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Los Blacksburg

Tarút

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La ceremonia de iniciación había terminado, pero no de la manera en que los Dascos la acostumbraban, durante toda la ceremonia sus nuevos líderes estaban ante el sacrificio que ellos presentaban a la Diosa Lunar, pero ese año fue diferente, Gloxdor se marchó a la mitad de la ceremonia, aquellas personas no entendían la razón de porque había hecho tal cosa, pero tampoco se quedarían esperando a que él les dijera por qué.

Gloxdor caminó a toda prisa hacia su pequeña cabaña, dónde su esposa Dalith lo estaba esperando.

―Amor mío, tenías razón ―habló Gloxdor agitado y con el rostro pálido.

― ¿Qué ha sucedido para que vengas tan asustado, Gloxdor? ―preguntó Dalith, buscando alguna respuesta en la mirada aterrada de su esposo.

―Tenías razón, estas personas son el mismo demonio, han atado mi alma a este lugar en el ritual que me han hecho para aceptarme como su único líder ―expresó ―He cometido el peor error de mi vida, Dalith, no puedo matar a ninguno de ellos, porque su diosa y sus ancestros me seguirán y me mataran ―comentó, mientras sentía que su corazón se saldría de su pecho.

― ¡Acaso están locos! ―exclamó en un ataque de ira.

―Pero eso no es todo, en el Gran salón estaban matando a una persona diferente a todo lo que hemos visto hasta el día de hoy Dalith, era una mujer… una mujer albina ―mencionó esto mientras sus manos temblaban.

―En que nos has metido Gloxdor, hasta donde ha llegado tu avaricia ―habló con cierto desprecio a su esposo después de lo que acababa de hacer.

Durante esa noche Gloxdor no pudo dormir pensando en lo que había sucedido en aquella ceremonia, su cabeza daba vuelta, en cambio, Dalith estaba dormida junto a él, Gloxdor sabía que había cometido el peor error de su vida, al momento en que aceptó ser el líder de aquellos hombres sin haberlos conocido a profundidad, solamente sabía cómo eran ellos porque los había visto, pero de ahí, no sabía nada más acerca de ellos, se sentía que había atado la soga al cuello, sintiéndose cada vez peor.

Un sol nacía de manera débil, el cielo estaba opaco, encapotado en nubes que anunciaba que sería un día con lluvia, al sur, un cúmulo de nubes grises amenazaban aquella zona, alejada del pueblo de Dasco, aquel pueblo que se situaba en el sur era conocido como  Ergain, un pueblo en el que vivían personas toscas, groseras y siempre llevaban unas mascaras consigo de los animales que mataban, entre ellos lobos y osos, aunque no siempre salían victoriosos, peleaban hasta la muerte y, morían con dignidad y honor como ningún otro pueblerino, aquellas personas, no socializaban con nadie, pues según un rumor que se decía de ellos es que hacían sus esclavos a las personas que pasaban por dicho pueblo. Kandla y su gente jamás habían irrumpido en aquel pueblo y tampoco tenían que hacerlo, su pueblo era prospero, con sus tierras fértiles, ganado de sobra y una paz cómo en ningún otro pueblo.

―Anciana Kandla, creo que debemos de hacer que Gloxdor se mude de aquel sitio y viva entre nosotros, no alejados a como lo ha hecho hasta ahora ―mencionó uno de los pueblerinos.

―Todo a su tiempo, Palio ―habló Kandla. ― ¿Acaso no lo viste cómo salió ayer mientras torturábamos a esa bruja? Creo que aun no está listo para vivir con nosotros ―pronunció con cierto desdén.

― ¿Crees que cometimos un error al elegirlo como líder? ―preguntó Palio.

―No, creo que hemos elegido a la persona correcta, hay un gran secreto que nos oculta ―suspiró mirando hacia el cielo. ―En el amanecer, las estrellas me lo dijeron, al igual que nuestros ancestros, he escuchado sus respuestas a mis preguntas a través del viento de un nuevo amanecer ―sonrió.

Aquellas palabras de cierta forma calmaron el pensar agitado que iba y venía en la mente de Palio.

