Hank
Aparqué el auto a la orilla de un camino de terracería, justo a pocos metros de distancia del sitio. Trent y Chuy pidieron llegar al Lupita para dejar dos de las botellas con sangre macerada de Hayley, al ser nuestra única arma, sería estúpido de nuestra parte no tener reservas, aunque en lo menos que pensaba en este momento era en aquello tan esencial.
Por mi cabeza vinieron una y otra vez las imágenes que había recibido al móvil, estaba por completo cabreado, necesitaba ver a Krista y aunque sabía muy bien que cabía la posibilidad de que Josephine estuviese controlando su mente, al hacer una retrospectiva a nuestro pasado, no podía evitar sentir celos, por supuesto, también el malestar de que ella hubiese accedido a serme infiel, después de todo, al igual que yo, tuvo bastantes amoríos y no solo eso, estaba enojada conmigo por todo lo sucedido el fatídico día de nuestro aniversario de bodas.
Tomé una profunda respiración, siendo presa de la desesperación, quería correr hacia aquel viejo edificio con muros ruginosos, vestigios de lo que alguna vez fue un fuerte lleno de historia. Miré un momento hacia el cielo, el atardecer había llegado hacía unos minutos atrás y el bloqueador nos permitía estar expuestos a los últimos rayos solares.
Cerré los ojos un momento e hice uso de mis sentidos, tratando de captar cualquier sonido, cualquier aroma, por más insignificante que fuere, era necesario saber qué era lo que nos deparaba estando allá adentro.
Trent me propinó un leve codazo, abrí los ojos y miré en su dirección, con un movimiento de su cabeza, me indicó que lo siguiera, Chuy ya se encontraba por llegar a la entrada del ala oeste, le ofrecí un asentimiento a mi compañero y juntos atravesamos la maleza, la cual había crecido hasta llegarnos a la altura de la cintura. El silbido del viento invadió mis oídos, erizándome la piel, miré hacia las ramas secas de los árboles y en ellas se posaron unos cuantos cuervos que no nos perdían de vista, graznando de vez en vez, siempre atentos a nuestros movimientos, haciéndome sentir en un escenario similar al de aquella película de terror de los sesentas llamada Los Pájaros.
Chuy se adentró por un acceso oscuro y estrecho, con un fuerte aroma a humedad, sus pesados pasos reverberaron haciendo eco en cada rincón de las ruinas, Trent y yo compartimos un par de miradas y asentimos ante nuestra pregunta no formulada.
Con solo poner el primer pie dentro del lugar, el aroma a muerte vieja invadió mi nariz, había vampiros en la zona, o por lo menos, dejaron un rastro. El aroma férreo de la sangre me hizo estremecer, temí que hubiesen herido a Krista y cuando me dispuse a correr, Trent me sujetó con fuerza por la muñeca llamando mi atención.
Fruncí el ceño y al mirarlo de nueva cuenta, negó con su cabeza y señaló su oído, indicándome que pusiera atención, entorné los ojos y me dispuse a obedecer. Caminé un par de pasos, tomando cierta distancia, un sonido se manifestó, hice lo posible por captarlo, no obstante, me sentí confundido al no saber de dónde provenía, no al principio. Lo malo de estos lugares era que al tener tantos pasillos y cámaras, el sonido tendía a rebotar en cada muro, se perdía y era complicado localizar la fuente de este.
Vimos en dirección a Chuy que nos hizo señas para acercarnos a él, así que, con cuidado de hacer el menor ruido posible, nos aproximamos y descubrimos frente a nosotros tres túneles por completo oscuros. Trent sacó su móvil del bolsillo, al ser vampiros no necesitábamos tener iluminación para ver en la oscuridad, por lo que supuse que se trataba de algo más que usar la lámpara de este.
Sus dedos fluyeron por la pantalla y nos mostró una nota.
«Debemos dividirnos, Hank, tú a la izquierda, Chuy al centro y yo a la derecha, así abarcamos más terreno»
Logré leer, compartí miradas con ambos y me percaté de cómo Chuy también tomó su móvil, tecleando sobre la pantalla. Cuando lo giró hacia nosotros pude apreciar lo bueno que era el tipo para llevar a cabo un plan de rescate, teniendo prevista cualquier contingencia.
«Dividí la sangre en tres frascos más pequeños, es nuestra única arma, debemos de llevar uno cada quién y si hay demasiados enemigos, no jueguen a ser valientes, debemos atacar en grupo»
Le ofrecí un asentimiento y guardó el móvil de vuelta en su sitio, para inmediatamente después, sacar del bolsillo frontal de su mochila dos frascos de cristal, entregándonos uno a cada uno. Recogí el que me correspondía y luego de compartir un par de miradas más, los tres nos perdimos en la oscuridad, tomando cada quien su camino.
A cada paso que daba, el ambiente se tornaba denso y pesado, el silencio soliviantado solo se rompió cuando el sonido de mis pasos resonó por el corredor. Al llegar a cierto punto, me detuve y mi corazón se aceleró, pasando de un simple latido a un zumbido, mi boca se hizo agua al percibir el aroma a sangre fresca, algo no andaba bien, un sitio atestado de vampiros hambrientos y un humano no eran buena combinación.
Me acerqué cuidadosamente a uno de los muros, mis dedos rozaron estos e hice una mueca de disgusto al sentir algo viscoso en la mano, al mirarlo se trató de simple moho, pero fue ahí que escuché un sonido, no, más bien, se trató de un gemido. Me quedé estático esperando a que algo más se manifestara y de nueva cuenta, un gemido más reverberó por los pasillos, cerré los ojos tratando de buscar la fuente, arrastré los pies, guiándome por el sonido y el sutil aroma de la sangre, cuando este se volvió más fuerte, abrí los ojos y me llevé una sorpresa al llegar hasta una cámara de grandes muros de roca, por completo oscuros, donde se conectaban cada uno de los corredores.
Me quedé estupefacto al ver que en el suelo había un trozo de tela ensangrentada, un señuelo, sin embargo, mi asombro aumentó al máximo al toparme con una imagen proyectándose en el muro, sí, alguien había colocado intencionalmente un pequeño proyector sobre una silla vieja y a su lado, un móvil. La piel de mi cuerpo se erizó al escuchar los gemidos de placer, por el tono, supe que se trataba de mi esposa. Aun rehusándome a mirar, me armé de valor y al levantar el rostro mi boca cayó abierta, en la proyección vi una escena familiar y una ola de sentimientos, encabezados por la vergüenza y el enojo hacia mí mismo me arrastraron.
Era un video íntimo que habíamos filmado en nuestras vacaciones el verano pasado, reconocí las imágenes enseguida y me sentí más estúpido que nunca al ver que el pelinegro al que juré arrancarle las bolas era, ni más ni menos que yo.
Su cuerpo, su piel, sus gestos, todo era provocado por mí, nadie la había tocado cómo yo, no se había dejado corromper por nadie más. La culpa me aplastó con una fuerza impresionante al aceptar que la había juzgado sin tener pruebas suficientes, había dudado de ella, «El león piensa que todos son de su condición» pensé para mis adentros, admitiendo que de estar en su lugar, yo le hubiese pagado con esa moneda, era tan miserable, una porquería que no se la merecía, siempre fui un hombre promiscuo, ella me había frenado al darme todo lo que necesitaba, siendo esposa, amante y amiga, era mi todo por voluntad propia, yo no le aportaba nada, solo me dediqué a tomar un poco de su luz cada día de nuestra vida juntos.
Mis ojos se cristalizaron a consecuencia de las lágrimas retenidas, la ira fue sustituida por la tristeza y el miedo, necesitaba verla, salvarla. Al escuchar el sonido de pasos, me puse en alerta, miré en todas direcciones hasta toparme con Trent y Chuy, ellos arquearon sus cejas al ver el video que se proyectaba en el muro.
Solté una pesada respiración, con pasos presurosos, me aproximé hacia el móvil para detener el video, fue justo entonces que una carcajada apagó el sonido de los gemidos. Mi sangre hirvió cuando vi el rostro de Josephine en la pantalla del móvil, seguramente, habría tomado el móvil de mi esposa, violando nuestra privacidad al tomar nuestro video y fotografías, para luego, enviarlas al suyo.
—¡Oh, Monsieur Talbot! ¿En verdad creíste que esto sería sencillo? —manifestó Josephine en la grabación con cierto aire de teatralidad.
—¡Hija de puta! —siseé, rechinando los dientes. En las imágenes pude ver cómo se paseó por la misma cámara donde ahora nos encontrábamos. Mis ojos se abrieron cuál plato cuando vi en aquella proyección a Krista, atada de pies y manos.
El corazón se me atascó en la garganta cuando Josephine la tomó por los cabellos, obligándola a mirar hacia la cámara.
—Mírala, John, ¡pobrecilla! —ronroneó, mientras mi esposa encogió el rostro en una clara señal de dolor—. Tiene rostro de ángel y está casada con el mismo demonio, la muy estúpida dijo que vendrías por ella porque la amas, yo le aposté que vendrías por celos, que eras tan imbécil que seguramente no habrías sido tan inteligente cómo para notar que quien aparecía en las imágenes que te envié eras tú —señaló haciendo un fingido puchero.
—Por favor, no me lastimes. ¡Suéltame! —sollozó Krista. La bilis ascendió por mi garganta, quemándola al instante, era un maldito que la había puesto en peligro y lo que más me había afectado era el hecho de que Josephine tuviera razón, vine porque la duda me estuvo carcomiendo desde que me envió esas imágenes y terminé como un estúpido.
—¿Qué mierdas pasa? —preguntó Chuy.
—¡Qué me sueltes! —gritó mi esposa una vez más con un hilo de voz, su miedo era tan palpable que a pesar de tratarse de una simple grabación, era como si la estuviese viendo en persona.
—No tengo idea, compadre —respondió Trent. Vi como Krista luchaba por liberarse de su agarre y la ira se apoderó de mí cuando Josephine le propinó una bofetada—. Hank —me llamó, levanté mi mano para detenerlo sin apartar la mirada de la proyección, en la cual, solo podía ver a Krista llorando y a Josephine rompiendo a carcajadas.
—¡Mon Dieu! ¿Qué no sabes callarte, niña? —masculló, arrojándola contra el suelo. Mis manos temblaron y Josephine miró directo a la cámara una vez más—. Te conozco tan bien, John —espetó Josephine—, si estás viendo es porque no cumpliste con lo acordado —aseguró encogiéndose de hombros—, así que sí no tengo al niño, tú no tienes devuelta a tu petite femme, monsieur, esto te enseñará a obedecer mis órdenes, tómalo como… ¿Cómo lo llaman ustedes? —Se frotó el mentón para luego levantar su dedo índice a la vez que gesticuló una sonrisa—. ¡Oh, oui! —exclamó haciendo ademanes con sus manos—, strike, a las tres, se acaba el juego, John, llevas uno.
—Hank, huele a muerte vieja aquí —me indicó Trent, la grabación se terminó y al mirar a nuestro alrededor pude ver sombras.
—Mierda —gruñó Chuy—. Estamos rodeados, hay que pelear si queremos salir de aquí.
—Yo los metí en esto, viejos —inquirí, tomando el frasco de sangre que había colocado en mi chaqueta.
—No hay culpables, compadre —farfulló Chuy—, yo estoy aquí por voluntad propia, ahora, no se distraigan, huelo a seis vampiros hambrientos, hay que atacar.
—Será mejor que guardes ese móvil contigo, viejo —me señaló Trent—. Quizás esa demente te contacte por llamada, no lo sabemos.
Le ofrecí un asentimiento, guardando el artefacto en uno de los bolsillos de mis vaqueros.
—¡Aquí vienen! —gritó Chuy y un grupo de seis vampiros se nos arrojaron encima.
Debía ser más rápido, más inteligente, más fuerte, todo con tal de enmendar mi error, en estos momentos yo era Dante y Krista mi Beatrice, debía cruzar este infierno con tal de salvarla, cueste lo que cueste.
—Hasta mi último respiro, Kris.

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Alejandra Arce