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La hechicera maldita

🔒 CAPÍTULO 31

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Nimh no abandonó su habitación por unos cuantos días. El autómata le traía sus comidas diarias y limpiaba. Ella solo leía.

Esa tarde, Mordred fue a visitarla.

—Nimh, deberías salir a tomar algo de sol y aire fresco.

—Hmm —dijo Nimh, sin quitar la vista de su libro.

—Nimh —repitió Mordred, tomando el libro, haciendo que ella lo mirara—. Debo hablar contigo.

Nimh lo observó.

—Es hora —dijo él—. Es hora de que te lances la maldición.

Nimh bufó y se incorporó en la cama.

—Quiero que hagas exactamente lo mismo que hiciste con Gwyneviere, Nimh —dijo Mordred, sentándose frente a ella en la silla de su escritorio—. Debes sentir y pensar lo mismo que ese día, y usar las palabras correctas.

—Hazlo tu —dijo Nimh.

—Sabes que por más que he intentado no he podido transformar personas, sólo animales. Por eso somos el dúo perfecto. Nos complementamos tú y yo. Todo lo que te he enseñado este tiempo, todo lo que tengo, todo es tuyo. Hazlo por nosotros, Nimh, vamos. Incluso puedes hacer lo que quieras con los dragones, son tuyos.

Nimh revoleó los ojos y suspiró.

—De acuerdo —dijo Nimh, pesadamente.

Se puso de pie y recitó la maldición en élfico antiguo, al igual que había hecho con Gwyneviere. Levantó sus brazos y puso las palmas de sus manos hacia arriba. Sus ojos se volvieron oscuros, incluso la esclerótica, la parte blanca. De la punta de sus dedos comenzaron a surgir unos rayos rojos que se hicieron cada vez más grandes, y dirigió las palmas hacia su pecho. Se golpeó el pecho con ambas manos, absorbiendo el poder y se desvaneció.

Mordred la atajó en el aire y la colocó cuidadosamente en la cama. Tocó su frente con el dorso de su mano. Ardía.

—Tráeme paños limpios y un cuenco —gritó, con la cabeza inclinada hacia la puerta abierta.

En pocos segundos, el autómata estaba allí con un cuenco y un montón de paños limpios.

Mordred se sentó junto a ella e hizo levitar uno de los paños con una mano para que cayera dentro del cuenco, mientras que de su otra mano brotaba un chorro de agua, y llenaba el cuenco. Introdujo un dedo dentro del cuenco para hacer que el agua se enfriara un poco más y colocó el paño en la frente de Nimh.

—Ya está hecho, Nimh. Pronto te sentirás mejor. Estoy orgulloso de ti —dijo Mordred, acariciando el cabello de Nimh—. Gwyneviere estuvo sola, tu me tendrás a mi para atravesar el cambio.

 

***

 

Nueve lunas después de haber concebido a su bebé, Gwyneviere se dirigió al Templo de la Luna de Vaahldar. Tara ya la esperaba allí, con su habitación preparada. Todas las sacerdotisas la recibieron con mucho afecto.

—¡Gwyn! Qué bien te ves —dijo Abigail.

—¡No mientas! Me veo enorme —replicó Gwyneviere.

—Te ves rebosante de vida. Estás bellísima, como siempre —dijo Tara, con una sonrisa—. Vamos, te acompañaré a que te instales.

Gwyneviere siguió a Tara y dejaron sus cosas en la misma habitación donde había estado antes. Parecía que había sido muchísimo tiempo atrás.

—Debes ayudarme con esto de ser madre… Bueno, si todo sale bien, sigo teniendo esas pesadillas con el bebé monstruo. Si nace un monstruo…

—Tranquila, Gwyn. Todo saldrá bien. Te ayudaremos. Te he preparado todo. ¿Ves? —dijo, señalando el moisés ubicado junto a la cama de Gwyneviere.

—Gracias.

—Vamos, nos esperan para cenar.

—Ya no puedo moverme, creo que me quedaré aquí. Esto no me deja ni respirar —dijo, señalándose el abultado vientre.

—De acuerdo, te traeré algo en un momento. Y luego mandaré a alguna para que venga a controlarte.

Gwyneviere asintió con la cabeza y se quitó la capa, acomodándose en la cama. Tara salió, y volvió con su cena luego de un momento.

—Gracias —dijo Gwyneviere.

Quedó sola, cenando, cuando oyó que alguien se acercaba nuevamente. Nimh asomó su rostro a través de la puerta de la habitación, sorprendiéndola.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Gwyneviere—¿Sabías que estaba aquí? —agregó, dándose cuenta de que estaba allí sólo por ella.

—Este es mi hogar. ¿Crees que no sé lo que sucede aquí?

—Por favor, Nimh, te pido que nos dejes en paz. No comencemos una disputa ahora. Necesito estar tranquila.

—Puedes estar tranquila. No atacaría mi propio hogar. Sólo quería saber si te encontrabas bien. No sabía que esperabas un bebé —dijo observando su vientre.