Dalith se había despertado, su herida estaba mejor, cicatrizaba con calma, lo que la llenaba de ansiedad, debía de salir a cazar, de ver a los pocos que se unían a su manada, tenía ya casi un mes de no verlos lo que la preocupaba, aunque también la hacía pensar que aquellas personas no le importaban del todo a Gloxdor. Se levantó de ahí antes de que el sol saliera, caminando con dificultad hacia el espeso bosque, los árboles se cerraban justo detrás de ella, las ramas golpeaban su rostro, mientras un viento recio hacía que los árboles bailaran a su compás. Llegó a su antiguo hogar Tarút, en el que había abandonado todo para empezar una nueva vida.

Fue en el año 645, Dalith Fausha, era la hija del líder Maraduck Fausha, un guerrero como ningún otro, todos le temían, pues no había guerrero igual a él, había matado a más de 30 hombres a sus 59 años de edad, empezó a matar a hombres a la edad de 15 años, aquello fue un acto honorable entre los suyos, pero también lo que le trajo el fin a su pueblo. Dalith tenía tan solo 20 años, era su día de excursión por los bosques de Tarút, había salido de mañana hacia los bosques, iba en su caballo a como era de costumbre, un cinturón del cual llevaba una espada, un escudo y un arco, era demasiado para solo ella, pero prefería salir así, pues los tiempos no eran favorables para nadie en Tarút, ni los pueblos vecinos, los rumores de que habían dragones rondando los pueblos eran cada vez más presentes, iba a medio galope, sabía hacia donde dirigirse, hacia la cascada en lo más profundo del bosque, las aves silbaban una melodía que llenaba de paz el alma de todo ser vivo, el viento era suave, como una pequeña caricia en el rostro, las mejillas del rostro de Dalith estaban ruborizada, su piel morena y sus ojos azul profundo, como el mar brillaban como nunca antes, detuvo el andar de su caballo bajando de él, dejó el escudo atado a un lado de los aplomos traseros del équido, llevaba el arco con una flecha lista, pues a unos 200 metros de donde se encontraba se encontraba un siervo, si lo capturaba ella sola con sus manos sería un gran trofeo para ella y un orgullo para su padre y la cabeza del animal colgaría en una de las paredes del Gran salón, la punta de la flecha atravesó el pescuezo del animal, al igual que el resto de la flecha, el animal se echo a correr, Dalith no dejaría que se le escapara, pues era veloz comparado a los demás de su pueblo, sus piernas largas y cuerpo delgado pero musculoso dónde debía de ser la hacían rápida, estaba a pocos metros de distancia, sintió una corriente extraña recorrer su cuerpo, se dejó guiar por ese sentir, se impulsó de una roca que había a un costado poniendo toda su fuerza en el impacto que el animal recibiría con su espada, cómo un rayo pasó su espada por el cuello del animal, aquel animal solo avanzó unos metros y después se detuvo cayendo postrado en las hojas secas que habían en aquel lugar, Dalith siguió el rastro de sangre, al llegar al sitio donde estaba el siervo, ya estaba muerto, pero aun así mantenía su frente en alto, Dalith hizo una reverencia para que el alma de aquel animal encontrara el descanso eterno y no la atormentara, silbó y su caballo llegó hasta el sitio donde ella se encontraba, sabía que no podía estar demasiado tiempo en aquel sitio o el olor a la sangre de aquel animal traería a los demás animales salvajes y ella también se volvería en presa y no cazadora, abrió la panza del animal sacando todos sus órganos para que los carroñeros no fueran detrás de ella y se entretuvieran con aquello, así como también lo hizo para que no fuera demasiada carga para su caballo.

<<Ya quiero ver tu rostro padre cuando me veas llegar con este siervo ―sonrió para ella.>> Apresuró el galope al ver en el cielo un enorme dragón negro, media unos 5 metros de largos y unos tres metros de ancho, aquel era una bestia infernal y de un tamaño colosal, los que habían sido visto no eran tan gigantescos como aquel, se dirigía hacia su pueblo, debía de avisar a todos, ya que aún seguían durmiendo, soltó el escudo, a su presa y golpeo con sus talones el vientre del animal para que fuera más rápido, pero aquello de nada le sirvió al llegar a su pueblo, todo aquel lugar estaba siendo consumido por las feroces llamas de aquel dragón, los guerreros y demás le disparaban con sus ballestas y arcos, pero aquello era inútil, su padre se encontraba al frente del batallón, mientras los demás ayudaban a las mujeres y niños a que huyeran hacia el interior del bosque.

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