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Hank: Inmortal

🔒 Capítulo 13: Un extraño anfitrión

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Hank

Llegamos a un restaurante de comida mexicana llamado Lupita, ubicado entre la avenida Carrollton y la calle Iberville. El edificio frente a nosotros era de ladrillo, con grandes letras rojas iluminadas, ventanales y algunas mesas y sillas al exterior. El olor de la comida llegó a mi nariz, era peculiarmente reconfortante, y para mi sorpresa, el sitio estaba repleto.

Trent me hizo una seña y juntos caminamos entre la multitud que salían con bolsas de papel atestadas de comida, algunos más se encontraban sentados en sus mesas degustando de tacos y gran variedad de salsas picantes, mi apetito se acrecentó con el aroma a carne asada, y fue que caí en cuenta que desde la desaparición de Krista, no había probado bocado, ni de comida humana, mucho menos de sangre.

Al llegar al mostrador, una chica no mayor de veinticinco años, esbelta de cabello castaño, ojos negros y piel latina nos recibió con una sonrisa cálida, portaba un uniforme que consistía en una polera negra con el nombre del lugar bordado al lado izquierdo de su pecho y un delantal con colores verde, blanco y rojo, cómo la famosa bandera del país vecino. A pesar de mi falta de humor debido al mundo de problemas que enfrentaba, con algo de dificultad, le devolví el gesto y ella hizo su sonrisa más amplia, mostrando un par de colmillos sobresaliendo.

—¡Bienvenidos a Lupita! —saludó con acento extranjero—. ¿Les muestro el menú? Esta noche tenemos un especial de tacos al pastor y chiles en nogada —dijo animada, extendiendo un menú plastificado hacia nosotros, Trent negó con su cabeza y le indicó que se acercara un poco más, ella se inclinó sobre el mostrador y logré escuchar.

—Venimos a ver a Chuy.

La chica se incorporó y con un sutil movimiento de su cabeza, nos indicó que nos dirigiéramos hacia la puerta que se encontraba al costado.

—Ya los atiendo, caballeros —respondió atenta—, permítanme atender a estos clientes y enseguida llamo a mi jefe.

Nos ofreció un guiño y me crucé de brazos encarando a Trent.

—¿Chuy? —interrogué.

—Sí, créeme cuando te digo que estarás frente a toda una celebridad, es el dueño de la cadena de restaurantes mexicanos, no solo en Nueva Orleans, viejo, sino también en Texas y Alabama.

—Trent, no he venido a socializar, Krista corre peligro y…

—Caballeros —interrumpió la chica del mostrador—, pasen, en un momento los atenderá mi patrón.

—¡Gracias, Rosa! —exclamó mi acompañante y ella se mordió el labio en un gesto coqueto, algo me decía que este par tenía algo, sin embargo, en estos momentos no estaba para averiguar sobre los romances de Trent, sino para saber a qué carajos me había traído con este tipo.

Pasamos un acceso de cristal, caminando por un largo pasillo hasta llegar a una oficina, también con una puerta de cristal, detrás de un escritorio, vi a un tipo corpulento, que al notar nuestra presencia, se puso de pie y se aproximó abriendo para nosotros.

—Hola Chuy, ¿qué hay? —saludó Trent estrechando su mano.

Aquel hombre era bastante alto, quizás llegaba al metro con noventa, cuerpo musculoso y de espalda ancha, cabello con corte militar, casi rapado, con barba de candado y sombra de un bigote oscuro, su piel era morena clara, lucía más como si estuviese bronceado, ojos marrones, de mirada fuerte y rostro curtido de rasgos toscos, ahora comprendía a lo que se refería Trent con eso de que necesitaba conocerlo, lucía como un mercenario, más si tomaba en cuenta la cobra tatuada en su brazo izquierdo y las cicatrices que surcaban la piel del brazo derecho, semejantes a arañazos profundos.

—¿Qué pasó, compadre? —devolvió el saludo con sorpresiva animosidad que me dejó un tanto desconcertado, su forma de expresarse no tenía nada que ver con su físico. Hizo ademanes con sus manos a la vez que esbozó una media sonrisa—. ¡Ándale! Pasa, pasa, y tú también, carnal —me señaló—. Pásale que aquí hay sillas para las visitas.

