Gwyneviere regresó de cobrar su paga de Liandalyd, y escondió las monedas por toda la casa. Luego, se dirigió a la Ciudadela a chequear el estado de Vandrell. Le preocupaba cómo se había estado comportando. Cuando llegó a la tienda, la recibió su padre, Eamon.
—Buenas tardes, Eamon. ¿Se encuentra Vandrell?
—Hola, Gwyn. Si tú lo ves, dile que lo he estado buscando. Ha estado actuando muy extraño últimamente.
—¿No lo has visto?
—Desde ayer.
Gwyneviere frunció el ceño, preocupada.
—Bueno, si lo ves, dile que lo he estado buscando —dijo Gwyneviere.
—Lo mismo digo, Gwyn.
Regresó a su casa más preocupada que antes.
Cuando Nimh regresó, le propuso ir a merendar fuera, al bosque. Preparó todo, y salieron.
Fueron a un prado, y ambas se tendieron en la hierba. Nimh dispuso la comida frente a ellas.
—Es una hermosa tarde la de hoy —dijo, suspirando—. Sabes, conocí a un mago —le contó a Gwyneviere.
—¿Un mago? —dijo incrédula—Solo tenemos hechiceras, Nimh. No hay magos desde los elfos.
—Pues, he conocido a un mago, y si quieres puedo presentártelo. Él podrá enseñarnos cosas que tú y yo no sabemos. Incluso el paradero de los últimos dragones.
—Nimh…
—¿Sí?
—Nimh, ¿qué dices? —estaba comenzando a sentirse un poco mareada—. Nimh, alcánzame un poco más de agua, por favor, no me siento muy bien.
—Claro, toma.
Nimh le alcanzó el agua, y bebió.
—Mmm… —dijo Gwyneviere, agarrándose la cabeza. Sentía que todo le daba vueltas.
Nimh se acercó a ella y la sostuvo en sus brazos.
—Te amo, mi amor —dijo Nimh, y besó su frente.
A Gwyneviere le resultó muy extraño que Nimh dijera esas palabras en aquel momento, pero se desvaneció y no recordó nada más.
***
Gwyneviere volvió en sí, con un fuerte dolor de cabeza. No sabía cuánto tiempo había estado durmiendo. Abrió los ojos y le costó adaptarse a la oscuridad, por lo que creyó que era de noche. Su mejilla se sentía fría, contra la roca del suelo, y cuando se volteó pudo escuchar un extraño tintineo. Le tomó un momento hasta que sus ojos se ajustaron a la oscuridad, para reconocer que no se encontraba en su casa.
Volvió a parpadear, sin entender muy bien lo que estaba sucediendo. Se incorporó en el suelo y entendió de dónde venía el tintineo: sus muñecas tenían grilletes, unidas a cadenas, que llegaban hasta el piso, y siguió mirando hacia adelante para ver que se encontraba entre tres paredes de roca y una de barrotes. No creía lo que veía. Frunció el ceño y parpadeó varias veces, pensando que sería una pesadilla, pero efectivamente estaba allí. Podía sentir el frío en su trasero sentado en la roca, y el peso de las cadenas colgando en sus manos.
Hizo un encantamiento para liberarse de las cadenas, pero nada sucedió. Intentó nuevamente, y nada. Al parecer, su magia era inútil allí.
Se puso de pie, para llegar hasta los barrotes, pero las cadenas eran demasiado cortas, y no los alcanzaba.
No sabía lo que estaba sucediendo, ni cómo era que había llegado allí. Lo último que recordaba era haber estado con Nimh en el prado.
Nimh.
¿Nimh se encontraría bien? ¿Estaría ella también atrapada en una de esas celdas horribles? Si así era, tenía que ayudarla.
Observó a su alrededor. En la celda sólo había dos cubetas. Nada con lo que ayudarse para escapar. No pensaba quedarse de brazos cruzados. Se acercó lo más que pudo a los barrotes.
—Hola —susurró—. ¿Hay alguien allí?
