Pasó un día… pasaron dos. No había visto la luz de la luna o el sol en ese tiempo, por lo que asumió que estaban bajo tierra y esa tenue luz que podía ver era de las velas. Gwyneviere y Darion cruzaban algunas palabras en susurros cada tanto. Ya había comido y usado las cubetas. La primera vez que la comida apareció, desconfió y no quiso probar bocado, y luego todo desapareció pasadas unas horas. Al segundo día moría de hambre y devoró todo. Y sólo habían pasado dos días.
Luego pasaron tres y cuatro y cinco días. Gwyneviere sacudía sus cadenas con impaciencia, y frotaba sus muñecas.
—Estúpidas cadenas.
—Ya te acostumbrarás —escuchó a Darion, del otro lado de la celda.
—Si, claro.
Continuó sacudiendo las cadenas y maldiciendo. El tintineo resonaba en toda la cueva.
—Tranquila, mujer. Te lastimarás las muñecas.
—¿Eres el único aquí? —Gwyneviere ya no susurraba—No soporto estas cadenas. Darion, dime, ¿cómo has soportado tu propia presencia tanto tiempo aquí?
Gwyneviere comenzaba a perder la cordura, y sólo llevaba encerrada allí cinco días.
—¡Necesito salir de aquí! ¿Es que nadie quiere irse de aquí? —gritó.
—¿Gwyn? —dijo una voz familiar.
El corazón de Gwyneviere dio un vuelco en su pecho. No podía creer lo que oía. Pensaba que su cerebro estaba jugando con ella, por estar tantos días encerrada en la oscuridad y era producto de su imaginación. Permaneció callada, escuchando.
—¿Gwyneviere? —preguntó de nuevo, la misma voz, que reconocería donde fuera. Efectivamente era él. Sus oídos no la estaban engañando.
—¡Vandrell! No jodas, ¿eres tú?
—Aquí estoy.
Se oía como a dos celdas de distancia, si todas tenían la misma proporción.
—¿Qué haces aquí? No entiendo, fui a verte, tu padre me dijo que habías desaparecido.
—Desperté aquí, no lo sé. Recuerdo haber visto nuevamente al hombre que vimos en la tienda, el que te dio mala espina. Fue lo último que vi y luego esta celda. Me han puesto a hacer pociones, pero no sé exactamente para qué. Escucha esto: me sacan todas las ropas para que las haga, y luego me las devuelven. Y tienen razón, claramente robaría los ingredientes entre mis ropas para escapar de aquí.
—¿Qué has tenido que fabricar?
—Venenos, bombas, pociones curativas… una variedad de cosas.
—Esto es una locura, tenemos que salir de aquí… Me alegra que estés aquí, bueno, no me alegra que estés aquí aquí, sino que estés bien, con vida. Me tenías preocupada.
—Si, Gwyn, entiendo.
En ese momento, se escuchó un ruido al final del pasillo, como si una puerta se abriera y luego se cerrara, e inmediatamente Vandrell hizo silencio. Los pasos automatizados se acercaban, resonando por toda la cueva. Pudo ver la silueta del autómata, controlando las celdas, una por una. Hasta que volvió a verlo pasar en la dirección opuesta y luego escuchó el mismo ruido de la puerta, por lo que asumió que se había ido.
—Hoy debe ser lunes —dijo una voz que aún no había oído.
—¿Quién eres?
—Graeme, de Skyelig.
—¿Cómo sabes que es lunes, Graeme?
—El autómata hace su recorrido los lunes. Viene dos veces. Una vez solo mira las celdas, y la siguiente entra en ellas. O al revés. Pero siempre los lunes.
—¿Llevas la cuenta?
—Por supuesto, llevo la cuenta de todo. Estoy aquí desde hace diecisiete meses y ocho días.
—¿Cómo no has perdido la cordura ya?
—Recito libros en mi mente.
La gente de Skyelig, o gente del cielo, como todos los llamaban, por vivir en las altas torres alrededor de la Ciudadela, eran personas muy instruidas y preparadas, y dedicaban su vida al estudio. Este hombre podría estar acostumbrado al encierro, pero esta cueva era demasiado.
En ese momento, oyeron nuevamente el sonido del crujir de la puerta.
—Oye, ¿no es muy pronto para que regrese? —preguntó Gwyneviere, en la oscuridad.
—Si, lo es —contestó Graeme en un susurro.
Hicieron silencio y escucharon. Gwyneviere pudo ver una silueta abriendo los barrotes de su celda. Extrañada, entrecerró los ojos, como si eso le permitiera poder ver mejor en la oscuridad.
—¡Gwyn! —dijo la voz de Nimh.
—¿Nimh?
—Hola, mi amor. Te he extrañado muchísimo.
Gwyneviere, confundida, la abrazó. Nimh tomó su rostro entre sus manos y la besó, y ella aspiró su aroma, reconfortándola, y acarició sus cabellos, dejándose llevar por el beso. Definitivamente, Gwyneviere ya no podía creerle a su cerebro. Le estaba jugando una mala pasada.
—¿Qué está pasando?
—Te he traído algo de comida —dijo, y le ofreció pasteles y fruta fresca.
—¿Qué es este lugar, Nimh?
—Debo contarte algo. Tenemos grandes planes. Finalmente estoy conociendo mi verdadero poder, y tú puedes ser parte de esto también. Te amo, y quiero que estes conmigo. Eres una gran hechicera y no estás explotando tu verdadero potencial.
—Yo también te amo, Nimh. Pero dime, ¿dónde estamos? ¿de qué planes hablas?
La cueva estaba en completo silencio. El resto de los prisioneros estaban atentos a lo que sucedía entre las dos chicas.
—Te lo contaré todo. Déjame comenzar por el principio —dijo Nimh—. ¿Recuerdas al mago? —Gwyneviere asintió con la cabeza, confundida—. Él me dio la poción para dormirte, porque no sabía cómo despedirme de ti, ese día en el prado. Él es Mordred, el nigromante. Es un gran sabio, y si te unes a nosotros, haremos cosas impensadas. Podrás ser una hechicera mucho mejor de lo que ya eres. Mordred tiene a los últimos dragones, Gwyn, ¿puedes creerlo?
Nimh parecía fuera de lugar, pulcra y ajena a todo, cuando los demás estaban prisioneros en esas celdas.
—Realmente no puedo creer nada de lo que dices, Nimh. —dijo, sacudiendo la cabeza de lado a lado—. ¿Tú me diste esa poción? ¿Por qué lo harías? No estoy interesada en la magia oscura, y no lo estaré nunca. Tú tampoco deberías.
—Gwyn, ya comprenderás todo, con el tiempo. Mordred es una persona muy razonable y está dispuesto a darte una oportunidad. Lo hará por mí, por el amor que nos tenemos. Tengo que irme ahora, pero volveré mañana. Come un poco, lo necesitas.
Nimh besó a Gwyneviere en los labios y salió rápidamente de la celda, dejándola atónita.