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Los secretos de Amelia

Capítulo Cuatro

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La cena en casa de Nicolás esta siendo amena y divertida, Romina me ha contado infinidad de historias sobre él, como su trauma con las cucharas.
Río y en ocasiones la interrumpo para preguntar más datos vergonzosos.
—Siempre fue un niño extraño, prefería quedarse en la cocina conmigo en lugar de jugar con sus amigos.
Río y Nicolás me enseña la lengua.
—Pero gracias a eso aprendí a cocinar. –se defiende.
—Bueno, eso no lo dudo. –concedo.
—Fue bueno tenerte en la cena, Amelia. Ahora me retiro, estoy cansada.
Nicolás se levanta de su silla y yo lo imito, Romina camina hacía mi, una vez que esta cerca mueve las manos en el aire para lograr tocarme.
Me da la mano y la presiona.
—En realidad fue bueno tenerte y aunque no puedo verte, sé que eres una mujer bonita y no hablo de tu cara, tienes una actitud muy noble, gracias por la compañia.
—Fue un honor Romina, hace tiempo que no cenaba acompañada más que de… –me silencio.
Nicolás lo nota y rápidamente interviene
—Te acompaño mamá.
Romina me sonríe y camina del brazo de Nicolás, siento un vacío enorme al recordar la pelea que tuve con él. Ahora me siento culpable pero esta situación ya no podía seguir así.
—¿Todo bien? –cuestiona Nicolás llegando hasta mi.
—Tengo que irme, gracias por la cena.
—¿En verdad tienes que irte?
Asiento.
—Tengo…cosas que hacer.
—Amelia, ¿Por qué mentir? Si no quieres seguir aquí yo entiendo. Tampoco te puedo obligar.
—Tengo muchas cosas que pensar, y honestamente, estando aquí no puedo hacerlo, por que…me olvido de ello, con tus bromas y chistes malos.
—¿Chistes malos? Oh, acabas de herir mis sentimientos.
—Admitelo, eres malísimo contando chistes.
—En eso puedo ser malo, pero hay cosas que puedo hacer más que bien.
Me siento descolocada por sus palabras.
—¿Por qué dejas de respirar Amelia?
Se acerca a mi e instintivamente camino hacía atrás.
—¿Te pongo nerviosa?
La cercanía entre nuestras caras es ridículamente mucha, lo miro directamente a los ojos y siento una opresión en el pecho.
Alzo mi mano para acariciar su cara, si tuviese esa barba…esos ojos verdes…ese cabello rebelde… si tan solo fuera él.
—¿Vas a besarme o tengo que mantener los ojos cerrados Amelia?
Despierto de mi ensoñación y miro a Nicolás con los ojos cerrados, estoy a nada de tocar sus labios con los míos. Redirijo mis labios a su mejilla y deposito un beso.
—Lo lamento Nicolás, no debí…
—Yo entiendo, no quise presionar.
Me separo de él y tomo mi bolso.
—En verdad fue una cena agradable, y deliciosa. Tu madre es una gran persona, aunque tengo una duda.
—¿Cuál?
—Ella, ¿ella como supo que estaba aquí?
—Las personas invidentes desarrollan los otros sentidos al perder la vista, si bien su oído no es como antes pero su olfato es muy bueno. Ella dice que tiene olfato de sabueso.
Río por lo bajo.
—Me agradó mucho.
—Y tú a ella, hasta apenas ayer la recepcionista era la única mujer agradable.
—¿Dónde esta ella? –cuestiono.
—Durmiendo. –responde.
—No hablo de tu madre, ¿dónde está ella? –señalo su anillo.
—¿Esto? No vas a creer la historia.
—¿Qué tan rara puede ser?
—No te imaginas.
—¿Eres viudo? –cuestiono haciendo notar mi curiosidad.
—Creí que ya querías huir de aquí.
—Quería, lo has dicho, ahora me intriga saber la historia de ese anillo.
—¿Quieres algo de beber?
—¿Tienes vino tinto? –pregunto y Nicolás asiente sintiendo.
—Ponte cómoda Amelia, ya vuelvo.
Dejo mi bolso y me siento en uno de los sofás, Nicolás prende la calefacción y me entrega mi copa vacia, abre la botella y me sirve.
—¿Lista para escuhar la historia?
—Estoy lista.
Río sin poder contenerme, el vino me ha achispado un poco, la historia de Nicolás es realmente loca, pero me ha hecho reir bastante.
—Déjame ver si entendí, ¿compraste un anillo para que dejarán de molestarte en tu trabajo?
—Así es, aunque no lo creas era demasiado penoso rechazar a las mujeres.
—¿Y por qué las rechazas?
—No lo sé. –se encoge de hombros–. Supongo que no me interesan, tenía tantos planes antes de pensar en casarme.
