Categorías
La hechicera maldita

🔒 CAPÍTULO 21

Log in or Register to save this content for later.

Hombres y criaturas colisionaron entre sí. Gwyneviere comenzó a lanzar conjuros hacia todas las direcciones posibles. Los tigres y leones que había avistado Aarik definitivamente habían estado muertos y los habían revivido con magia. Se veían sus huesos y músculos en los lugares donde faltaba la piel, y les faltaban partes como orejas u ojos.

Las hechiceras se encargaron principalmente de atacar a grifos y rocs, pues podían hacerlo a distancia, y los demás atacaron cuerpo a cuerpo. Pero eran demasiados y los rodearon por los costados. Estaban diezmando a gran parte de los suyos, atacaban con voracidad y no les importaba perder un miembro o dos, si ya estaban muertos. Seguían atacando hasta más no poder.

Los elfos eran ligeros y veloces, y se desenvolvían bien trabajando en equipo. Eran disciplinados y poseían una estrategia para actuar. Por lo tanto, eran capaces de atacar a varios oponentes en poco tiempo, y liderados por Albus, estaban en buenas manos.

Gwyneviere lanzó una ráfaga de aire a los grifos que venían por ellos para ganar tiempo. Observó el campo de batalla. Varones y mujeres yacían muertos en el suelo.

Miró más allá y las criaturas se lanzaban, enajenadas, contra los suyos. La invadió una ola de furia y usó su báculo para llegar lo más lejos posible. Atacó a todas las criaturas que pudo, quebrando su cuello. Rocs y grifos cayeron del cielo, y lobos, leones y tigres golpearon el piso con un golpe sordo.

No se atrevía a usar fuego. Era un elemento difícil de domar y podía provocar un incendio mayor y lastimar a los suyos.

Gwyneviere respiraba agitadamente. Pudo ver que Lilian se acercaba a ella con una expresión de horror en su rostro, acompañada de Ewan, el druida.

—¿Qué sucede? —preguntó Gwyneviere.

—Ha sido una trampa, una distracción —dijo Lilian, casi rompiendo en llanto.

—El Bosque está en llamas —dijo Ewan.

—Están asesinando hechiceras en Emyrddrin, Gwyn —agregó Lilian.

Gwyneviere se llenó de odio. Intentó razonar.

—Lilian, tú ve con Asha e intenta solucionar lo de Emyrddrin. Encuentra al culpable y mátalo. Yo iré con Katya al Bosque. Jeanne se queda aquí con las demás. Ewan, tu conmigo.

Lilian asintió y partieron.

—Vamos por un portal, Ewan, será más rápido.

Buscaron a Katya entre la multitud. Gwyneviere, Ewan y Katya cruzaron el portal hacia el Bosque. El fuego estaba devorándolo. Los druidas ayudaban a los animales que vivían en él, y se los podía ver realmente tristes. Huían del fuego y muchos de ellos estaban heridos, pero atendían primero a los animales antes que sus propias heridas. Para los druidas algo así era terrible, podían sentir cómo se sentían los demás, y en ese momento, tanto ellos como los animales estaban asustados y tristes. Gwyneviere deseaba que pudieran salir de esto, sino se sumirían en una terrible depresión. La sangre de Gwyneviere hervía en sus venas.

Ewan corrió a ayudar a los demás.

—Katya —dijo, señalando el río que corría a través del Bosque.

Katya asintió con la cabeza y ambas se dispusieron a redireccionar el agua del río, Katya con sus manos, y Gwyneviere con el báculo. Sus rostros se contrajeron por el esfuerzo y levantaron las manos en el aire.

Una ola enorme de agua comenzó a fluir hacia el fuego y lograron detenerlo, rodeándolo por completo. Ahora había que apagarlo.

—Vamos, Gwyn, queda poco —la animó su amiga.

Con un último esfuerzo terminaron de apagar el fuego y Gwyneviere corrió a ayudar a los animales usando sus elixires. No le importaba no tener luego para ella misma. Sabía que era importante para los druidas salvar hasta el último de ellos. Katya la siguió e hizo lo mismo.

Estaba con un grupo de ciervos, curándolos, y pudo ver a Eiry entre los animales haciendo lo mismo. Se volteó y la vio: Nyneve yacía en el suelo, sin vida. Su estómago dio un vuelco. No podía creer a sus ojos. Se sintió realmente culpable. Su egoísmo la había llevado a esto. No había querido matar a Nimh, no había querido matar a una sola persona, y por eso se habían desencadenado todos esos hechos. Cientos de hechiceras muertas, una batalla se estaba sucediendo en Urbawygondh, el Bosque incendiado y sus amigos muertos… ¿Qué más iba a suceder?

Terminó de administrar los elixires a los animales y llamó a Katya.

—Vamos.

Miró a Eiry con mucha pena y con lágrimas en los ojos.

—Lo siento —dijo, y no esperó respuesta de ella, sino que corrió nuevamente a la batalla.

Katya la siguió y atravesaron el portal.

 

***

 

Lilian y Asha llegaron a Emyrddrin para encontrarse con un panorama devastador. Hechiceras, jóvenes y ancianas yacían en el suelo, muertas.

Niñas de corta edad, con el cuello abierto de lado a lado, habían muerto desangradas en medio de las calles de la ciudad.

