Abro los ojos sintiéndome realmente exhausta, me remuevo en la cama y noto que él está aquí. Me sorprende por que nunca había amanecido a mi lado.
Lo miro detenidamente, siento un nudo en la garganta y un dolor en el pecho. ¿Estaré haciendo bien? Quizás deba terminar con esto. No es justo para él, ni para mi tampoco lo es. Él merece otro tipo de vida, merece a una mujer que quiera gritar su amor a todo el mundo. Pero al recordar la manera en la que sus manos y sus caricias expertas me hacen sentir, me olvido de todo ese sentimiento de culpabilidad.
Sé que si me lo propongo puedo intentarlo, pero…¿Podría? ¿Me sentiría bien? No lo sé. Miro hacía el techo tratando de buscar la mejor manera de cortar con esto sin que nos duela tanto.
—No lo pienses tanto Mia.
Vuelvo mi mirada hacía él. Me mira con el ceño fruncido y una leve sensación de tristeza me invade.
—No estaba pensando, estaba… distraída.
—Pensando.
—No, yo…
—Dime en qué pensabas Mia.
—En…nosotros.
Su cara se ilumina por un momento, se pone de frente a mi apoyándose en su codo.
—¿Qué hay sobre nosotros?
—Se me hace increíble la manera en la que reaccionamos a los celos.
—No entiendo.
—Anoche, peleamos, después tuvimos sexo, discutimos nuevamente y lo hicimos de nuevo. Es… desganstante, pelear por tonterías.
—No me parece que sean tonterías Amelia, yo sólo quiero salir a la calle y que me vean tomado de tu mano. ¿Estoy pidiendo mucho? Quiero que el mundo nos vea.
—¿Para qué? ¿Hay necesidad de ello?
—Para mi la hay, para ti no, eso ya lo sé. ¿Pero qué hay de mi? ¿No cuenta lo que yo quiero y deseo?
—Bien puedes tenerlo, pero no a mi lado, eso lo sabes de sobra. Siempre lo has sabido.
—¿Te avergüenzo?
Siento que la sangre abandona mi cuerpo al escuchar su pregunta.
—¡No! No lo digas nunca más. No me avergüenzas, ¿Cómo podrías hacerlo? Debes entenderlo. La situación no es la que yo hubiese elegido para enamorarme.
—¿Estás enamorada de mi?
Su pregunta me descoloca.
—Por supuesto que sí. ¿Por qué preguntas?
—Nunca me lo dices. Sólo soy yo el que tiene palabras dulces para ti. No sabía que estabas enamorada, nunca lo mencionas.
—Por favor, ¿Te escuchas acaso? Quizás lo he dicho muy poco, sabes que te amo aunque no lo diga. De lo contrario, ¿Crees que estuviera contigo?
Él niega con la cabeza.
—En verdad no sé ni que pensar, estás conmigo pero a la vez no, es todo tan… a tu manera. ¿Cómo puedo saber si me amas si…nunca me lo demuestras?
Me levanto de la cama de golpe sintiéndome culpable y furiosamente tonta. ¿Qué no se lo demuestro? Eso si es irónico.
—¿A dónde vas? –cuestiona.
—Necesito trabajar, distraerme, salir de aquí. Pensar en… una solución.
—¿Una solución? ¿A qué?
—A esto. –nos señalo–. Nuestro problema.
—¿Somos un problema? ¿O soy yo, un problema?
—Ahora ya no lo sé. No lo sé. Déjame respirar, siento que me agobias con tus celos mal infundados, tu posesividad, esos arranques en los que me hago la misma pregunta una y otra vez.
—¿Qué pregunta?
—Esa que me hago a mi misma, preguntándome si cometí un error al aceptarte.
—¿Te arrepientes de mi?
Lo miro a los ojos y puede que me arrepienta algun día por esto. Pero es mejor así
—Quizás. –respondo por fin.
—¡¿Quizás?! ¿Es eso? ¿Te arrepientes de lo nuestro?
—Regreso en una hora, quiero que cuando vuelva ya te hayas ido.
—Seguramente te verás con alguien ¿no? ¿Lo conociste anoche? ¿O desde cuándo es que se ven?
—A eso me refiero, son esos celos tontos. No me iré con nadie. Sólo quiero alejarme de ti. Es mejor que terminemos con esto. No es sano para ninguno de los dos.
—¡Amelia por favor!
—¡No esta vez!
Tomo mi móvil y mi bolsa y salgo a toda prisa. Ignoro los gritos que me suplican que regrese. No quiero que esto acabe así. Pero no me deja otro remedio.
Ya no soporto esta situación, me siento cansada mentalmente y a pesar de que lo quiero no debo seguir así.
●▬▬▬▬๑۩۩๑▬▬▬▬▬●
Camino por las calles libres de gente, pienso en como llegué a este punto, aquella noche debí alejarme, debí decir que no, lamentablemente fui débil.
Enciendo mi segundo cigarrillo, exhalo el humo y siento que mi cuerpo se relaja un poco, luego recuerdo sus palabras y mi rabia aumenta.
Llevo casi todo el día afuera, sé que si regreso a casa empezaremos a pelear, de nuevo. Me siento furiosa conmigo misma. ¿Por qué no sólo fue diferente? ¿Por qué tuvo que ser así? ¿Por qué me enamoré de él?
Siento como mi cuerpo cae sin remedio al suelo, la acera raspa mi rodilla y siento un ardor horrible.
—Por Dios ¿Estás bien? Lo lamento no te vi y luego…
Levanto mi mano para hacerlo callar.
