos volvamos a encontrar mañana allá afuera seremos dos desconocidos. Otra vez.
¡Hola diosas bonitas! Aquí les traigo una nueva historia, está será cortita ya que tiene una segunda parte. Espero que sea totalmente de su agrado. Las amo mil ♥️
2 respuestas a «Capítulo Uno»
Llegué…. ¡que comienzo, bebé! ,🤤🤤🔥🔥
Bienvenida bebé ❤️