—¿De repente sientes culpa por haberme maldecido estando embarazada, acaso? Lo has hecho de todas formas. No seas hipócrita, Nimh. Vamos, vete y déjame en paz de una vez.

—Sólo quería decirte que sé por lo que estás pasando. Te comprendo.

—No comprendes nada. Tu mataste a toda esa gente, y si me encontrara en condiciones me vengaría ahora mismo, pero no quiero poner en riesgo a mi hijo. Vete ahora —dijo Gwyneviere, alzando la mano y atrayendo su báculo, haciéndolo levitar por el aire, hasta tomarlo en su mano—. Si me obligas a defenderme lo haré, pero no deseo hacerlo ahora.

—Me iré. Pero considera lo nuestro, Gwyn, yo todavía te amo.

Gwyneviere negó con la cabeza, frunciendo el ceño. Nimh se fue y Gwyneviere no pudo terminar su cena.

Los siguientes días transcurrieron en paz, hasta que llegaron las contracciones y se desencadenó su parto.

Las sacerdotisas tenían todo preparado y la asistieron en todo momento. La recostaron y Gwyneviere pujó y jadeó ante los dolores del parto.

Tara y las demás la tranquilizaron y cuando llegó el momento, Tara sacó al bebé.

—Gwyn, ¡es hermosa! —dijo Tara.

Abigail limpió a la bebé y la colocó sobre Gwyneviere, mientras Tara se encargaba de limpiar todo.

Gwyneviere estaba exhausta y todavía no comprendía lo que sucedía. Miró desconcertada a Abigail y luego a la bebé.

—Tómala en tus brazos, Gwyn —la instó Abigail, que todavía no había soltado a la bebé.

Gwyneviere extendió sus brazos y la sostuvo, y miro su pequeño rostro, perfecto. No había rastros de un monstruo allí. Solo un pequeño bebé indefenso.

—Arabella —susurró Gwyneviere, pasando su dedo índice por la mejilla de la bebé.

***

Los meses siguientes Nimh batalló con su transformación, y Mordred la llevó al límite, una y otra vez. Lidiaba con nauseas del embarazo y la presión de Mordred para lograr la transformación.

—Vamos, Nimh, tú puedes hacerlo —le decía.

Tanto insistía que la presión no dejaba que se transformara por completo, ni siquiera en luna llena.

—Nimh, hemos visto lo que le sucedía a Gwyneviere. Debes intentarlo con más ganas.

—No puedo —contestó Nimh, frustrada—. Me siento muy cansada.

—Ven conmigo. Te llevaré con el alquimista y le dirás exactamente cómo te sientes así te preparará el elixir adecuado.

Nimh caminó desganada detrás de Mordred, siguiéndolo por los pasillos de la gran construcción de adobe. Mordred abrió la puerta con magia y el alquimista los esperaba allí, sentado. Estaba encadenado de pies y manos, completamente desnudo.

—Dile cómo te sientes —dijo Mordred.

El alquimista se levantó cuando ambos entraron en su habitación. Nimh se acercó arrastrando los pies.

—Estoy agotada. Me mareo con facilidad. No logro cambiar. Realmente estoy cansada de los ejercicios que estamos haciendo y quisiera dormir todo el día. No tengo hambre, la comida me da nauseas —escupió Nimh, aburrida.

Mordred la observaba mientras hablaba y cuando finalizó, miró automáticamente al alquimista.

—¿Y? ¿Qué dices? —inquirió, esperando una respuesta inmediata—. ¿Qué puedes mejorar de tu elixir? Gwyneviere tomó un elixir. Haz uno mejor, incluso. No hagas que salga a buscar al pobre hombre y lo arrastre hasta aquí, y tenga que matarte, vamos Xavier.

Xavier, el alquimista, comenzó a sudar y a estrujar sus manos, inquieto.

—P—puedo ha—hacer un elixir para mejorar sus náuseas y a—abrirle el apetito para que los bebés comiencen a crecer —dijo, nervioso—. También puedo agregar algunos elementos para que su ánimo me—mejore.

—Excelente. ¿Puedes hacer algo con su humor también? —rio Mordred, mirando a Nimh, quien lo miró ofreciéndole una sonrisa burlona—. Haz una lista de lo que necesitas —agregó, dirigiéndose nuevamente a Xavier.

Nimh y Mordred salieron de allí, cerrando la puerta detrás de ellos, que se selló nuevamente con magia.

—¿Ves, Nimh? Solo debes tener un poco más de paciencia. Quizá sea por el hecho de que llevas dos bebés en vez de uno —dijo Mordred pellizcando la mejilla de Nimh—. Tómate el día para descansar y enfrascarte en esos libros de magia negra que tanto adoras. Mañana con una buena dosis de elixires en tu sistema todo será distinto.

Nimh suspiró.

—De acuerdo —dijo, y dio media vuelta, dirigiéndose a su habitación.

—¡Pero no te librarás de la cena! —agregó Mordred.

A la mañana siguiente, Mordred llevó él mismo a Xavier los ingredientes para el elixir para Nimh. El autómata preparó una mesa de trabajo y los utensilios correspondientes. Nada permanecía en la habitación una vez que el alquimista había finalizado su trabajo. Sólo una silla y la cubeta para que hiciera sus necesidades.

