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La dimensión del deseo

🔒 41. Sin final

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Aitana

Había pasado un mes ya, desde la última vez que me había sentido mal.

Estaba genial. Embarazada. A punto de casarme. Y completamente feliz.

Mi futuro marido y yo, habíamos sabido guardar bajo mil llaves el secreto de mi enfermedad. Que por otra parte, era muy rara.

Según el médico, debía sentirme fatal y yo cada vez, me veía mejor.

Después de saber a Andrew en coma, yo sinceramente me sentía a gusto con el rumbo que había tomado su vida. Un ser así, no merecía andar por ahí suelto, pudiendo hacer más daño.

Al menos en su estado, estaba controlado.

El que un día fue mi padre, estaba preso y juzgado. Él y el maldito de Simón, fueron sentenciados a setenta años de cárcel. Cada delito imputado les había ido sumando años a sus condenas y eso reunió esa cantidad de tiempo tras las rejas para ambos.

 Y en el caso de Thomas, había quedado en un reclusorio para discapacitados peligrosos, debido a la perdida de su miembro inferior y sus dos manos.

Carter había sido borrado del sistema judicial, por su colaboración e ingreso a la agencia de mi cuñado así como Muriel, que aún no sabíamos dónde estaba. Solo Camila lo sabía, pero no decía nada al respecto. No podía.

Nuestro club iba cada día mejor. Ahora se ocupaban de el, Remy y Savier, como los gerentes del sitio y por supuesto cobran un porcentaje por su trabajo.

Ashton y yo, estábamos dedicados a nuestro embarazo y a preparar nuestra boda y el futuro incierto de nuestra situación.

No quería que en caso de que yo pudiese llegar a morir, hubiéramos pasado este último tiempo, trabajando o estudiando.

Ambos habíamos pedido un receso temporal de los estudios y a nadie, le parecía raro, debido a la llegada de nuestro hijo.

— Buenos días esposa — mi hermoso novio me traía el desayuno a la cama, ignorando que ya yo estaba despierta y arruinando su sorpresa.

— Todavía no soy tu esposa Ash, y deja la costumbre de decirme así, prefiero angel — dejó la bandeja sobre la sábana, en una esquina de la cama y me besó la panza, como todos los días, para luego violar mis labios.

No nos importaba que estuviera acabada de levantar, solo queríamos disfrutar nuestro tiempo juntos.

— Nena, quiero la miel de tu luna desde ahora — besó mis senos y fue bajando hasta el centro de mi cuerpo, paseando su lengua por mi exitada vulva. Abriéndola con sus dedos y queriendo comerse todo lo que veía. Y yo le dejaba hacer.

Sentir sus dedos entrar por mi vagina, me dejó completamente exitada. Enloquecida. Febril.

— No seas guarro Ash, deja que me asee — le susurré por puro pudor, pero en el fondo quería que siguiera. Que no parará nunca.

— Ya te aseo yo con mi lengua angel, sabes a gloria nena, así, toda hormonal — hundió sus dientes en mi clítoris y grité y me retorcí bajo su furioso sexo oral a mi entrada.

— Chúpame las tetas — me tapé la boca con una mano. Este vocabulario vulgar no era mi estilo, pero el embarazo me hacía sentir como poseída por un demonio adicto al sexo y mal hablado.

— Joder angelito, como me pones cuando te salen esas palabritas sucias — hundió otro dedo en mi interior y obediente subió a mis pechos a darme placer, sin dejar de masturbarme, obligandome a gemir su nombre y muchas más palabras obsenas.

Jadeos y gemidos, sumados a gritos y gruñidos después, me embistió como solo él lo había hecho siempre. Me fascinaba que siguiera siendo la maravilla que era en la cama, a pesar de mi embarazo y la maldita enfermedad, que parecía haber desaparecido de mi sistema.

Sus manos estaban en mi cabeza, haciendo que cada embestida fuera más profunda por su empujé, no dejábamos de besarnos y mordernos la boca. Me sentía tan feliz que no me lo creía.

Cada vez que entraba en mí, me volvía loca de ganas de llevar yo el ritmo, estaba deseando más y más todo el tiempo.

Giramos en la cama y se salió un poco de mí, volví a acomodar mi cuerpo sobre el suyo, mientras el me miraba desde abajo torturando mis pezobes y con una mano guíe su pesada erección dentro de mí y comencé a moverme sobre ella, marcando un ritmo apresurado y desbocado. Así era justo como lo quería.

Me tiraba de los pelos con los ojos cerrados, cada vez que me encajaba sobre su miembro majestuoso.

— Dios Aitana, me estás castigando nena.

— Cállate y déjate follar — el sonrió y yo tapé mi cara con mis manos por la pena de lo que había dicho, pero seguí saltando sobre el sin sombra de vergüenza alguna hasta que los dos llegamos al desesperado clímax y me acosté sobre el, tratando de volver a tomar el control de mi respiración.

— Quiero tenerte siempre Aitana, no estoy listo para un final — no me hacía falta mirarlo a los ojos para saber que se le habían empañado los ojos como a mí.

