Categorías
La hechicera maldita

🔒 CAPÍTULO 14

Log in or Register to save this content for later.

—Debemos determinar si escapar ahora o esperar a que el autómata haga nuevamente su recorrido. Quizá nos arriesgamos a que descubra que algo está fuera de lugar.

—Ganaríamos una semana más si esperamos a que haga nuevamente su recorrido. No sucederá nada. Fingiremos que tenemos los grilletes en las muñecas y listo.

—No sabemos lo que nos espera allá afuera, por lo que considero que es mejor esperar a que haga su recorrido.

—Estoy de acuerdo.

Gwyneviere oía a los demás debatir sobre cómo procederían durante los días siguientes. Un hormigueo recorría su estómago, entre hambre, ansiedad y nervios, y no estaba de humor para participar en esos debates, por lo que se recluyó en su celda.

Su ansiedad era cada vez mayor y ya no podía oírlos hablar sin hacer nada y se levantó. Caminó recorriendo el largo pasillo hasta que se detuvo frente a una celda donde se encontraba una joven hecha un ovillo.

—Hola —le dijo.

La joven sólo la miró, asustada. Eso no detuvo a Gwyneviere, quien entró a la celda. Ya había estado allí cuando había abierto la cerradura de los grilletes de todos los prisioneros, pero en ese momento no se detuvo a hablar con nadie.

—¿Cómo te llamas? Yo soy Gwyneviere.

—Si, lo sé. Mi nombre es Vianna. Provengo de Skyelig.

—¿Puedo sentarme contigo? No soporto escuchar a los hombres hablar.

Vianna rió por lo bajo.

—Sabes —dijo Gwyneviere—, yo creía que mi vida era una porquería antes de venir aquí. Ahora realmente la aprecio. Aprecio la simpleza de la vida que llevaba antes.

—Tienes razón. Volvería a la simpleza de mi vida antes de esto.

—Aunque ustedes, la gente del cielo, no llevan una vida muy simple. Están siempre atareados estudiando. Siempre metidos entre libros.

—Pues, ¡mira quién lo dice! Tu vida es la que no es simple. Arriesgas tu vida prácticamente todos los días.

—Supongo que depende del punto de vista entonces. En fin… debemos valorar lo que tenemos, cuando lo tenemos.

—Claro. Si, no cambiaría mi vida en las torres de Skyelig por nada. Si pudiera volver allí, no saldría nunca jamás.

—Volverás —dijo Gwyneviere, observándola.

—Conozco gente que no ha salido de aquí, Gwyneviere.

Gwyneviere no contestó, dejando que prosiga.

—Freya. Era una elfa que estaba en la celda al lado de la mía. Extraían su sangre. Un día no volví a oír de ella.

—Saldrás de aquí, ya verás.

Finalmente llegó el lunes y todos tomaron sus posiciones en las celdas, fingiendo que estaban usando sus cadenas. Sólo los prisioneros de los que se requería algo, como Vandrell y Darion, usaron realmente sus cadenas. Luego Gwyneviere los volvería a liberar. Los demás permanecieron quietos, ocultando las bolsas llenas de alimento.

El autómata abrió la puerta y entró, con su característico andar, pausado y automatizado, pero firme. Cuando llegó a la celda de Darion no ingresó, y prosiguió a la de Vandrell.

—¡Oye! ¿Qué pasa contigo? ¿No quieres más mi sangre? —gritó él.

Entró a la celda de Vandrell y pudieron oír la puerta de barrotes abrirse.

—Si, si, lo sé. Adoras verme sin ropa. Ya me la quito. Aguarda.

Gwyneviere oyó el sonido de la tela y las cadenas y luego el pergamino en las manos de Vandrell.

—Si no sé lo que estoy fabricando no puedo hacerlo correctamente. Dile eso a tu amo. Ya debería saberlo. Esto es una lista, no una receta. Con estos ingredientes podrían fabricarse miles de cosas con distintos procedimientos.

Se oyó el sonido del pergamino y Gwyneviere imaginó que Vandrell lo había arrojado al suelo. El autómata no dijo nada. Volvió a oír el crujir del pergamino, y luego el sonido de la puerta de barrotes cerrándose. Y oyó el sonido de los pasos, retumbando en la cueva, alejándose hacia una celda al final del pasillo.

Unos momentos después, el autómata volvió a pasar, en dirección a la puerta, para irse de allí. Cuando Gwyneviere escuchó el crujir de la puerta cerrándose, corrió a la celda de Vandrell. Usando la hebilla, lo liberó de las cadenas.

