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🔒 Capítulo cuarenta y cuatro. Un perfecto intercambio

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Sebastián caminó de un lado a otro como lo hace una fiera en su jaula, fuera de su hábitat. Se sentía como una fiera a punto de devorar a su presa.

Caminó, se mesó el cabello. Se sentó y repitió el ritual un par de veces antes de salir de la biblioteca y reunirse con el jefe Davis y Caleb.

—¿Victoria? —preguntó.

—Me tomé la libertad de pedirle que subiera a descansar. No ha dejado de llorar y estoy preocupado. No sé qué decirle y mucho menos como consolarla.

—Vamos a encontrar a Oliver, Caleb. Ariadne llamará tarde o temprano —aseguró, pero no hizo mención alguna de las fotografías que le habían hecho llegar un par de horas atrás.

—Señor Cooper —dijo el jefe de la policía. Él también había escuchado los gritos del hombre, pero no hizo pregunta alguna. Su misión era traer de regreso a Oliver Campbell.

—Estamos listos, en el momento que la llamada entre, iniciaremos el rastreo.

Sebastián sabía que no iba a esperar mucho. La ambición de Ariadne y Maya no les permitiría mantenerse quietas y así fue. Su móvil sonó alrededor de la media noche, el número telefónico no era otro sino el de Ariadne Campbell.

—Aló.

—Soy Ariadne —dijo la mujer a través del auricular.

Sebastián quería gritarle a la mujer y decirle hasta del mal que iba a morirse, pero la vida de Oliver dependía en ese momento de su serenidad e inteligencia.

—¿Qué es lo que quieres, Ariadne? —preguntó fingiendo por un momento no saber conocer sus intenciones.

—¿Te han llegado las fotos?

El regocijo que Sebastián pudo leer en sus palabras le hizo apretar los puños con fuerza y por un momento pensó que había roto el móvil.

—¿Qué es lo que quieres a cambio de dejarlo libre?

—Un perfecto intercambio. Quiero que pongas a mi nombre el 50 % de tus acciones de Airplane y el otro 50 % a nombre de Maya. Quiero el negocio que por derecho nos corresponde.

Sebastián estuvo a punto de maldecirla, pero la mano de Caleb sobre su hombro se lo impidió.

—Te daré todo lo que quieras, Ariadne, no obstante, tienes que garantizarme que nada malo va a pasarle a Oliver, porque te juro que no existirá piedra donde puedas esconderte de mí —la amenazó Sebastián.

—No estás en posición de amenazarme Sebastián. Tengo la sartén por el mango, así que ten mucho cuidado como te diriges a mí. Quiero todo debidamente firmado, Sebastián y no quiero a la policía metiendo sus narices en todo esto. Te lo advierto, si no cumples te aseguro que tu amante terminará como un maldito prostituto en cualquier burdel barato de la ciudad.

Sebastián colgó la llamada, había hablado el tiempo suficiente, para darle a la policía oportunidad de rastrear la ubicación desde dónde había salido la llamada de Ariadne.

Sin embargo, estaba lejos de sentirse tranquilo. La mujer no era muy inteligente, pero seguía siendo peligrosa. Y tanto, ella como Maya estaban locas de remate y eran muy capaces de todo.

—Ya han escuchado la petición de Ariadne Campbell —habló Sebastián en tono sereno. Aunque, por dentro estaba cayéndose a pedazos por lo que podía ocurrirle a su chico.

Había pasado muchas horas y el sol estaba a punto de volver a ponerse en el cielo y él no tenía la seguridad de que volvería a verlo.

—Tenemos interceptado el auto donde fue secuestrado su pareja, las grabaciones que hemos solicitado al departamento de tránsito han sido claves.

—¿Los han localizado? —preguntó Sebastián con el corazón latiéndole fuerte dentro del pecho.

Caleb se acercó a ellos para escuchar la conversación y Nick no fue la excepción. Había estado allí desde que todo inició y se había ocupado en ayudar a las chicas del servicio a traer café para los agentes y el jefe de la policía durante toda la noche.

—Sí, se encuentra en el barrio chino. Aquí —dijo el jefe enseñando el punto rojo que mostraba el lugar exacto donde Oliver estaba siendo retenido.

—¿Qué es lo que estamos esperando? —dijo Sebastián al saber que estaba a nada de volver a ver a Oliver.

—Es una operación peligrosa, no le recomiendo estar presente, señor Cooper —explicó el jefe.

—Iré y le prometo que no intervendré a menos que lo considere necesario —dijo muy seguro de sí.

—Iré contigo —se ofreció Caleb.

—Quédate al lado de Tory, dile que Oliver volverá a casa pronto —dijo estrechando la mano del hombre que sin querer se había convertido en su mejor amigo.

—Iré con usted, señor. Seré su chofer —se ofreció Nick y Sebastián no pudo negarse.

El muchacho era lo más parecido a un ángel de la guarda, desde aquella noche en el bar se había mostrado buena persona.

—Póngase esto.

Benjamín Davis, no era un hombre que permitiera estas situaciones durante su trabajo, pero Sebastián Cooper. Era muy capaz de irse por su cuenta y entorpecer la misión, así que era mucho mejor tenerlo a la vista.

—Tú, asegúrate de que no baje del auto —Davis ordenó a Nick.

El muchacho asintió y salió detrás del jefe y de Sebastián para montar la casería para rescatar a Oliver Campbell.

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Oliver se sentía cansado, más se había negado rotundamente a cerrar los ojos por lo que quedaba de noche. Afortunadamente, Robert le había liberado las manos y los pies para que su sangre tuviera una buena circulación. Eso fue porque se había quejado por no sentir sus extremidades.

Se puso de pie y tambaleó. Sus muslos protestaron y discretamente pasó un dedo entre sus nalgas, no le dolía. No había humedad, ni rastro de semen en su agujero y de cierta manera aquello llevó un soplo de tranquilidad a su corazón.

Pensó en lo que Sebastián podía estar imaginándose o sintiendo al ver las fotos que Maya le había enviado. Era muy posible que creyera que Robert había estado en su cuerpo y eso le causaba un dolor.

Los gritos llamaron su atención, caminó hacia la puerta, sus músculos volvieron a protestar, pero hizo caso omiso, él necesitaba saber lo que estaba pasando.

—¡Eso no fue lo que me ofreciste cuando me llamaste, Ariadne! —gritó Robert.

Oliver podía sentir el enfado en la voz del hombre.

—Pues es lo que hay, tendremos Airplane de nuevo en nuestras manos. Robert, no puedes renunciar a una fortuna únicamente por tu obsesión de follarte a Oliver. ¿Tanto bueno es? —preguntó Ariadne y Oliver contuvo la respiración.

Oliver no se preocupó por la respuesta del hombre, porque cada segundo que pasaba se reafirmaba que Robert no le había hecho nada. Pero si consideraba a Sebastián muy capaz de entregar Airplane por él.

«Por ti daría hasta mi vida»

Oliver recordó las palabras que Sebastián había pronunciado el día de la boda de Victoria y lo creía capaz.

El muchacho volvió hacia la cama y buscó una vez más evidencia de un abuso en su contra, pero las sábanas solo estaban arrugadas y no había rastro de semen en ninguna de ellas. Respiró profundo y rogó porque las cosas realmente fueran así y que Robert no lo haya tocado de manera sexual.

Oliver buscó sus ropas y se vistió rápidamente, quizá tendría una oportunidad de escapar mientras ellos discutían.

—No puedes hacerme esto, Ariadne. ¡Te pagué hace tres años por él! —reclamó Robert enojado.

—Y te di su dirección en Italia. Te di su rutina diaria, Robert. Si no pudiste hacerlo tuyo esa noche no fue por mí, fallaste tú —le dijo con frialdad.

Oliver casi cayó de bruces al escuchar la aceptación de su madre en el intento de violación que había sufrido una noche en uno de los bares más prestigiosos en Italia.

Después de todo, ya no podía sentirse sorprendido con el hecho de que su madre lo mirase únicamente como un trozo de carne para venderlo al mejor postor.

Oliver se alejó de la puerta, ya había escuchado suficiente, se acercó al ventanal para buscar una manera de escapar, pero estaban en un segundo piso y si saltaba posiblemente no moriría, no obstante, terminaría herido. Eso si podía abrir los barrotes que protegía la ventana y romper el vidrio ya sería demasiado ruidoso.

Su mirada se posó sobre las patrullas que venían en su dirección. Él no sabía exactamente dónde estaban; sin embargo, por lo que podía ver, estaba muy lejos del centro de la ciudad.

Su corazón saltó con emoción al pensar que pronto sería libre. Corrió hacia la silla que estaba junto a la cama y la acomodó para cerrar la puerta y evitar que cualquiera de los tres locos en la otra habitación lo usaran de rehén.

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Sebastián tuvo que forzarse a permanecer en el auto. Davis y sus agentes habían montado un operativo silencioso. Incluso ni él podría haberlo imaginado. El lugar estaba rodeado por agentes disfrazados de civiles y solo pudo darse cuenta cuando cada uno de ellos tomó su lugar para asegurar la misión.

Los nervios y el miedo invadían cada rincón de su cuerpo y solamente podía pensar en Oliver. Su chico tenía que salir bien librado de toda esta maldita locura.

—El agente Davis, parece ser bueno en su trabajo, señor Cooper. Estoy seguro de que pronto el señor Campbell estará con usted —dijo Nick al verlo moverse inquieto.

Davis le había ordenado mantenerlo dentro del auto, pero… ¿Cómo porque él estaba obedeciendo?

«Por qué es un agente y te pidió que vigilaras a Sebastián y de esa manera no entorpecer la misión», pensó.

—Te juro Nick, que, para tener esta clase de familia, me alegro mucho de no saber quiénes fueron mis padres —soltó con frustración.

—Yo tengo un hermano menor y puedo decir que daría la vida por él, pero tiene razón. Muchas veces es mejor no saber quiénes fueron tus padres. Los míos se marcharon y les importó una mierda lo que sería de mi vida y la vida de mi hermano. Teníamos quince y diez años cuando nos abandonaron y no volvimos a saber de ellos.

Nick continuó hablando por un momento más, hasta que unos disparos se escucharon y le fue imposible mantener a Sebastián sentado dentro del auto.

El hombre salió como si fuera un animal herido y corrió hacia las escaleras del piso donde el agente Davis, había ingresado momentos atrás.

—¡Sebastián! —gritó corriendo detrás de él.

Sebastián sentía que el corazón iba a salir de su pecho, sentía tanto miedo que tuvo que frenar casi en seco al ver a Oliver salir acompañado de Davis y otros agentes que traigan a Maya, Ariadne y el tipo que aparecía en la foto.

—¡Sebastián! —gritó Oliver, apenas lo miró.

Lágrimas cayeron por sus mejillas. Había tenido tanto miedo de no volver a verlo.

—Cariño, ¿¡Estás bien!? —preguntó Sebastián abriendo sus brazos para recibirlo.

Sebastián nunca lloraba en público, pero en ese momento le importaba una mierda que lo vieran llorar.

Su corazón latió feliz al sentir a Oliver aferrarse a sus brazos.

—Cariño, cariño —dijo besando los labios del muchacho y volviendo a estrecharlo en sus brazos.

—Sebastián —chilló.

Oliver sentía que el aire empezaba a faltarle, todo era producto de la euforia que sentía. Saberse libre y en brazos de Sebastián era sencillamente lo mejor del mundo.

—¡Malditos! ¡Jamás serán felices! —gritó Maya empujando a la agente y quitándole su pistola.

—¡Maya! —gritó Ariadne al ver lo que su hija estaba haciendo.

El disparo se escuchó seguido de varios impactos más, antes de que todo se convirtiera en un absoluto silencio…

—¡¡¡Nooooo!!!

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