Hank

Los cuerpos habían ardido en la hoguera, nadie se imaginaría lo que ocurrió, seguramente supondrían que se trató de ladrones, últimamente lidiábamos con un grupo de maleantes que llegó al embarcadero, causando terror, sin embargo, esta vez había sido yo quien ocasionó todo esto.
Debía hablar con Margaret, con mis hijas, tenía que ir a buscar a lord Fulton, incluso, una parte de mí me decía que debía ocuparme de la pobre Alice, que con la humillación que yo le había provocado, sumada a la muerte de su padre, no disfrutaría la oportunidad de correr con buena fortuna.
Tragué con dificultad, en un intento por deshacer el nudo de mi garganta, cada emoción se manifestaba como una crepitante llama, jamás me había sentido tan inseguro, yo, un señor que tenía el control de la situación siempre, ahora me veía afectado por una fuerza que no lograba comprender y la cual únicamente podía adjudicarla al uso de la hechicería.
Llevé mi mano al aro de hierro de las puertas de mi hogar y antes de que pudiera golpear, una de estas se abrió. Cuando menos lo esperaba, una muy desesperada Margaret se había lanzado a mis brazos, atacada en llanto. Mis brazos la envolvieron, su pequeño cuerpo se estremeció cuando hundí mi nariz en la cima de su cabeza, olisqueando su cabello.
—¡John! —sollozó con un hilo de voz—. Esposo, gracias a Dios que habéis vuelto con bien.
Mi corazón se estrujó ante sus palabras, por más dolor que le provoqué a este bello ángel, se había preocupado por mi bienestar, no la merecía, no sabía cómo le diría todo esto, ¿acaso se asustaría? ¿Me acusaría con el párroco? ¿Protegería mi secreto? No tenía respuestas a ninguna de mis incógnitas, a pesar de nuestros años de matrimonio, desconocía su actuar, y lamentablemente, era justo en este momento que al fin ella me interesaba, como mujer y ser humano.
—Estoy aquí, calma, esposa, he vuelto —musité, llevé mis manos a sus mejillas, ahuecándolas, para luego inclinarme a besar su frente—. Todo está bien ahora, nadie les hará daño.
Sus ojos reflejaron temor, o quizás se trataba de incertidumbre, después de todo, el conde tenía bastantes aliados, aunque me había esforzado en ocultar cualquier prueba que me involucrara, incluso llegando a quitarle las pertenencias de valor y siendo estas arrojadas al río.
—John, tu casaca, tu camisa, ¿eso es sangre? —preguntó, sus manos temblorosas fueron a mi pecho, tocando cuidadosamente. Suspiré y tomé su mano, depositando un beso en su muñeca.
—Que alguien prepare la tina, necesito quitarme todo esto de encima y vestir ropas limpias, quiero que cenemos todos juntos. —indiqué, ella ladeó su cabeza y al ver que no diría más, dio un asentimiento, girándose en sus talones para alejarse—. Y Margaret —la llamé, ella me miró de soslayo y le ofrecí una sonrisa—. Lamento todo lo que te he hecho pasar, te juro que me enmendaré.
—No hay nada que enmendar, John, yo te amo y seguiremos juntos, esos fueron mis votos, ser una esposa obediente y…
—Eres una esposa increíble, te amo, Margaret —dije al fin, se giró hacia mí y las lágrimas rodaron una vez más por sus mejillas, a la vez que una sonrisa diáfana se asomó en sus labios.
—John… —susurró.
—Te amo, anda, necesito un baño, no quiero lucir desagradable, no estará nada bien que las niñas me miren de esta forma.

El sol comenzó a caer, una encrucijada se desató en mi cabeza, ¿debía ir con lord Fulton? ¿Era tan necesario? Quería saber qué es lo que había ocurrido conmigo, no obstante, no quería perder esto, tenía la esperanza de reconciliarme con mi familia, de ser un buen esposo para Margaret, conocer a mi hijo que estaba por nacer, había tanto que no estaba dispuesto a perder, aun así, necesitaba saber qué ocurriría de no hacer lo que se me había pedido.
