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La hechicera maldita

🔒 CAPÍTULO 16

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Después de comer en casa de Eamon, fueron a visitar al mejor herrero de la Ciudadela, Jaydon, un artesano muy hábil. Lo conocían desde hacía tiempo y confiaban en que haría un buen trabajo.

Gwyneviere llevó consigo un boceto de cómo quería que fuera su báculo, junto con las pociones de Vandrell y una reliquia que había estado en su familia por generaciones.

Se pusieron al día con su amigo y le contaron lo que habían vivido en la prisión del Nigromante. Jaydon aceptó de inmediato el trabajo, aunque nunca había realizado una vara para una hechicera.

—Confío en ti, Jay. Eres un gran artista —dijo Gwyneviere.

—Tengo un material especial para hacer tu báculo, Gwyn. Mira —dijo Jaydon, mostrándoles un metal reluciente y plateado—. Es un metal muy noble extraído de las Montañas de Lhyr.

—Excelente. Te pagaré cada centavo.

—Yo tengo algo que quiero que uses —dijo Vandrell, hurgando en su bolsillo—. Toma.

Extendió su mano y le dio a Jaydon el colmillo del lobo que habían matado en la prisión del Nigromante.

—¿Es del lobo gigante? —preguntó él.

Vandrell asintió.

—Van, lo ibas a usar para analizarlo y en tus experimentos —dijo Gwyneviere—, ¿estás seguro?

—Si, claro. Así tu báculo tendrá un núcleo —dijo sonriendo.

—Bien, comencemos —dijo Jaydon—. Podemos hacerlo hoy mismo.

—Excelente. Debo seguir una serie de pasos durante todo el proceso.

No todas las hechiceras tenían un báculo, pues no era una herramienta esencial, y mucho menos en tiempos de paz. Gwyneviere sabía el procedimiento por haber estudiado su grimorio y porque su madre le había contado sobre hechiceras que habían fabricado sus varas. Eran hechiceras experimentadas, que habían tenido que potenciar sus habilidades para enfrentarse a peligros mayores o emprendido travesías difíciles. Cuando ellas fallecían, eran enterradas con sus báculos, pues se los consideraba parte de ellas mismas.

El báculo potenciaría sus poderes, podría captar más y mejor energía del entorno y llegar más lejos con sus conjuros. Lo realizaron con los cuatro elementos y Gwyneviere había estado recitando encantamientos mientras Jaydon lo forjaba, y usó la reliquia familiar que quedó entrelazada por el metal en la punta de la vara. Por último, usaron el colmillo del lobo y la sangre de la propia hechicera.

Gwyneviere quedó satisfecha con el trabajo, y también exhausta, pues había puesto mucho de ella en la vara. A Jaydon se le ocurrió fabricarle una especie de arnés para sujetarla a su espalda, así no tendría que llevarla todo el tiempo en las manos. Gwyneviere pagó por el trabajo de Jaydon, agradecida.

—Y tú, Van, deberías usar esta espada —dijo Jaydon, entregándole una espada bellísima—. Tengo entendido que has tomado lecciones de esgrima.

—Claro Jay, gracias. Aquí tienes —dijo Vandrell, entregándole unas monedas de oro.

—Con descuento especial de la casa —dijo Jaydon guiñando un ojo, y le devolvió algunas monedas.

Salieron de allí y Vandrell se detuvo.

—Espera aquí un momento —dijo Vandrell, y volvió a ingresar a la herrería.

Gwyneviere contempló el magnífico trabajo que había hecho Jaydon. Tenía grabados en élfico, tal como ella lo había pedido y el metal de las Montañas de Lhyr relucía a la luz del sol. Vandrell salió de la herrería y se encaminaron a su primer destino: Emyrddrin.

***

Atravesaron el portal en dirección a Emyrddrin. Gwyneviere probó su báculo en las afueras de la ciudad y respondía a la perfección a sus comandos. Era ligero y, además, muy bonito. Estaba realmente encantada con su nueva adquisición.

La vara le confería cierto profesionalismo y le daba seguridad. Se dirigieron directo al centro de la ciudad, donde Gwyneviere sabía que podía encontrar a unas hechiceras que conocía hacía tiempo.

Golpearon la puerta de un hogar y un joven respondió.

—Hola, ¿Se encuentra Katya? —preguntó Gwyneviere.

—Gwyn, ¿eres tú? —dijo una voz, desde el interior de la casa.

Una joven hechicera asomó por la puerta abierta y abrazó a Gwyneviere. Era más alta que ella, de cabellos cobrizos, largos hasta las caderas.

—¿Cómo estás, Kat?

—¿Qué te trae por aquí, Gwyn? Y con este joven tan apuesto —dijo, mirando a Vandrell.

—¡Oye! —dijo su compañero, desde el interior de la cabaña.

—Mi amor, los ojos se han hecho para ver —le dijo, guiñándole un ojo.

—Él es Vandrell —dijo Gwyneviere—. Te he contado de él. Mi amigo alquimista.

—Claro, tu famoso amigo de la infancia.

—Mucho gusto —dijo Vandrell, estrechando la mano de Katya—. Famoso, ¿eh?

—Bueno, vayamos al grano —dijo Gwyneviere—. Debo contarte algo muy importante. ¿Podemos reunirnos con Asha?

—Claro, amiga. Te veré en el Templo de la Luna con ella en media hora.

Gwyneviere le sonrió y se dirigieron hacia allí con Vandrell.