—Fue mi culpa, no me fije.
Me ayuda a levantarme y trato de sacudir las piedritas que quedaron en mi rodilla. Alzo la vista y mis piernas flaquean.
Ojos azules como el mar, cara de angel y sonrisa seductora.
—¿Debo preocuparme?
Parpadeo varias veces y niego con la cabeza.
—Soy Nicolás Santana y lamento el incidente.
—Amelia Morgan, y no te preocupes, no es mi día.
—Puedo verlo, ¿Necesitas algo?
Niego con la cabeza.
—¿Segura? Esa rodilla no se ve nada bien.
—¡Ja! Muchas matarían por estas rodillas.
Él ríe y vuelvo a sentir mis piernas flaquear.
—Creo que hay que limpiar esa herida, si bien no es nada de cuidado, pero es mejor prevenir, vamos a mi casa y lo hago, ¿Qué dices?
—Que estás loco si crees que iré así como así a que “me limpies la rodilla” no sé ni quién eres ni dónde vives, no iré ni loca.
Él me mira sorprendido y ríe sonoramente.
—Vivo en este edificio, no soy un loco secuestrador, de hecho, no me atrevería a hacer algo tan ruin.
Observo mi rodilla y el hilo de sangre que empieza a correr por ella.
—Bien, vamos, pero te advierto que soy una muy buena peleadora de yuyitsu.
—Bien chica yuyitsu, después de ti.
Abre la puerta del edificio y me deja entrar, es un edificio parecido al mío. La recepcionista saluda alegremente y pregunta por una mujer, ¿Será su esposa? ¡No! Que horror, me muero de pena de ser así.
—¿Amelia?
Salgo de mis pensamientos y lo miro.
—Anda, entra. –señala el ascensor.
Entro y presiona el botón de su piso, subimos lentamente hasta el piso quinto, al abrirse la puerta visualizo un corredor rojo con tres puertas, salgo y lo sigo.
—Los tres son míos.-dice
—¿Los departamentos?
—Si, prácticamente compré el quinto piso.
Vaya, esta loco, aunque no del todo, también papá lo hizo para mí.
—Empiezo a creer que te dañaste algo más que la rodilla Amelia. Revisaré tus oídos.
Pongo los ojos en blanco y entro a la segunda puerta del corredor, y como era de esperarse, el lugar denota masculinidad en todo su esplendor.
Muebles rústicos, una cocina sin nevera, vaya loco.
—Siéntate, ya vuelvo.
—¿Sacarás una pistola o algo así?
—Iré por el botiquín Amelia.
Me siento en uno de los bancos de la barra, observo el lugar, no hay fotos, sólo títulos y reconocimientos.
Veo como el camina hacía mi y deja el botiquín en la barra, se hinca y frota un algodón con algo frío sobre la herida. Arde un poco.
—¿Duele?
—Un poco, es más bien como ardor.
—Algunas piedras hicieron de la suya en tu piel, pero no es nada grave, podrás seguir caminando y chocando con la gente. –se burla.
—Vaya, un comediante, que bien.
–comento con sarcasmo.
—¿Así eres siempre de gruñona?
Lo miro y alzo una ceja.
—¡No soy gruñona!
—Lo que tú digas, ya quedó, sólo pondré un pequeño parche para evitar que se contamine.
—¿Parche? Es exagerado.
—Como quieras. –se encoge de hombros.
—Gracias Nicolás.
—No fue nada, después de todo fui yo quien te provocó la herida.
—Bien, culpate tú.
Escucho unos pasos perezosos y una voz quedita.
—Nicolás, ¿Eres tú?
Me giro para ver con temor a la persona que le llama, no creo que sea su esposa, tiene los ojos completamente cerrados y camina apoyada de la pared, supongo que no puede ver.
—Sí madre, estoy aquí. –responde.
—Creí que ibas a… –hace una pausa y vuelve a hablar–. ¿Quién es la chica?
Frunzo el ceño y miro a Nicolás que creo que entiende mi asombro.
—Bueno, al salir del edificio me topé con ella, su nombre es Amelia Morgan.
—Hace mucho que ninguna mujer entraba aquí. ¿Qué es diferente con ella?
—Chocamos y se lastimó la rodilla, la traje para curarla.
—No fue nada en realidad. –intervengo.
—Un placer entonces, Amelia. Mi nombre es Romina Sawyer.
—Un gusto señora Sawyer.
—Dime Romina.
—Un gusto Romina. –me corrijo.
—La cena esta lista, ¿Te quedas a cenar?
Muerdo mi lengua, miro a Nicolás y se encoge de hombros como diciendo “Díselo tú”
—Uh… bueno, si claro.
—Será bueno tener con quién charlar, Nicolás es muy aburrido.
Sonrío.
—Puedo imaginarlo. –respondo.
—Entonces pediré que pongan otro plato en la mesa.
La señora se devuelve y volvemos a estar solo Nicolás y yo.
—¿Así qué crees que soy aburrido eh?
—Si, definitivamente.
Nicolás se acerca demasiado a mi cuerpo, baja su cara cerca de la mía y siento como mi respiración se acelera, acerca su boca a mi oído y susurra de manera lenta y seductora.
—Puedo demostrarte aquí y ahora que soy todo menos aburrido.
Se separa de mi y me mira con una sonrisa arrogante, yo trago saliva con dificultad y suelto el aire contenido.
Siento nervios y algo extraño, no sé aún que es, pero me asusta.
Categorías
Capítulo Tres
Log in or Register to save this content for later.