—John, ¿estás bien? —preguntó Margaret a mis espaldas, sacándome de mi cavilación. Solté una pesada exhalación y giré mi cabeza para mirarla.
—Debo salir ahora mismo —Lo que antes había sido una sonrisa, se apagó abriendo paso a la tristeza, ella seguramente creía que me iría a buscar compañía.
—Lo entiendo… —suspiró, negué con la cabeza y de un par de zancadas, me coloqué frente a ella y la tomé de las manos.
—No, no lo entiendes, no voy a donde crees, lord Fulton desea verme.
—¿Lord Fulton? —interrogó, arqueando una de sus cejas. Le ofrecí un asentimiento y carraspeé aclarándome la garganta.
—Al parecer está interesado en comprar algunos de nuestros corceles —mentí, no era por mi bien, sino por el de ella—. Nos veríamos esta tarde, no puedo fallar, es un buen negocio, pero prometo volver en cuanto termine.
Sus ojos se iluminaron de nueva cuenta, la felicidad irradió de ella y con algo de duda, aproximó su mano a mi mejilla, propinándome una suave caricia a la cual yo reaccioné cerrando los ojos.
—Te amo, esposo, no sabes cuanto le pedí a Dios por este momento, gracias por corresponder mis sentimientos al fin.

—Llega tarde, señor Talbot —dijo lord Fulton, saliendo de entre las tumbas—. Creí que había sido claro con vernos al atardecer.
Sus movimientos elegantes le dieron cierto aspecto espectral, no era un hombre, no sabía si era un diablo o un brujo, así que mantuve mi distancia, aferrando mi mano a la empuñadura de mi espada.
El viento sopló, y el sonido de las ramas de los árboles agitándose, rompió con el silencio, aunque el ambiente seguía siendo denso, soliviantado.
Lord Fulton paseó sus dedos por encima de una lápida, aquel hombre parecía estar en un estado de tal relajación que me resultó por completo desesperante.
—He tenido que idear un plan para poder salir de casa.
—Pensé que no le importaba su esposa, sir John —inquirió sin apartar la mirada de la lápida, mi mandíbula se tensó inmediatamente—. Después de todo, es usted quien se dedicaba a fornicar con distintas mujeres, y dudo que lady Margaret no se diera cuenta.
—Ese asunto no es de su incumbencia, mi lord —siseé, él se giró y, a la velocidad de un parpadeo, se acercó a mí, tomando mi espada, ni siquiera me di cuenta cómo había sido capaz de arrebatármela.
—Todo es de mi incumbencia ahora, muchacho, tu alma se debe a mí, yo fui quien te dio vida.
—¿Qué demonios eres? —mascullé, sus ojos brillaron con determinación feroz y la gentileza de su sonrisa se transformó en sorna. Tragué en seco y mi pulso se volvió ensordecedor.
—John Talbot, has pedido una oportunidad para salvar a tu familia, ahora deberás cumplir con tu parte.
—¿Qué parte?
—Dijiste estar dispuesto a renunciar a todo —señaló—. Eres algo que ya no puede vivir entre los mortales, no podrás caminar bajo la luz, mi buen amigo, usted se ha convertido en un exsanguis, una larva o como nos suelen llamar los búlgaros: upir. Has dejado la luz, para vivir en la oscuridad, cómo un ángel negro que se alimenta de la sangre de sus víctimas.
Sus palabras me dejaron frío, no comprendía todo a lo que se refería, pero algo dentro de mí, me dijo que había saltado de la sartén a las brasas, me había condenado al mismo infierno.
—¿Soy un demonio?
—Te he dicho lo que eres, John, no me hagas repetir.
—Me dices que debo alimentarme de sangre, eso es lo que hace un demonio.
—No, los demonios toman almas, no sangre, esto va más allá que la eterna lucha divina —arrojó mi espada hacia una de las tumbas y a paso elegante, caminó hacia una de las lápidas, para recargarse en ella—, esto se remonta a la aparición del mundo, cuando Adán y Eva vivían en el Edén, si alguna vez leíste las escrituras, te habrás dado cuenta que había más personas habitando el mundo, pero también había demonios, criaturas malditas y al no existir un control sobre el infierno, no había quien protegiera a los humanos durante la noche, sí, la oscuridad siempre ha sido uno de los mayores problemas y temores del ser humano —explicó—. Entonces, así cómo hizo al hombre y a la mujer, a cómo fue hecho cada animal sobre la tierra, Dios creó a unos guardianes de la noche, los cuales se alimentaban de otros animales, teniendo como regla, proteger a su adorada creación, sin embargo, ninguna creación es perfecta y los nuestros ambicionaron.
Mis ojos se clavaron en algún punto sobre una de las lápidas de granito, me pasé ambas manos por el cabello y respiré profundo.
—Sigue —le pedí.
—Cuando los nuestros murieron en el diluvio universal por haber perdido su pureza al fornicar con humanos, el mundo quedó parcialmente desprotegido de la oscuridad, así que Dios, nos creó de nuevo, esta vez se suponía que no habría errores, no obstante, tal y como sucedió con todas sus creaciones, teníamos defectos, lo que culminó con la aparición de uno de los nuestros que cegado por su sed de sangre, volvió a corromperse, esta vez pactando con el mismo demonio para proliferar a la especie, consiguiendo así, el poder de transformar a cuanto humano quisiera, con solo una mordida y el intercambio de sangre, tal y como he salvado tu vida.
—Eso quiere decir que me has quitado mi alma para dársela al mismo demonio —afirmé con temor, él negó con su cabeza y se aclaró la garganta.
—No, déjame terminar, el creador decidió no destruir a su creación de nuevo, así que encontró la manera de contrarrestarla, permitió un cruce único, mortal e inmortal, creando al primero de nosotros nacido de la carne, un exsanguis no mordido, que podía caminar libremente bajo el sol, que se alimentaba como un hombre común, su sangre sería capaz de redimir a nuestra raza, volviendo mortal a todo aquel que se atreviera a probarla.
—Espera un momento —levanté mi mano al frente y tomé una profunda respiración, me estaba costando trabajo el entender todo este embrollo—. Creo que necesito algo de tiempo, vamos por partes, ahora soy una criatura diferente a lo que era, pero no estoy maldito.
—Así es.
—Soy inmortal y tengo la fuerza de diez hombres…
—Quizás la fuerza de más hombres, John —me interrumpió—. Tus sentidos se han agudizado, vista, oído, olfato, tal y como los de una bestia, un cazador, para seguir viviendo, debes alimentarte de sangre de otros, personas o animales, no importa de donde provenga, siempre y cuando sea sangre fresca.
—¿Debo asesinar? —pregunté con horror.
—Únicamente si se trata de maleantes, debemos cuidar de los humanos hasta de ellos mismos.
—Tú, ¿qué papel juegas? —cerró los ojos y me ofreció una media sonrisa, mostrando sus perlados colmillos. La noche dejó todo en penumbras, sin embargo, a la luz de la luna podía ver cómo su fuese de día, tenía razón en lo agudo de mis sentidos.
—Somos un grupo de guerreros que se encarga de restablecer la paz, para vencer al mal, estamos obligados a proteger a nuestra única arma, y yo, mi buen señor, soy un caballero de la orden teutónica de la cruz negra, entre inmortales no podemos asesinarnos, sin embargo, la sangre de esa criatura a la cual hemos llamado la cruz negra, nos ayuda en nuestra lucha, volviendo a los rebeldes mortales, despojándolos de su poder y así, vencemos la corrupción.
—Aun no comprendo quién es el malo, ¿acaso no hay un número? ¿Cuántos corruptos? ¿Quién es su líder?
—No hay líder, querido amigo —respondió haciendo un movimiento elegante con su mano—. Todo aquel que hace el mal debe ser castigado.
—Entonces somos una especie de justicieros, ¿no es así?
—Los justicieros tienen convicciones diferentes, son más producto de la circunstancia, impulsos, nosotros tenemos conocimiento de causa del mal, cómo ya lo mencioné, somos una orden y al haberte dado una segunda oportunidad, tienes dos opciones —Levantó dos de sus largos y pálidos dedos y sus clavó sus ojos en mí—. Ser parte de la orden, como mi pupilo, te instruiré brindándote todo el conocimiento, incluso aprenderás a usar una espada correctamente.
—¡Se usar una maldita espada! —siseé y rompió a carcajadas, irritándome.
—¡Oh, muchacho! Tu manejo de la espada contra el conde de Oxford fue tan patético —exclamó con teatralidad, provocando que la sangre bullera bajo mi piel, me había insultado—, se requiere tiempo para tener un buen dominio, incluso, necesitas tener el suficiente conocimiento cómo para elegir una espada con el filo correcto.
—Miserable…
—¡Shh! —me silenció—. Aún no termino.
—¿Cuál es la segunda opción?
—Morir —sentenció, dejándome frío—. No puedo permitir que uno de nosotros vague sobre la tierra sin rumbo, podrías volverte un corrupto, no nos arriesgaremos a ello.
—No puedo dejar a mi familia.
—Tienes que hacerlo.
—No, yo quiero estar con mi esposa e hijas. ¡Las amo! Tengo un hijo por nacer y…
—Y al haberte convertido en un hijo de la noche, tienes mucho que perder, no podrás salir al sol, porque este te quemará hasta morir en llamas.
—Tú y Thomas Blake caminaron al amanecer.
—Usamos un poco de la sangre de la cruz negra la cual nos ayuda por un tiempo limitado a caminar bajo el sol y conservar nuestra piel caliente, así pasamos desapercibidos —explicó y fue ahí que recordé aquellos frascos—, pero de no usarlos, hubiéramos muerto. Cómo inmortal, no envejecerás, quedarás atrapado en el tiempo, viendo cómo todos a tu alrededor, envejecen y mueren, contigo no ocurrirá nada semejante y al estar con lady Margaret, la gente sospechará, pensarán que se trata de brujería y condenarás a tu familia a la hoguera.
—No puedo abandonarlas, ¿qué les diré? ¿Qué soy un chupasangre?
—No, nadie debe enterarse del secreto, salvo los de la orden.
Me pasé ambas manos por la cabeza, lleno de frustración, no podía creer que ahora que pretendía redimirme y darle a mi esposa lo mejor de mí, me ocurriera esto, sin embargo, lord Fulton tenía razón, si lo que decía era verdad, terminarían quemando a mi familia.
Estreché el puente de mi nariz entre los dedos y cerré los ojos un momento, no podía solo desaparecer, tendría que darle una excusa a Margaret, una con la que quedara satisfecha.
—Debo ir a casa, verla, a mi esposa e hijas, tengo que despedirme.
—No puedes delatarnos, John —inquirió.
—Y no lo haré —señalé—, tengo un plan y usted deberá ayudarme, únicamente prométame que esta condena valdrá la pena algún día.
—Lo valdrá, lo juro.
Acerqué mi mano, estrechándola con la suya, sellando nuestro pacto, todo lo que ocurría aún era difícil de comprender, era tan irreal que seguro me demoraría años entenderlo todo, saber mi propósito y mis limites, pero correría el riesgo, probablemente, salvar a otros me ayude a redimirme.
Una respuesta a «🔒 Capítulo 5: Explicaciones»
Pobre Margaret