El Templo de la Luna de Emyrddrin era imponente. Se encontraba rodeado de unas enormes rocas ubicadas verticalmente. Y aquí, a diferencia de los demás pueblos, las sacerdotisas no tenían sus viviendas y huertos en el Templo, sino que se encontraban apartados de él. El Templo estaba rodeado de vegetación y en el mismo centro se encontraba la fuente erigida en honor a la Luna, junto con un reloj lunar, con sus tablas, diagramas y fases lunares. Las sacerdotisas que vivían allí, sólo se encargaban de cuidar sus alrededores y en un templo menor, otro grupo de sacerdotisas se encargaba de atender otras necesidades del pueblo, como atender a las parturientas, dar de comer a los necesitados con el alimento de sus propias cosechas, entre otros.

—Qué hermoso lugar —dijo Vandrell—Es una bonita ciudad. Después de que todo esto termine, sería un lindo lugar para considerar vivir. ¿No lo crees? Para comenzar de cero. Aquí tienes a tus amigas hechiceras.

—Tu eres mi amigo, Vandrell.

—Podríamos venir los dos.

Asha y Katya se aproximaban a la distancia.

—¡Gwyn! —gritó Asha.

Ella sonrió. Hacía años que no las veía. Era solitaria y sentía que no necesitaba de nadie. Las había conocido en su adolescencia, cuando su madre la llevó a aquella ciudad a estudiar los fenómenos lunares, como se acostumbraba hacer con las jóvenes hechiceras, para que además formaran lazos con las de su misma “especie”.

Asha la abrazó.

—Hola, Ash.

—Hola. Tú eres Vandrell, ¿no? —preguntó Asha, saludando.

—Mucho gusto.

Gwyneviere las puso al corriente de lo que habían vivido y, por supuesto, ellas creyeron cada palabra y decidieron unirse a ellos en la lucha.

—¿Cómo es que el Concejo no ha hecho nada? —preguntó Asha, consternada.

—No lo sé… no quieren arriesgarse a que no sea cierto, supongo, y arruinar su reputación —contestó Gwyneviere—. Es por eso que no podemos hablar con las autoridades de Emyrddrin, se pondrían en contacto con el Concejo de inmediato.

—Son unas cobardes —dijo Katya—. No están preparadas para luchar.

—Cuenta con nosotras, Gwyn —dijo Katya—, para lo que necesites.

—Gracias.

—Ve a ver a las demás. Ellas te escucharán —dijo Katya.

—Eso espero.

—Nosotras contactaremos a las de aquí —agregó Asha—. Hablaré con Lilian y Jeanne, y nos encargaremos de divulgar lo que ha sucedido.

—Estaremos en contacto, esperen mi cuervo.

Gwyneviere y Vandrell partieron hacia el siguiente destino, Ewbory Taxus, un hermoso reino entre colinas.

Aquí decidieron ir a ver directamente al rey Greyson y pidieron hablar con él con carácter urgente. Los recibió y relataron la historia del Nigromante.

—Mmmm —dijo pensativo—, ha llegado a mis oídos la historia de un joven de nuestro reino que regresó a casa luego de un buen tiempo de estar perdido, que coincide con lo que ustedes cuentan, y ustedes son protagonistas del relato. Por lo que les creo. Pero, de todas formas —el rey hizo un gesto a uno de sus súbditos que se acercó a él, y le dijo algo al oído—, debemos comprobarlo. Tú has servido a nuestro reino, Gwyneviere, cuando nuestra hechicera estaba teniendo a su hijo. No lo olvidaremos.

—No es nada, su majestad.

En ese momento, Duncan entró a la sala del trono acompañado de su madre, su padre y su hermana.

—¡Vandrell! ¡Gwyneviere! —gritó.

—Joven —dijo el rey—, ¿son ellos los que te ayudaron a regresar a tu hogar?

—Si, su majestad. Ellos nos salvaron a todos. Antes de que ellos llegaran, hubo algunos de los que no volví a oír. Se los llevaron. Ellos se enfrentaron al lobo gigante y la hechicera Gwyneviere nos condujo a través de un portal fuera de la prisión. Luego los druidas nos curaron las heridas y nos dieron de comer.

—Gracias, joven. Puede retirarse.

Duncan y sus padres salieron de la sala y el rey se acomodó en su silla, incómodo. Se aclaró la garganta antes de continuar.

—Entonces contarán con nuestro apoyo. No quiero que esto altere la paz de nuestro reino ni de los otros ocho reinos. Durante mi reinado, Ewbory Taxus ha logrado estabilizarse económica y políticamente, y ha generado lazos con los reinos vecinos. Pretendo que siga prosperando en todos los ámbitos. No quiero sentirme responsable de haberme quedado con los brazos cruzados mientras destruyen lo que construimos con tanto esfuerzo.

—Gracias por su apoyo. Es un buen gobernante —dijo Gwyneviere.

Cuando salieron de allí, los padres de Duncan los esperaban para agradecer lo que habían hecho por ellos.

—Realmente estamos en deuda con ustedes —dijo la madre de Duncan—, todo este tiempo pensamos… —su voz se quebró y no pudo continuar.

—Por favor, no es nada —dijo Vandrell.

—Déjennos compensarlos —dijo el padre de Duncan—los invitamos a cenar.

—Nos encantaría, pero debemos continuar. Tenemos que recorrer otros poblados buscando quien nos apoye, puesto que en la Ciudadela sólo nos darán dos guerreros.

El padre de Duncan miró a su mujer.

—Yo lucharé con ustedes. Quiero que la persona que le hizo esto a mi hijo tenga su merecido.

—Mi amor, sólo eres un granjero —dijo la mujer, preocupada.

—Señor, agradecemos su apoyo, pero usted tiene una segunda oportunidad con su familia. Aprovéchela —dijo Gwyneviere, estrechando sus manos—. Los nueve reinos están llenos de guerreros, iremos a buscarlos.

El hombre asintió con la cabeza y sonrió.

—Gracias —dijo.

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