Oyeron un grito y voltearon. Del otro lado de la plaza principal una mujer gritaba horrorizada ante la escena que estaba presenciando. Un hombre sostenía a una hechicera por detrás y estaba a punto de degollarla. La hechicera tenía las manos sujetas por detrás por una cadena.

Como si estuviesen coordinadas, Lilian y Asha actuaron rápidamente. Lilian tiró para si de la hechicera con su magia y Asha hizo que el hombre se cortara su propio cuello.

—¿Estás bien? —preguntó Asha.

—Si, gracias.

Lilian se acercó al hombre que había intentado matar a la hechicera y observó el cuerpo.

—Es como lo que nos contó Gwyn —dijo—. Tiene un parásito en la nuca.

Asha liberó las manos de la hechicera.

—Está lleno de esas cosas. Fueron los que mataron a todas las hechiceras.

—¿Nos ayudas? —le preguntó—. Debemos deshacernos de ellos.

—De acuerdo.

Las tres mujeres se fueron en búsqueda de los autómatas.

 

***

 

Gwyneviere volvió al campo de batalla para encontrarse con que la muralla que rodeaba Urbawygondh estaba destruida y las bestias la habían penetrado. La gente huía hacia el interior de la Ciudadela, buscando resguardo y eran recibidos por el Alto Concejo de Hechiceras, que reforzaban el lugar con más conjuros.

No parecía haber mejorado la situación, claramente. Los elfos eran los únicos diestros en la lucha y estaban agotando sus energías. Distinguió a lo lejos a Vandrell y Jaydon luchando codo a codo y por otro lado a Graeme, y Darion cubriendo su espalda.

Todos estaban heridos y exhaustos, rodeados de bestias salvajes, de ojos rojos y miradas vacías. Gwyneviere y Katya no perdieron tiempo y se dispusieron a atacar a toda criatura que pasara cerca de ellas.

—Kat, a tu derecha —advirtió Gwyneviere.

Katya lanzó un poderoso conjuro lanzando por el aire a uno de los lobos gigantes y Gwyneviere lo terminó de rematar clavando en el centro de su pecho una espada que yacía sin dueño cerca de ellas.

—Hacemos buen equipo, amiga —dijo Katya.

Gwyneviere vio que Vandrell necesitaba ayuda. Uno de esos leones a los que les faltaba la mitad de la carne estaba a punto de atacarlo. Lanzó un encantamiento para aturdirlo en el momento en que él se daba vuelta y clavaba su espada en la garganta de la criatura.

—Gracias —gesticuló Vandrell a la distancia—. Te amo.

Gwyneviere le ofreció una amplia sonrisa y le guiñó un ojo.

Continuaron luchando y una nueva oleada de bestias apareció de la nada. Parecía que no terminarían nunca de matarlos. En ese momento, sintieron un ligero temblor en el suelo y vieron que los gigantes se habían presentado a la batalla con su mismísimo rey Gwydeon. Hombres y mujeres gritaron de alegría al verlos, esperanzados. Los gigantes comenzaron a aplastar a las bestias, pero aun así eran demasiadas.

Gwyneviere pudo ver a lo lejos a Nimh, y su corazón dio un salto en su pecho. Llevaba puesto el vestido verde de terciopelo que ella le había regalado para su cumpleaños y estaba acompañada de una alta figura encapuchada vestida de negro. Quiso avisar a alguien más, pero al volver a girar la cabeza en dirección a ellos ya no estaban allí.

Continuó conjurando hechizos. Entre ella y las demás hechiceras habían logrado acabar con casi todas las bestias aladas.

Nimh buscaba acercarse a ella y se encontraron frente a frente. Gwyneviere no vio al Nigromante, ya no estaba con ella.

—No quiero hacer esto, no quiero pelear contigo —dijo Gwyneviere.

Nimh conjuró un encantamiento hacia Gwyneviere, que ella bloqueó elegantemente. Aun agotada como estaba no dejaba de ser una poderosa hechicera. Nimh siguió atacando y Gwyneviere continuó bloqueando sus hechizos, pero sin contraatacar. La furia de Nimh comenzó a reflejarse en su rostro.

—¡Ataca! —gritó furiosa.

—No deseo hacerlo. No quiero dañarte. Te amo, Nimh.

Nimh gritó, enojada y comenzó a recitar algo en élfico antiguo. Algo que Gwyneviere no había escuchado nunca en forma de conjuro. Sus ojos se tornaron oscuros, y sus manos se tensaron, envueltas de poder. De sus dedos comenzaron a salir unos rayos rojizos, que golpearon el cuerpo indefenso de Gwyneviere, quien sorprendida recibió el fuerte ataque y cayó al suelo. Pudo sentir la fuerza del poderoso conjuro penetrando cada fibra, cada célula de su cuerpo.

—¿Qué has hecho? —dijo Gwyneviere, mirando desconcertada a Nimh, con los ojos muy abiertos de la sorpresa.

La cabeza le daba vueltas y todo el cuerpo le dolía, como si sus huesos estuvieran rotos. Pudo ver a Nimh alejándose de ella, y vio a sus compañeros luchando con todas sus fuerzas, presentando pelea, aunque todos estaban exhaustos. Quiso levantarse, quiso ayudarlos, pero yació en el suelo, con sus oídos zumbando.

Su visión comenzó a tornarse difusa y perdió la conciencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *