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La muñeca de la Bratva

🔒 33. Pequeña amenaza

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Anastasia

—Nunca pensé que hacer una negociación con este hombre sería tan agotador, —le comento a Ben, masajeando mis sienes—, en caso de que hubiese seguido con su negativa, ya estaba planeando la mejor forma de asesinarlo —confieso tomando el vaso de agua que me deja la azafata.

—No sé por qué no me sorprende, me di cuenta de que cada día estabas llegando a tu límite; ese tipo sabe todo lo que perdería en caso de no trabajar con nosotros, somos los mejores proveedores que podría haber encontrado en su miserable vida, por lo que no le quedo más opción que aceptar aun en contra de su voluntad.

—Bueno, aún no es seguro que acepte nuestras condiciones —lo contradigo con una pequeña mueca.

—Eso ni tú te lo crees muñeca, ambos sabemos que ese as que guardas bajo la manga llamado, Ekatherina Expósito es más que suficiente para obligarlo a cooperar con nosotros.

—En eso tienes razón Ben, que esa mujer esté embarazada y lejos de él ha sido lo mejor que nos pudo pasar —respondo con sinceridad.

—¿Le dirás que si no nos entrega esas armas le harás daño a la madre de su hijo?

—No, creo que, si lo digo de esa forma, él no cederá ante mis chantajes, además, de que no sé cómo reaccionaría; pero he pensado otra forma un poco más sutil de cerrar ese trato —explico leyendo el último informe sobre su mujer—. ¿Qué te pasó en los labios? —inquiero con el ceño fruncido cuando levanto la vista y me percato de que estos se ven un poco rojos y de un lado se aprecia un poco de sangre.

—¡No me pasó nada! —exclama girando su rostro.

—Si tú lo dices, aunque yo creo que te divertiste demasiado ayer por la noche y tu acompañante se ensañó con tus labios, hasta parece como si hubieses peleado con una piraña —me mofo de él con una pequeña sonrisita asomando a mis labios.

Antes de responder, chasquea la lengua y se levanta de su asiento, fulminándome con la mirada, para después dirigirse a la pequeña habitación del jet.

—Mejor piensa en la forma de asesinar al Primer Ministro una vez que consigamos esas armas.

—No te preocupes, eso ya también lo tengo resuelto. Pide un poco de hielo para esa hinchazón, solo espero que a ella la hayas dejado peor —luego suelto una carcajada al ver como su rostro pasa de su bronceado habitual a un rojo carmesí.

Sin dignarse a responder, se encierra en la habitación azotando la puerta detrás de él, ante lo cual sigo riendo a carcajadas. Ben siempre ha sido un hombre reservado y cuidadoso en cuanto a sus relaciones, nunca ha llevado a alguna mujer a la mansión, por lo que verlo con los labios así, me da a entender que realmente le interesa esa misteriosa mujer.

[…]

—¿Estás segura de que no será peligroso? —insiste Ben en cuanto subimos a la camioneta que nos llevará donde Belucci espera por nosotros.

—No es tan imbécil como para hacerme algo, no debes de preocuparte, también llevo mis armas —lo tranquilizo mostrándole la que guardo en mi bolso y la que llevo en la pierna.

—Ahora entiendo por qué decidiste usar vestido —responde hundiéndose en su asiento.

—Estás más preocupado tú que yo, confía en mí.

—Créeme que lo intento, pero después de lo de Pyotr me es difícil —ante esta declaración le lanzo un bufido y giro mi rostro para no verlo.

—Recuerda que he sobrevivido a peores cosas, esto es nada comparado a aquello —enfatizo clavando mis uñas en las palmas de mis manos.

—Deberías dejar de hacer esto —me pide Ben, tomando mi mano y abriéndola con mucho cuidado—, no es que no confíe en ti, es solo que todo se está complicando y a cada instante temo que puedan encontrarte, sabes que no temo por mi vida, sino por la tuya.

—Eso no sucederá.

—¡Tú no lo sabes! Todo puede suceder, estamos hablando de enfrentarnos con el Primer Ministro y ese otro desgraciado de… —grita perdiendo los estribos y golpeando la puerta de la camioneta.

—¡Ya basta Ben! —lo interrumpo encarándolo con la barbilla en alto—. Concentrémonos en un paso a la vez.

Después de ese breve intercambio de palabras guardamos silencio hasta que llegamos a residencia de Belucci. Cuando descendemos de la camioneta, Ben lanzo un silbido bajo.

—Este desgraciado sí que tiene buen gusto —murmura, mirando la fuente que se encuentra detrás de nosotros, así como al enorme jardín decorado con innumerables flores de todas las especies que se pudiesen imaginar.

—Es muy linda, no te lo niego —concuerdo con él, paseando mi vista por todo el lugar, dado que parece una pequeña finca y al mismo tiempo es tan majestuosa como para considerarse una casa de descanso.

—Mi jefe los espera —nos informa un hombre bastante joven y al cual reconozco como la mano derecha de Stefano.

Con un leve asentimiento de su cabeza, los hombres de Belucci que han permanecido apostados en sus lugares se acercan a nosotros y antes de que intenten revisarnos, levanto mi mano, frenando su inútil intento por obedecer esas órdenes.

—Creo que no es necesario que nos revisen, ¿cierto? Digo, después de todo es más que obvio que todos tenemos armas, además, de que sería injusto que mis hombres entren desarmados, mientras los de ustedes deben de traer armas hasta debajo de la lengua.

Cuando el hombre me escucha decir esto me lanza una mirada cargada de odio y antes de que pueda refutar mis palabras me le adelanto.

—Sería demasiado estúpido de mi parte hacer algo contra tu jefe, cuando durante varias semanas he intentado llevar a cabo este negocio, ¿no opinas lo mismo Lorenzo? —inquiero con mi mejor sonrisa, el hombre se queda sin habla por algunos segundos y cuando logra reaccionar asiente lentamente.

—E-eso es cierto, nuestros hombres también están armados, —balbucea dándome la razón—, pero no podrá pasar con todos, s-solo con unos cuantos.

—Por eso no hay problema.

Ben les lanza una mirada a nuestros mejores hombres y les indica que nos sigan al interior, para por fin conocer cara a cara a mi nuevo socio.

—Creo que lo has cautivado —susurra Ben, señalando al tal Lorenzo—, ahora entiendo que ese apodo de Medusa que algunos te dicen en verdad te hace justicia.

—Eres un exagerado.

—Si casi se le cae la baba al ver cómo le sonreías, creo que la princesa tiene competencia —se mofa conteniendo una carcajada.

—Déjate de bromas y mejor observa todo a nuestro alrededor por si debemos salir huyendo.

Ben guarda silencio al instante y comienza a tornarse serio como cada vez que estamos en una situación como la de hoy, veo como su mirada se posa en cada una de nuestras posibles vías de escape y calcula el número de hombres que resguardan la propiedad, escucho como lanza una maldición por lo bajo, lo cual solo indica que de ser necesario huir, muchos de nuestros hombres perderían la vida e incluso yo misma tendría ese destino.

Antes de que pueda decirle algo referente a ello, llegamos ante una puerta de Caoba, la cual ya está abierta y detrás de un enorme escritorio se encuentra un hombre bastante bien parecido, de ojos grises, pero tan fríos y calculadores al mismo tiempo, que presiento que esta reunión será bastante interesante.

—¡Buenas noches, señor Belucci! —le tiendo la mano al hombre frente a mí y por una leve fracción de segundo veo que duda si darme la mano o no, parece que aún sigue molesto por mi pequeña amenaza de querer verlo en persona.

—¡Buenas noches, señorita Gerasimova!, ¿o debería llamarla como todos la apodan en la Bratva?

—Puede llamarme Anastasia, después de todo haremos grandes negocios juntos, de eso estoy segura —respondo con una pequeña sonrisa.

—Perfecto, en ese caso puede llamarme Stefano —con un pequeño movimiento de su mano me indica que tome asiento y después continúa con sus palabras—: me gusta ser directo en mis negocios y como bien sabe estoy interesado en el comercio de petróleo, pero bueno, eso es algo que usted ya sabía desde el momento en que su hombre me contacto —comenta lanzándole una pequeña mirada a Ben.

—Lo entiendo a mí también me gusta ser… directa, pero ¿por qué petróleo y no otro giro? —le cuestiono como si en verdad estuviese interesada en cooperar con él.

—Me gustaría expandir mis negocios Anastasia, el negocio de petróleo es de los más fructíferos, también la he investigado y sé que usted es la mejor en ese rubro, además, de que sé que necesita limpiar su dinero y algunos de mis tantos negocios podrían servirle para ello —asegura y ante esto, comienzo a reír, dado que no sabe que ahora mis planes son otros o mejor dicho siempre fueron otros.

—Me gusta su sinceridad, Stefano no me extraña que me haya investigado, pero como comprenderá ese negocio es de los más difíciles de llevar a cabo y que me ayude a “limpiar mi dinero” no es suficiente para mí.

—¿Qué es lo que desea? —inquiere con un atisbo de molestia en su voz—. Que recuerde ya habíamos pautado ciertos puntos —sentencia con frialdad.

—Sí, pero en este momento lo que menos necesito es que mi dinero esté limpio, lo que necesito son ciertas armas, las cuales usted posee Stefano —en cuanto me escucha decirle esto, veo como se tensa y su semblante cambia en cuestión de segundos.

Stefano se levanta de golpe al tiempo que me apunta con su arma y tensa su mandíbula, tal parece que lo tome con la guardia baja, dado que no esperaba que tuviese esa información tan precisa. Sus hombres imitan su acción al igual que los míos, Ben por su parte se posa frente a mí, cubriéndome con su enorme cuerpo y apunta a la cabeza de Belucci de tal forma que si se lo propone podría acabar con su vida en menos de un parpadeo.

—¡¿Cómo diantres sabe eso?! —sisea mirándome con cautela.

—¡Bajen las armas! —les ordeno a mis hombres, casi todos lo hacen a excepción de Ben quien permanece en su lugar, renuente a moverse, le doy un leve asentimiento de cabeza y se aparta con cierta dificultad—. Estuve siguiendo desde hace tiempo los pasos de Sergey Ivanov o Tiziano Fusco, como gusté llamarlo, —veo como su cara palidece cuando se percata de que sé todo sobre ese hombre y con gran satisfacción prosigo con mi relato—: por poco firmamos un acuerdo; pero por desgracia su mujer lo asesino, lo cual por ende perjudico mi negocio. Sabe que lo peor que nos puede suceder es que nuestros negocios se vean afectados por extraños y ante esto uno debe de tomar medidas extremas, ¿no lo cree Stefano?

Lentamente, toma asiento y baja su arma, al igual que sus hombres, me observa durante algunos minutos, por lo que permanezco impasible ante su escrutinio y solo cuando su rostro me muestra claramente su derrota, sonrío victoriosa, dado que capto mi pequeña amenaza implícita hacia su mujer e hijo.

—Acepto, pero debe de asegurarme que sea de la mejor calidad, ser el principal proveedor y tener mejor precio que los competidores, como comprenderá yo tampoco deseo perder en mis negocios —sisea con el ceño fruncido.

—Por mí no hay ningún problema, nada es imposible para Anastasia Gerasimova —levanto mi mano y se la ofrezco para de esta forma cerrar nuestro trato, yo por mi parte estoy feliz, mientras que mi socio no puede ocultar su molestia al apretar sus dientes—. En ese caso debo irme, nos estaremos comunicando para hacer la entrega de la primera parte de la mercancía. Antes de que se me olvide, felicidades, Stefano —murmuro con maldad.

—¿Perdón? —me cuestiona con el ceño fruncido.

—¡Oh! Veo que aún no lo sabe, espero que muy pronto le den la feliz noticia —dicho esto salgo sin mirar atrás, satisfecha por haber sembrado esa pequeña duda sobre su amante. Ahora estoy completamente segura de que desconoce que será padre, por lo que en cuanto se entere de ello sus ganas de traicionarme se verán reducidas a nada.

—¿Por qué solo le dijiste eso? Pensé que le dirías abiertamente lo que sabemos y más después de cómo te amenazo con su arma —susurra Ben en cuanto estamos en el jardín.

—Ambos sabíamos que correríamos ese riesgo, sin embargo, no fue tan difícil convencerlo, te aseguro que después de esta pequeña charla que tuvimos, le dará un poco de curiosidad saber sobre esa mujer y cuando se entere de que está esperando un hijo con ella, será capaz de todo con tal de protegerla.

—Sí, y también por ser capaz de todo, puede asesinarte —me recrimina sentándose a mi lado cuando subimos a nuestra camioneta.

—No lo creo Ben, debes de verlo de esta forma, ya perdió un hijo con ella, obviamente por su culpa y esa misma culpa no lo dejará ponerla en peligro, así que será incapaz de traicionarme —sentencio con frialdad.

—Solo espero que en verdad tengas razón.

Días después

—Te dije que no nos traicionaría —le digo a Ben cuando tomo una AK-12 de una de las cajas que llegaron esta mañana a través del puerto.

—¿Son las que perdió el ejército ruso?

—Son las mismas, aunque debería decir que deliberadamente perdieron, pero ese no es asunto nuestro, por el contrario, nos benefició que estas armas estuviesen en otras manos, nos ahorraron el trabajo de asaltar sus bodegas. Ahora, si el Primer Ministro sabrá lo que le espera, Ben por favor cítalo esta misma noche en el zoológico Novosibirsk, más específico cerca de la jaula de los leones.

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