—Y si ya los cumpliste todos ¿Qué esperas?
—Supongo que a una chica. –ríe.
—¿Aquí sentado? –señalo el sofá–. No es como si vayan a caer del cielo.
—Pero tal vez si al suelo. –responde.
Siento mis labios secarse y bebo más de mi copa, creo que ahora si es hora de irme.
—Es muy tarde ya, creo que es hora de irme.
—Amelia, son casi las dos de la mañana, no te dejaré ir sola. Déjame llevarte.
—Bien, sólo porque es tarde. –concedo.
No entiendo como pudo pasar tan rápido el tiempo.
Trato de ponerme los zapatos pero en el intento caigo de rodillas al suelo, Nicolás ríe y me ayuda a levantarme.
—¿Estás bien?
—Si, creo que me levanté demasiado rápido.
—Deja los zapatos, bajaremos hasta el coche.
Asiento y tomo mi bolso, Nicolás toma mis zapatos y salimos al pasillo, tomamos el ascensor hasta el estacionamiento, las puertas se abren y sin aviso Nicolás me carga y doy un grito de sorpresa.
—¡¿Estás loco?!
—No puedes cruzar el piso sin zapatos, puedes pisar desde un vidrio hasta una piedra estando descalza.
—Pude ponerme los zapatos Nicolás.
—Bueno, quizás la próxima vez.
Con una gracia extraña, Nicolás saca las llaves de su auto y quita la alarma, abre la puerta y me sienta.
—¿Mejor? –cuestiona.
—Si, gracias, no tenías que…
—Yo quise hacerlo Amelia, relájate. –me guiña un ojo.
Cierra la puerta y mientras camina del otro lado pongo el cinturón de seguridad. Nicolás me mira con una ceja alzada y sonríe.
—Una chica precavida, interesante.
Da marcha al motor y siento como mi cuerpo vibra con el.
—¿No te pondrás el cinturón?
Me mira con el ceño fruncido y una sonrisa divertida.
—¿Qué clase de hombre crees que soy?
—¿Uno que cocina bien y cuenta chistes malos? –bromeo.
Él ríe sonoramente y yo no hago más que verlo embelesada.
—Sigues hiriendo mi ego Amelia.
–¿Te pondrás el cinturón?
—A la orden.
Se acomoda el cinturón y salimos del estacionamiento, las calles estan desiertas, bueno es lógico, no esperaba ver a nadie de todos modos, es tardísimo y ni cuenta me di que las horas se me iban.
Vamos en silencio durante el trancurso, sólo lo interrumpo para indicarle el camino, una vez que llegamos aparca frente al edificio y apaga el motor.
—Gracias por traerme, no quería abusar de ti.
—Fue un placer haberte traído, y por lo de abusar de mi no te preocupes, hazlo cuantas veces quieras que estaré encantado.
Por primera vez en tantos años siento que mis mejillas arden de vergüenza, no me pasaba desde que era adolescente.
—¿Fui muy osado? –cuestiona.
—No, sólo… olvídalo. Fue un gusto conocerte y a tu madre también.
—Cuando quieras puedes ir a verla, por las mañanas se encuentra sola, si algún día quiere puedes ir.
—¿Y por qué cuando esté sola?
—Para que no me veas a mi, digo, si te sientes incómoda, por mi no hay problema.
—Iré, pero cuando estés tú, también disfruto de tus chistes malos.
La comisura de sus labios se eleva en una sonrisa.
—Perfecto, cuando quieras y a la hora que quieras. Serás bienvenida.
—Gracias.
Pongo mis zapatos y antes de salir beso la mejilla de Nicolás, abro la puerta y salgo. Camino hasta la entrada de mi edificio y sólo el guardia esta ahí.
—Buenas noches señorita Morgan.
—Buenas noches.
Presiono el botón del ascensor y entro, introduzco el número y espero paciente a que suba. Suspiro sin poderlo evitar, fue una buena noche, la pasé realmente bien. Llego a mi piso sonriendo. Creo que después del pésimo inicio de mi día Nicolás lo mejoró.
Abro la puerta y entro, está cálido y reconfortante, tiro mis zapatos en la alfombra y camino directamente a mi habitación, enciendo la luz y palidezco al instante.
—¿Dónde rayos estabas Amelia?
–cuestiona con la voz fría y molesta.
Yo me giro para verlo y su ropa esta mal acomodada, su expresión es sombría, me asusta.
—Yo…
—Me ha quedado claro, te vi bajar del auto, creo que todo esta dicho.
Toma la botella y su saco, me pasa por a un lado sin siquiera mirarme.
Quiero que termine, pero no así. No de esta manera, no cuando duele. Pero tampoco tengo fuerzas para evitarlo, entonces lo dejo ir.

2 respuestas a «Capítulo Cuatro»

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