Gwyneviere escuchó, atenta, pero no hubo respuesta.
—Hola —repitió—, ¿alguien?
—Hola —contestó una voz.
Un atisbo de esperanza asomó en Gwyneviere.
***
—Hola, ¿quién está ahí? Yo soy Gwyneviere.
—¿Gwyneviere la hechicera?
—Si.
—Yo soy Darion, elfo.
—Hola, Darion, ¿dónde estamos?
—¿Seguro quieres saber? ¿No prefieres sorprenderte?
—Que bueno que no hayas perdido el sentido del humor… ¿Tú también te has despertado aquí sin saber cómo llegaste?
—Exactamente. Al parecer todos somos parte de un plan macabro, pero nada es muy certero, pues no nos dicen nada. De un momento a otro, nos despertamos aquí y nos exprimen por algo en particular, algo que quieren de nosotros. A mí me exprimen, literalmente. Quieren mi sangre élfica —le contó en susurros.
Gwyneviere tenía una expresión entre enfado y terror.
—¿Te quitan tu sangre? —preguntó en susurros.
—Si, cada semana viene un autómata, un hombre humano, pero no es real, ya no piensa por sí mismo, y me quita sangre. Al menos ese día puedo comer bien —dijo con ironía.
—Qué monstruos. ¿Quién puede estar detrás de todo esto?
—Hay ciertos rumores, desde hace tiempo… Por lo que tendrías que pensar, qué querría de ti.
—¿Quién? ¿Y qué puede querer de mí?
—Vamos, Gwyneviere, eres una hechicera inteligente, tú sabes a quién me refiero.
—No te estarás refiriendo a esa estúpida leyenda urbana…
—Exactamente.
—Son cuentos para niños, Darion, por favor.
—Pues, parece que ya no lo son. Bueno, estamos por comprobarlo, o quizá nunca lo hagamos, quién sabe.
—Yo lo haré, porque pienso salir de aquí.
—Si realmente nos enfrentamos a un nigromante inmortal, necesitarás ayuda.
—¡Tú eres un elfo! No puedes estar diciendo estas cosas, justo tú, de todas las personas.
—Pues, entonces deberías hacerme caso, la magia corre por mis venas, y me han estado drenando. ¿Quién querría sangre mágica, sino un nigromante? Piensa, Gwyneviere. Tiene su lógica. No sólo es un cuento para asustar a los niños, al menos ya no.
—Entonces con más razón necesitamos salir de aquí. Cuéntame todo lo que sepas de este lugar.
—Bueno, no lo veo fácil, pero te ayudaré. Ya te he dicho lo del autómata, no sé cuándo, pero viene una vez por semana a hacer su recorrido. Es siempre el mismo. Y me quita la sangre. Luego tienes esas cubetas que tienes a tu lado —Gwyneviere las miró—. Una es para que te laves, y bueno, la otra… ya sabes.
—¿Qué? —preguntó Gwyneviere.
—¡Pues eso! Lo otro.
—Ah, ya veo.
—Luego nos dan de comer. La comida aparece en la celda, y dejas lo que no quieres en el mismo lugar, y luego desaparece. Consejo: si quieres comer algo luego, quítalo de allí. No es mucho lo que nos dan, lo mejor es racionarlo.
Gwyneviere se quedó en silencio un momento, sopesando sus palabras.
—¿Has intentado abrir estos grilletes? —preguntó?
—Nunca encontré nada para hacerlo. Aunque intenté luchar contra el autómata, pero con estos grilletes en mis muñecas no logré mucho. De todas formas, me dio un golpe y me dejó inconsciente rápidamente. Tiene muchísima fuerza.
—¿Hace cuánto tiempo estás aquí?
—No lo sé, ya he perdido la cuenta.
Gwyneviere miró hacia afuera de la celda. Una luz tenue venía del final del pasillo.
—¿De dónde proviene esa luz?
—No lo sé…
Se quedaron en silencio, y por un largo rato, ninguno de los dos pronunció palabra alguna.