—¿Qué fue eso?

—Eran los ingredientes para darle alma a un homúnculo. Claro que sé hacer esa poción, sólo que no la haría por nada del mundo. No necesitamos hacer ese tipo de cosas. Las he estudiado, pero no son cosas en las que quiero entrometerme.

—Debemos advertir al Consejo y a los Sabios del reino.

Graeme se asomó a la celda de Vandrell.

—Todavía queda una visita más de nuestro amigo el autómata. ¿Estás seguro de que eso fue una decisión inteligente?

—No le daré homúnculos. Que fabrique sus propias pociones. Ganaremos un poco de tiempo así. Al menos eso creo.

—¿Qué haremos si vuelve antes de tiempo? —dijo Darion, desde su celda. Gwyneviere había olvidado retirar sus cadenas.

—Improvisaremos algo —contestó, yendo a quitárselas.

El tiempo pasó lentamente, mientras esperaban que el autómata regresara. Cada uno esperó en su celda, por si lo enviaban a patrullar antes del tiempo estimado.

—Vandrell —dijo Gwyneviere, sentada en su celda, intuyendo algo—. ¿Qué harás si se aparece con una guía paso a paso de cómo hacer la pócima?

—No lo sé…

—Sugiero que la hagas —le dijo ella—. Creo que nos comprarías más tiempo a todos. Saldremos de aquí y frustraremos todos sus planes. No te preocupes.

Vandrell no contestó. El ambiente estaba muy tenso. Todos sabían que se acercaba la hora del escape.

Oyeron el crujir de la pesada puerta abriéndose y cerrándose y los pasos del autómata. Gwyneviere pudo observar su silueta cargada de cosas. No hizo el recorrido habitual. Se dirigió directamente a la celda de Vandrell y la abrió, ingresando en ella. 

—Oh, ahora has traído una detallada receta paso a paso… Ya veo.

Se oyó el tintineo de los viales, mientras eran apoyados en el suelo.

—Claro, estás esperando a que me quite la ropa. De todas formas, nunca me tocas. Eres un mirón. ¿Te diviertes luego tu solito?

Esta vez, Gwyneviere no oyó las risitas de Darion en la celda de al lado. Todos estaban demasiado preocupados por los planes del Nigromante, y lo que acababan de descubrir.

Escucharon a Vandrell trabajar durante un buen rato y luego el autómata salió de allí cargando los viales llenos de la poción para crear homúnculos. Cuando Gwyneviere oyó la puerta cerrarse tras de sí, salió de su celda hacia la de Vandrell para liberarlo.

—Nos iremos en unas horas. Estén listos.

Liberó a los demás, se hicieron de las antorchas, para usarlas de armas y esperaron, en silencio. Todos decidieron irse, incluso los más tímidos y atemorizados. Si no estaban convencidos antes, cuando oyeron lo de los homúnculos, se terminaron de convencer.

—Oigan, cambien esas caras. Al menos no seré yo el responsable de la creación de esas bestias, pero ese maldito Nigromante conseguirá otro alquimista para hacerlo. Así que debemos salir de aquí para advertir al resto.

Gwyneviere frunció el ceño, sin entender, y Vandrell le enseñó la raíz de una planta.

—Sin esto la poción no funcionará —dijo Vandrell, sonriendo.

—Pero, ¿dónde escondiste eso?

—No quieres saber —dijo riendo.

Cuando creyeron que habían esperado un tiempo prudencial, Gwyneviere usó la hebilla para abrir la puerta por donde entraba y salía el autómata, e intentaron hacer el menor ruido posible para abrirla.

Detrás de la puerta había una escalera hacia un piso superior. Comenzaron a subir, uno tras otro y los envolvió la oscuridad.

—Oigan, tengan cuidado —murmuró Gwyneviere—, no sabemos a lo que nos enfrentamos. Afírmense bien al piso.

Cuando no encontraron más escalones debajo de sus pies, pudieron sentir un aliento gélido que extrañamente provenía desde arriba de ellos.

Gwyneviere se quedó quieta y alzó la mirada. A medida que sus ojos se iban ajustando a la oscuridad pudo percibir, delante de ellos, lo que parecía un animal demasiado grande.

—Por favor, no griten —dijo.

Era un lobo de pelaje gris, de unos nueve pies de altura, con los ojos inyectados en sangre y la boca echando espuma. Al parecer, detrás de él, había otra puerta. El lobo, gruñendo, se lanzó contra ellos.