Acariciaba mi cabello humedecido por el sudor de mi cuerpo. Besé su pecho y me posicioné sobre su boca, sintiéndolo aún dentro de mí, duro como una piedra, para decirle…

— No hables de eso hoy Ash, yo estoy aquí, tu estás conmigo y así va a ser siempre. Lo nuestro es una historia sin final.

Comencé a provocarlo para tener otro orgasmo mañanero.

No podía estar más feliz y no pensaba permitir que nuestros miedos, ensuciaran nuestro día.

Había decretado que nosotros no tendríamos final y así sería.

Amaia

Estaba admirando el hermoso jardín con vista al mar, que tenía la casa que mi marido me había comprado.

Según el, por completar la misión de Thomas Jhonson y haber detenido a tantos involucrados, y rescatado a más de treinta mujeres y doce niños, que esa organización repugnante tenía para sus negocios sucios, a su equipo le habían pagado muy bien.

También vendió todos los autos que poseía de la dimensión del sexo y eso junto con su antiguo apartamento le había dejado muchísimo dinero, que ahora era nuestro y lo primero que había comprado era esta enorme casa, lejos de la civilización, según el para que ningún vecino admirara sus dominios. O sea a mí.

Loco posesivo.

Con mi bata de seda, mi tasa de café expreso y nada de ropa interior puesta, pues amaba eso, miraba por el ventanal de cristales, el paisaje combinado, del verde del césped, como mezclándose con las hermosas olas del cristalino mar que teníamos debajo, luciendo como si se unieran  detrás del jardín, por la posición de nuestra casa.

El celoso de mi marido, había comprado una casa en lo alto de un acantilado. No había nadie por los alrededores y sí, mucho césped y mar.

A pesar de las hermosas vistas, y de la soledad pacífica que sentía al vivir aquí, tenía cierto temor a estar sola, en este enorme lugar y lejos de todos.

Más de cuarenta minutos en coche, me separaban de mi hermana.

Ella y Ashton habían decidido, comprar una casa para los dos, pero cerca del club. Ashton no estaba tan demente como Aídan.

Mi madre en cambio, se había mudado a mi apartamento y así yo, había recién descubierto, que estaba lleno de camaras de seguridad que Aídan había puesto para vigilarme, cuando yo había estado alejada de todos.

Eso me permitía de vez en cuando comprobar que mi madre estaba bien. Ella no sabía de la existencia de esas cámaras y eso era algo, que prefería dejar así, puesto que ya no confiaba en ella. Lo mejor era mantener un ojo sobre sus actos.

Jason, por otro lado, se mantenía muy cercano a mi mamá y había establecido una relación cordial con Aitana y conmigo.

Tan cordial, que me visitaba una vez por semana y había insistido en pagar la meteórica boda de mi ángel.

La boda se haría aquí. En mi casa. Estos maravillosos jardines estaban decorados ya, para el evento que tendríamos en unas horas.

Mi hermana vendría para acá y la wedding planer traería todo el equipo de preparación a la novia, a trabajar aquí. En unas tres horas mi casa sería un caos.

— Mataría a quien hiciera falta, con tal de tenerte así toda mi vida pequeña — los potentes brazos de Aídan, se ajustaron a mi cintura y su barbilla se apoyó en mi coronilla, calentando mi cuerpo con su cercanía.

— ¿Cuando te vas? — bebí de mi café, evitando así que me temblara la voz.

— Mañana cariño, pero no quiero pensar en eso ahora — me abrazó más fuerte y subió poco a poco sus manos por mi vientre hasta cerrarlas sobre mis senos.

— Demasiado tiempo sin tí, no se cómo haré — me recosté sobre su fibroso cuerpo y sentí su miembro duro encima de la curva de mis nalgas. El era gigante y yo una enana a su lado. Me abracé a mi misma, sobre sus brazos, sosteniendo mi café.

— Vas a entrenar Amaia, y estarás con tu hermana para que no me extrañes tanto nena. — mordió mi cuello y me quitó la tasa de café, dejándola sobre la encimera detrás de él y me giró para vernos los ojos — tengo que hacer mi trabajo cariño, pero siempre volveré a tí.

Me apreté contra el y pasé mis brazos por debajo de los suyos, rodeando lo que podía de su espalda y pegando mi mejilla a su torso desnudo.

— Quiero que me prometas algo Amaia — deslizó los tirantes de mi bata hacia abajo y recorrió mis hombros con sus manos sin dejar de mirarme a los ojos — no te acerques a Leticia, no le creas nada de lo que diga y lo mismo te pido para Alicia.

Mientras besaba mi cuello y retorcía mis pezones, comenzó a bajar aún más mi bata, hasta dejarla hecha un grupo de tela a mis pies.

Me cargó por los codos y echó hacia un lado mi ropa, con un pie suyo, para dejarme de nuevo sobre el suelo.

— Me resulta un poco extraña tu demanda Aídan, ¿Que pasa ahora?

— Que me muero por follarte nena, estoy como loco por echarte un polvo, di que lo prometes y déjame amarte — me chupaba los pezones y mordía sus puntas, acariciando mi sexo con una mano y mis nalgas con la otra.

— Aídan,¿Por qué hablamos de esas mujeres, justo ahora que te vas? — ignoró mi pregunta y me besó la boca con furia, mientras me seguía masturbando con lentitud.

— Porque te conozco y las conozco. Demasiado silencio en todo un mes y Alicia no está con Nikolay, eso me dice que traman algo. — se agachó y me abrió las piernas, hundiendo su lengua en mi vagina y usando sus dedos para abrirme los labios y castigarme del deseo que me provocaba — tu eres impulsiva y yo no voy a estar para controlarte. — me subió una pierna a su hombro y yo tuve que apoyar mis manos en la encimera para no caer. Siempre era igual, me hablaba las cosas serias mientras me follaba. Daba la impresión de que no quería que prestara mucha atención a lo que me decía — no quiero que te pase nada. No quiero que sufras por gusto. No quiero que nadie te lastime nena, ni siquiera tú.

No podía responder, sus dedos entraban y salían lentamente, volviendome loca y su lengua se daba paseos por mi clítoris, dejándome al borde de la locura.

— Promételo Amaia, quiero hundirme en tí — pero es que la que estaba hundida era yo. Su lento entrar y salir de mí, me tenía abrumada. No podía pensar con claridad y terminé asintiendo sin saber en realidad, que era lo que aceptaba hacer. Estaba muy exitada y deseosa de su enorme polla.

— Quiero follarte frente al mar nena, ahora mismo, joder — se levantó de pronto, dejando mi orgasmo a medias y me besó los labios furioso. Luego bajó su boxer y sacó su falo, venoso y duro. Casi me babeo viéndolo tieso, apuntándome.

— ¿Quieres ver el mar mientras lo hacemos? Estás muy raro hoy — bromeé mientras el me daba la vuelta, abría mis piernas con las suyas y lo sentí arrastrar una silla por el suelo. Se sentó en ella y me obligó a sentarme sobre su miembro, entrandolo despacio y dejándome completamente llena y quieta en el sitio. No me dejaba moverme.

— Mi mar son tus ojos pequeña, no necesito más mar que ellos. Quiero que cuando estés aquí, el próximo mes, desayunando, y la vista te invite a mirar el océano, pienses en mi follandote desesperadamente frente a él. Quiero que todo el maldito día, pienses en mí — comenzó a moverse como loco.

Apoyé mis manos en sus rodillas y lo sentía pasar sus manos por mi columna, mientras yo subía y bajaba sobre el, sentada con mi espalda delante de su cara y mis nalgas pegadas a su vientre.

— No existe nada que no seas tú para mi mente Aídan. Te pienso hasta cuándo no pienso hacerlo amor — me pegó a su pecho y tomó mi senos en sus manos, amasandolos sin piedad.

Yo gemía y el gruñía en mi oído, cada vez que entraba hasta el fondo de mí.

No dejaba de repetirme lo hermosa que era, lo mucho que me amaba y lo que iba a extrañarme, este mes de ausencia.

— ¡Córrete pequeña ! — llevó un dedo a mi clítoris y dió vueltas sobre el, haciéndome venir con fuerza. — ahora aguántate duro amor.

Me  levantó y me puso las dos manos sobre el cristal de la ventana, inclinó mi cuerpo y empezó a embestirme con un ritmo demencial.

Cada vez que salía de mí, se detenía y en un par de segundos, volvía a embestir con fuerza, tocando el final de mi canal.

Mordía mi espalda y apretaba mis caderas como siempre hacia, le gustaba que me quedaran marcas y yo quería tener algo en mi piel, que me lo recordara estos días.

Mordió detrás mi oreja, el tatuaje de la rosa negra y pasó a chupar el lóbulo de mi oreja antes de decir — nunca me dejes Amaia — empezó a entrar desbocado en mí y con la respiración acelerada continuó — te perseguiré hasta donde sea. — mis manos se resbalaban del cristal, pero yo hacía fuerza por mantenerme en el sitio y aguantar sus furiosas acometidas — no tienes idea de la dimensión de lo que yo siento por tí. No imaginas cuánto amor te tengo y lo que soy capaz de ignorar por seguirte amando y que me ames.— lo sentí derramarse en mí y se quedó quieto, enterrado hasta el fondo y besando mi nuca.

No entendía ni la mitad de lo que decía, ni me importaba. Yo solo quería seguir sintiéndome así, como me sentía ahora.

Llena de el, completa a su lado y enamorada como una loca.

Habíamos pasado por mucho juntos, y probablemente todavía pasaríamos por más, pero todo cobraba valor y sentido, cuando podía estar con el así, sintiendome realizada y querida. Y nada en el mundo podía convencerme de lo contrario.

Nosotros éramos únicos, éramos nuestros.

No teníamos final.

Nuestra historia era para siempre.

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