Cuando Trent y yo nos adentramos en la oficina, pude percibir el sutil aroma a incienso, sándalo, aunque mi nariz había quedado prendada del olor de la comida del restaurante. En un rincón, pude ver lo que creí era un pequeño altar, imágenes religiosas, Cristo y la virgen, unas fotos de una mujer mayor y un joven con gran parecido a nuestro anfitrión, velas encendidas, una botella de tequila y dos vasos. En cuanto al resto de la pieza, todo era pulcro, bastante ordenado, con muros blancos y pisos negros con acabado mármol, un escritorio de armazón de metal con superficie de cristal un tanto minimalista sobre el cual descansaba un moderno ordenador, una estantería con algunos libros y trofeos aguardaba justo atrás de este, empotrados en los muros de los costados había unos cuantos reconocimientos a sus restaurantes, todos perfectamente enmarcados, al otro extremo de la pieza, una puerta de madera oscura resaltaba, supuse que se trataba del baño, algunas plantas artificiales fungían cómo decoración y finalmente, tres sillas.

—Es mi jefecita y mi hermano que ya no están en este mundo —respondió una pregunta no formulada, refiriéndose a las fotografías.

—Lo siento mucho —me excusé, vacilando en si decir algún otro comentario o no.

—No te preocupes, compadre, fue hace bastante tiempo, pero díganme —se acercó hasta su silla tras el escritorio, tomando asiento, extendió su palma indicando que tomáramos los lugares frente a él y no dudé en sentarme un momento—, ¿qué los trae por aquí? Cualquier amigo de mi compadre Trent, es amigo mío.

—Chuy… —suspiró Trent inclinándose sobre su asiento, me dio un rápido vistazo por el rabillo de su ojo y miró de vuelta al tipo—. Necesitamos de tu ayuda urgente.

El gesto del hombre cambió drásticamente a uno serio, me miró un par de segundos y tragué en seco, me resultaba por completo intimidante, esa mirada inquisitiva que parecía estar juzgando mi alma.

—Dime, pero antes, preséntame a tu amigo —le pidió levantando la barbilla en mi dirección.

—Hank Hiddleston —me adelanté estirando mi mano hacia él, que, sin un atisbo de duda, la tomó, estrechándola con una de las suyas, su agarre era firme, seguro de sí.

—Jesús Guadalupe García García, pero mis compadres me llaman Chuy.

—Chuy, pues ya sabes cómo se llama este tipo —indicó mi acompañante—, pero a lo que vengo es a que nos ayudes, bueno, a que lo ayudes a él.

—¿Cuál es la misión? —interrogó reclinándose sobre su asiento y colocando las manos detrás de su cabeza en una postura relajada.  

—Ir por la exnovia loca, rescatar a la esposa y salvar al mundo.

—A ver, a ver —espetó, levantando sus manos para detenerlo—. Necesito más explicaciones que eso, tú eres un vampiro, ¿cierto? —me cuestionó.

—Sí, y soy miembro de la orden de la cruz negra.

—¡Oh, ya! —exclamó como si estuviese restándole importancia—. La chica que dicen que a los vampiros los vuelve humanos, el oficial Anderson me habló de eso.

—¿Conoces a John Anderson? —pregunté exaltado, él me ofreció una sonrisa, mostrando sus crecidos caninos y dando un asentimiento.

—¡Claro! Él también es mi compadre. ¡Ay! Tenía una hija bien guapa…

—Se llama Krista —siseé cuando se mordió el labio, una chispa de celos se avivó en mí—, y es mi esposa.

Sus cejas se arquearon con sorpresa mientras yo entrecerré los ojos. Trent reprimió la risa y esto acababa de convertirse en una conversación incómoda, Chuy se aclaró la garganta y tomó la botella de agua que aguardaba sobre su escritorio.

—Está bueno, yo solo decía que estaba guapa, yo respeto, carnal, pero díganme pues, ¿qué pasó?

—Te lo resumo en que este tipo convirtió a una francesita chiflada hace como siglo y medio y la creyó muerta, luego este se casó con Krista que para en ese momento ya la había convertido en vampiro y vivían su cuento feliz al estilo de la muñeca Barbie, pero luego aparece la francesa, les arruina la fiesta y la esposa de mi buen amigo Hank, pide a su amiga que la vuelva humana de nuevo y ¡pum! —Hizo ademanes con sus manos simulando una explosión—. Llega la loca a casa de los amigos y secuestra a Krista, luego se dan cuenta que la tipa tiene la capacidad de controlar la mente incluyendo la de los humanos y esto se convierte en una misión de búsqueda, rescate y exterminio —resumió Trent, el tipo se pasó el índice por el labio inferior, frunció el ceño como si estuviese procesando toda la información y luego volvió su vista en mí.

—Sinceramente y sin ofender, ¿cómo es que tú puedes ayudarme? —pregunté, el tipo sonrió de nueva cuenta y suspiró.

—Rara vez puedo llegar a ser serio, estando bajo este techo suelo ser un hombre muy jovial, ¿sabes? Lo veo como un hogar, sin embargo, todos tenemos máscaras, amigo —expresó con voz hipnótica, se puso de pie y se encaminó al altar, tomando la foto del joven—. Tengo un apodo muy peculiar, el ángel de la muerte, me llaman de esa manera debido a que dos veces al mes, hago un viaje para recorrer la frontera, buscando cadáveres de personas que fueron abandonadas en el camino, luego llevo esos cuerpos al forense o a la oficina de migración más cercana, claro, sin dejar rastro, todo con el fin de que ninguna familia se quede sin saber de sus familiares, que tengan un cuerpo que velar, sepultar y una tumba en la cual llorar su pérdida, no obstante, también aprovecho ese viaje para ir de caza. Los traficantes merecen castigos, aquellos que prometen el sueño americano a los pobres indocumentados, que los estafan robándoles su dinero, dejándolos a su suerte en el desierto, pasando hambre y sed, siendo presas de los coyotes y los escorpiones, esos cabrones que no se tientan el corazón para incluso separar a una madre de su hijo solo para sacar provecho y venderlo a algún degenerado —masculló tensando su mandíbula, su voz se volvió más ronca con cada palabra, había resentimiento en él—. Voy tras esas bestias y corto sus gargantas con mi cuchillo, bebo su sangre desde mi tarro favorito y no dejo huellas, al contrario de los inocentes, estos corren con la suerte de ser comidos por los carroñeros luego de que acabo con sus vidas, los animalitos me ayudan con mi trabajo.

—¿Puedo saber por qué lo haces? —cuestioné, su gesto se tornó melancólico y cerró sus ojos dejando visible su dolor.

—Eran los años setenta, para ser más exacto, en el setenta y cinco, mi hermano, Nicolás y yo, decidimos venir a la tierra prometida a buscar suerte, vivíamos en un pueblito del estado de Sinaloa en México, nos dijeron que por Sonora era difícil el cruce y encontramos un contacto que nos llevó a Tamaulipas, solo éramos él y yo, mi mamá era soltera, se llamaba María Guadalupe, todos en el pueblo le decían Lupita, de ahí el nombre de este lugar. Volviendo a mi aventura, ella no quería que nos fuéramos, dijo que era peligroso, pero estábamos muy jodidos, éramos una familia muy humilde, yo salía a vender dulces en los cruces de caminos debajo de los semáforos, mi hermano limpiaba parabrisas, apenas logramos terminar la escuela primaria, vivíamos en una casa hecha de palos y láminas, así que cuando yo tenía treinta y mi hermano veintiocho, decidimos aguantarnos y buscar algo mejor, al llegar a río bravo, cerca de un lugar llamado Los Alacranes, dijeron que cruzáramos en una balsa pequeña que tenía el coyote… Traficante —se corrigió—, esos tipos no merecen llamarse como esos animalitos. Subimos al bote y al llegar a la orilla, nos hizo caminar bajo el sol radiante de junio por tres días, con hambre y sed, hasta llegar a Cementerio Viejo, el hijo de su puta madre nos amenazó con una pistola, diciendo que le diéramos su dinero, que él ya había cumplido con cruzarnos la línea, yo le dije que el trato era llevarnos hasta McAllen, entonces… —Soltó una pesada respiración, vacilante, y una lágrima resbaló por su mejilla, la cual rápidamente limpió con su mano libre. Su dolor era palpable, era un hombre que contrario a mí, tuvo una vida cruel desde la infancia, con carencias y experiencias duras—. Una bala llegó a la frente de Nicolás, murió al instante, luego me disparó en la pierna para inmovilizarme, pero como yo me puse a luchar hasta el final, me hizo esto —Señaló las cicatrices en su brazo— con una navaja, luego tomó mi mochila junto a las cosas de Nicolás y escapó, dejándonos a nuestra suerte, vi como mi hermano fue devorado por los buitres y coyotes, era como estar en el infierno, se los juro que así fue, luego, una noche fría, estaba a punto de desfallecer, en la única que pensaba era en mi pobre madre que jamás sabría de nosotros, recé mucho a Dios, que me ayudara, que me encontrara la migra por lo menos para hablar una última vez con ella antes de morir, sin embargo, apareció el tipo más raro que haya visto antes, dijo ser un vampiro y que me ayudaría dándome una segunda oportunidad, para ser gringo tenía muy buena dicción del español, su nombre era James Cubbins. Me transformó y me ayudó a dominar mis habilidades, me dio escuela y casa, gracias a él soy lo que soy ahora, y tuve la dicha de poder hablar con mi madre una vez más, aunque la pobre no aguantó la tristeza cuando le dije lo que ocurrió con Nicolás, ahora los dos están juntos allá con Dios —se persignó y acomodó la fotografía de vuelta en su sitio.