Los que llevaban armas, atacaron con todas sus fuerzas, y lograron hundir sus lanzas, hechas de antorchas, en la carne del gran lobo, quien, enardecido, arremetió contra ellos con más furia, abriendo sus fauces.

Dando un zarpazo, volteó a unos cuantos de ellos y los arrojó contra la pared. Gwyneviere pudo ver la sangre brotando del costado de Darion. Tomó la lanza que había dejado caer y golpeó al lobo, quien enfocó su atención en ella.

—¡Gwyn! —gritó Vandrell, y corrió a su lado a ayudarla.

Ambos atacaron al lobo, quien se vio atrapado en un rincón de la habitación, mostrando furioso los colmillos. Gwyneviere intentó clavar su lanza en el cuello, pero falló y dio en su costado y recibió una mordida en su brazo, aunque la distracción sirvió para que, mientras el lobo apretaba su mandíbula en la carne de Gwyneviere, Vandrell diera un golpe certero, clavando su lanza en la yugular del animal.

—¿Estás bien?

—Si, no es nada.

—Estás sangrando —dijo, vendando la herida con un trozo de tela de sus ropas.

—Avancemos. Hemos hecho un gran escándalo aquí.

—Espera, ustedes sigan.

Vandrell se inclinó frente al animal y tomó muestras de cabello y colmillos, mientras Gwyneviere lo observaba. Él se encogió de hombros.

—Necesito analizarlo.

Gwyneviere caminó hasta la puerta que protegía el lobo, y giró el picaporte, que no cedió, así que volvió a usar la hebilla.

Atravesaron la puerta, y entraron a una habitación un poco más iluminada. Sus ojos tuvieron que adaptarse nuevamente a la luz, pues no estaban acostumbrados después de tantos días de oscuridad. Uno por uno, ingresaron allí, y Gwyneviere pudo ver al autómata acercándose a ellos.

No esperaba encontrárselo allí, y no sabía qué hacer. Su lanza había quedado incrustada en el costado del lobo. Miró hacia los costados en búsqueda de algo con lo que luchar contra el autómata. Todo sucedía en una fracción de segundos mientras él se acercaba a ellos, pero en su cabeza, iba en cámara lenta. El lugar parecía ser donde preparaban su comida para luego ser enviada a las celdas. Como una cocina, con utensilios y ollas. Divisó un cuchillo y todo sucedió muy rápido. Alzó sus manos e hizo volar el cuchillo en dirección a la garganta del autómata, quien se detuvo a tres pies de ellos, con la mirada tan vacía como siempre. La sangre comenzó a brotar de un profundo corte en su cuello.

Gwyneviere bajó sus manos y el cuchillo cayó al piso. El cuerpo del autómata se desplomó en el suelo con un ruido sordo.

Fue un acto reflejo y odiaba haber hecho eso a un hombre inocente que estaba siendo controlado. No era dueño de sus actos. Pero estaban en juego la vida de todos estos prisioneros y quería sacarlos de allí. Así que aquí ya podía usar sus poderes. No tendría que usar más la hebilla para abrir las cerraduras.

Se dio vuelta para indicarle a los demás que avanzaran y los vio paralizados, sus rostros llenos de miedo y conmoción por lo que acababan de presenciar.

—Vamos, debemos continuar —dijo, restándole importancia.

Atravesaron la cocina, y Gwyneviere abrió la siguiente puerta con magia. Ya podía sentir cómo se consumía su propia energía. En ese lugar construido en la piedra no había muchos lugares de donde tomar prestada la energía y se cansaría rápidamente. Además, habían estado durmiendo mal y alimentándose pobremente. Deseaba salir de allí cuanto antes.

Miró a Vandrell y le hizo un gesto con la cabeza, para que se acercara a ella.

—Puede haber otros por aquí, estemos atentos —susurró, mientras ingresaban a un largo pasillo y subían por otra escalera de piedra.

Efectivamente, divisaron a otro autómata en el siguiente piso. Otro humano con un parásito pegado en la nuca, siendo controlado por el Nigromante.

—Debemos pensar qué haremos con él —dijo Graeme—. Todavía no nos ha visto, quizá si lo capturamos sin que nos vea, luego…

—Luego podemos quitarle ese parásito —completó Darion.

—Sería un proceso muy complicado —agregó Vandrell—. La magia negra no es algo sencillo con lo que trabajar…

—Pero debemos intentarlo, quizá el pobre hombre esté en una especie de prisión mental, encerrado allí, como nosotros estuvimos encerrados todo este tiempo —dijo Graeme.