—Buen día, Xavier —saludó Mordred, en un tono alegre—. Aquí te traigo los ingredientes que solicitaste. Me ocuparé yo mismo de controlar el proceso alquímico el día de hoy. Deseo que salga todo perfecto. Sabes que se trata de mis hijos, ¿verdad?

—Si, claro —contestó el alquimista, con una gota de sudor corriendo por su frente.

—Perfecto. Comencemos, entonces —dijo, colocando la caja de madera con los ingredientes sobre la mesa.

—D—de acuerdo.

Xavier se puso de pie y se colocó su delantal y comenzó a trabajar meticulosamente. Mordred observaba todo lo que hacía, cruzado de brazos con la espalda apoyada en la pared.

—Sabes, nunca he podido tener un discípulo. Mis autómatas —dijo, señalando al autómata, que permanecía de pie, frente a la puerta cerrada—son lo más leal que he tenido antes de Nimh. Quise probar con niños pequeños, pero ahora lo entiendo. Debo tener mis propios hijos.

Xavier levantó la mirada de su trabajo, intrigado.

—Quieres saber más. Si, claro. Te contaré. En mi larga vida he intentado de todo antes de conocer a Nimh. Yo sabía que llegaría, y que antes de ella no debía atarme a ninguna persona, pues las ataduras emocionales son una carga innecesaria que lo desvían a uno del objetivo, nublan la mente y son una pérdida de tiempo. Hubo un tiempo en el que intenté tomar niños pequeños y convertirlos en mis discípulos, pero no funcionó… Una verdadera lástima.

Mordred observaba las manos del hábil alquimista, trabajando con los ingredientes, mezclándolos para hacer el elixir.

—Hasta que supe que debía esperar a Nimh. Cuando comencé a observarla vi su potencial y su sed de poder. Es realmente poderosa, y lo será aun más cuando complete su transformación. Así que, Xavier, has una poción perfecta, si quieres conservar tu cabeza en su lugar —concluyó Mordred.

Xavier miró a Mordred, queriendo preguntar algo, pero no se atrevió.

—Dime, veo que quieres saber algo. Pregunta. Estás de suerte, no tengo nada que hacer hasta que tu elixir esté listo.

—¿Q—qué sucedió con los n—ni—niños… sus discípulos? —preguntó Xavier.

—Bah… Una pérdida de tiempo. Llevo años esperando, tramando el plan perfecto. Nimh siempre fue la pieza faltante, por eso no me importa esperar un poco más. Esos niños no sirvieron. No tenían nada antes de que yo llegara a sus vidas. Los entrené, les di un hogar, les enseñé magia. Nada sirvió. Algunos se volvieron en mi contra cuando llegaron a adolescentes y tuvieron intereses propios. Otros quisieron volver con sus familias, o conocer a sus verdaderos padres. Cada uno creía que sus intereses eran más importantes que el objetivo final. Se desviaban de lo importante.

Mordred hizo una pausa, contemplando cómo Xavier mezclaba un líquido amarillo viscoso. Xavier levantó la mirada.

—Ya falta poco —dijo.

—Confío en que harás un buen trabajo, sino tendremos que ir a buscar a tu pequeña sobrina.

—Si, señor.

—Bien, entonces, los discípulos, cuando llegaban a una determinada edad y no entendían que lo que realmente importaba era enfocarse en el cambio de este mundo y no en pequeñeces, bueno, ya sabían demasiado para ese entonces. Si no elegían quedarse conmigo lo mejor que podía hacer era quitarles la vida. No podía poner en riesgo que anduvieran divulgando por ahí mis planes, y mucho menos a lo que he llegado con mis investigaciones sobre los homúnculos.

—¿P—puedo preguntar por qué debo estar completamente desnudo? —preguntó Xavier luego de un momento, aprovechando la buena predisposición de Mordred.

—No cometo el mismo error dos veces. Uno de los alquimistas que tuve, el que me ayudó a hacer los homúnculos, se mató a si mismo ingiriendo veneno que escondió dentro de su capa. Y yo, muy iluso, creí que disfrutaba de las investigaciones que hacíamos juntos, de lo que habíamos descubierto, y de lo que habíamos logrado. El alquimista que tuvimos antes de tenerte a ti, sólo le permitía vestirse cuando no estaba haciendo alquimia, y así y todo nos traicionó, pero él fue coaccionado por sus compañeros de celda. Así que adiós vestiduras y compañeros de celda, ¿no lo crees? Es más práctico.

Xavier estaba enfrascando el líquido en unos viales pequeños, con manos temblorosas.

—Ah, has terminado. Excelente.

—Si. A—aquí tiene, señor.

Mordred tomó los viales y los colocó en una caja.

—Mi autómata te ayudará a ordenar esto, y luego será la hora del almuerzo. Regresaré cuando esto se agote.

—S—sí. Dos por día, señor.

Mordred asintió con la cabeza y salió de la habitación.

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