—En verdad, lo siento mucho, Jesús.

—Chuy, usted dígame Chuy, soy su compadre ahora, aunque es algo extraño que yo me vea más viejo que tú cuando realmente tienes más de cien años —refirió, sonreí levemente. Él se había abierto a mí, lo menos que podía hacer era darle información de mi vida.   

—Tenía veintisiete cuando me transformaron, fue en el mil quinientos.

Su boca cayó abierta con sorpresa y miró de mí a Trent.

—Oye, este es un fósil.

—¡Hey! —lo increpé y Trent reventó a carcajadas.

—Tranquilo, carnal, era una broma —inquirió con diversión, rodé los ojos con enfado y terminé por sonreír ante el comportamiento de nuestro peculiar anfitrión.

—Bien, Chuy, se de tu vida, pero no sé cómo podrías ayudarme.

El tipo cambió su postura, cuadró los hombros y caminó hacia la estantería, de esta, sacó una libreta, muy parecida a esas agendas telefónicas antiguas, se acomodó de vuelta en su asiento y nos la mostró.

—En primera, compadre, esto es como la sección amarilla de los vampiros, gracias a mis viajecitos me hice de muchos contactos, nombres, números de teléfono, direcciones, correos electrónicos, hasta su registro dental, todo está aquí, y si yo les digo que necesito ayuda, no van a dudar en dármela porque es una especie de acuerdo que hay entre nosotros, una comunidad, ¿sabes? La mayoría somos paisanos, otros son vampiros que conocí gracias a James, así que hombres tengo, en bastantes partes de país y también fuera, pero en caso de que no confíes en ellos… —Su semblante se volvió serio, su piel palideció y sus ojos se tornaron negros, me puse en alerta ante su amenaza, sin embargo, únicamente me sonrió sin llegar a tomar la forma terrorífica de un vampiro, nuestra apariencia real—. Tengo la habilidad de entrar en las mentes de las personas y causarles alucinaciones, tiene que ver que James también tiene poderes raros, pero para yo poder explotar dichas habilidades, debo tomar nuestra forma real o por lo menos parcialmente.

—Ya veo.

—¿No me crees? —preguntó y antes de que pudiera responder, sentí una sacudida, frente a mí pareció explotar algo, la habitación se llenó de fuego y cadáveres, me puse en pie de un salto, miré hacia la salida, pero la puerta se esfumó, las llamas crepitaron aproximándose a mí, mientras que los cuerpos se retorcían al ser incinerados, y el humo junto a la carne quemada impregnaron mi nariz, provocándome un ataque de tos. Mi corazón se aceleró, latiendo desbocado, estaba asustado, podía sentir el calor abrazador de las llamas, cerré los ojos y al abrirlos de nueva cuenta, todo había desaparecido, una ilusión demasiado real.

—¡Qué mierdas! —vociferé aun temblando. Chuy se aproximó a mí y palmeó mi hombro.

—Te dije que podía provocar eso, ahora, vamos, imagino que tu muñequita necesita ayuda urgente.   

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