—Esto ya es una guerra, siempre habrá bajas. Lo lamento —murmuró Gwyneviere.

Y mientras continuaban discutiendo lo que iban a hacer, se escabulló entre ellos y avanzó sigilosamente hacia el autómata, mientras éste estaba de espaldas. Levantó las manos, mientras las giraba en el aire rápidamente. En el mismo momento, el cuello del autómata giraba hacia un costado haciendo un fuerte crack. Cayó al suelo, sin enterarse de lo que había sucedido.

Gwyneviere miró hacia atrás y vio que los demás se acercaban.

—Bueno, veo que ya lo resolviste —dijo Vandrell.

Ella se encogió de hombros.

—¿Avanzamos o huimos? Podemos ver de qué se trata esto o salir ahora con vida —dijo Graeme.

—Hasta ahora, parece ser un lugar para alojar prisioneros… yo digo salir ahora que seguimos con vida. Ayúdenme a buscar algo con lo que dibujar en el suelo. Mi energía se está agotando —dijo Gwyneviere.

Siguieron caminando y encontraron una puerta entreabierta, por la que se filtraba la luz de las velas.

Gwyneviere empujó suavemente la puerta, y se encontró con una amplia habitación, iluminada por la luz de las velas, que estaban posadas sobre un escritorio donde había libros unos encima de otros, y contra una de las paredes había una biblioteca repleta de antiguos libros, calaveras y cabezas encogidas.

En las paredes había unas pequeñas ventanas por donde entraba la luz de la luna. Vandrell observó a través de ellas, hacia los alrededores de la fortaleza donde se encontraban.

En la habitación había otras puertas que conducían a recamaras vacías y sólo una de ellas parecía estar habitada. Al pasar por delante de la recamara, reconoció su perfume.

Nimh dormía plácidamente en la cama y la tentación de acercarse a ella y llevarla consigo fue muy fuerte. Pero giró sobre sus talones y con un dedo en los labios les indicó a los demás que hicieran silencio. Entró en la recamara e hizo un encantamiento sencillo sobre ella, dándole buenos sueños asegurándose de que permaneciera dormida por unas cuantas horas más. Aun la amaba, a pesar de que la había encerrado en esa prisión subterránea.

Comenzó a buscar entre las cosas de Nimh. No podían retrasar más su huida. Se sentía débil y no iba a poder abrir el portal por sus propios medios. Encontró una cajita repleta de tizas y tomó una de ellas.

Salió de la recámara y se acercó a Vandrell.

—Me ayudaré con símbolos para usar la magia. No tengo energías suficientes. La desventaja es que dejaremos evidencias de que nos fuimos.

—No importa, debemos irnos. De todas formas, hemos dejado un camino de muertos allí abajo —contestó Vandrell.

Gwyneviere asintió y se dirigió al centro de la habitación, y allí comenzó a dibujar en el suelo un patrón pentagonal, lleno de palabras en élfico antiguo. Cuando hubo finalizado, se incorporó e indicó a los demás que se pusieran detrás de ella.

Cerró los ojos, inspiró y exhaló profundamente. El proceso iba a agotar sus últimas energías y no podría transportarlos muy lejos con lo cansada que estaba. Trazó en el aire un círculo con una de sus manos, mientras la otra permanecía abierta firme frente a su pecho. Le llevó unos segundos poder estabilizar la energía del portal, después de tantos días de no ver la luz del sol y la luna y comer mal. Se aseguró de que el portal fuese del tamaño del más grande de los prisioneros para que ninguno tuviera que encogerse.

Gwyneviere hizo un gesto con la cabeza a Vandrell.

—Ahora —le dijo.

—Vamos, todos pasen por el portal —dijo él.

Uno a uno, atravesaron el portal, mientras ella mantenía sus manos en alto, canalizando a través de su cuerpo su propia energía, respirando profundamente, concentrada en su tarea. Una vez que bajara sus brazos, el portal seguiría abierto sólo unos segundos más, lo suficiente para que ella lo atravesara, y luego se cerraría. Gwyneviere giró su cabeza y miró a Nimh, deseando poder llevarla consigo.

Todos atravesaron el portal, hasta que sólo quedó Vandrell. Él la miró con cariño y extendió una mano hacia ella. Echó una última mirada a Nimh y tomó la mano de Vandrell y juntos atravesaron el portal, que se cerró detrás de ambos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *