Daniel Rubier
Judith era una chica que me intrigaba demasiado, a pesar de su corta edad era muy inteligente mucho más de lo que ella tal vez pensaba que era. Mantuve mucho de mi tiempo de trabajo por la mañana pensando en como fue a parar viviendo sola en un lugar como el que vive ahora. Cuando pensaba en la posibilidad de no volver a verla, por que muy en el fondo mi mente sabía que no debía involucrarme demasiado en sus problemas, algo en mi pecho se clavaba como daga. Entre más la conocía más difícil se me hacía poder separarme de ella. Resople, antes de tomar el teléfono móvil para hacer una llamada. No solía hacer este tipo de cosas más que sólo cuando fuera muy necesario para alguno de mis casos, pero esta ocasión era sobre algo especial.
—¿Victor? —pregunto en cuánto escucho que mi amigo atiende la llamada.
—Hola Daniel, ¿cómo estás? ¿Qué tienes para mí ahora? —sonrío, Victor me conoce demasiado bien ya que siempre le llamo para que me apoye en alguno de mis casos, es un oficial de la fiscalía, nos conocemos desde hace años.
—Te llamo por que necesito pedirte un favor especial, hay un tipo que necesito que arrestes, intento abusar de una chica no quiero que ella este en peligro…
Escucho su silencio.
—Bien, pero ¿ella ya hizo la demanda correspondiente?
Muerdo mi labio.
—No, no la hizo, pero tengo los datos donde vive y como se llama, sólo quiero mantenerlo lejos de ella, yo mismo presencie los hechos.
—Bien, crees que puedas venir a hacer una declaración en contra de él una vez que lo hayamos localizado.
—Si claro…
—Pásame la información cuando tenga noticias te llamo.
—Gracias amigo.
—Para eso estamos.
Cuelgo. Si Victor puede atrapar y encarcelar al padrastro de Judith estaré mucho más tranquilo, he pasado las últimas dos noches en su casa y esto no es normal. Pero a la vez se me va haciendo una costumbre ir a visitarla, cómo hoy que debería estar haciendo planes para salir a tomar algo con algún amigo a un bar para charlar y en lo único que pienso es en ella.
Judith López
Todo el día he estado pensando en Daniel. No me dijo si hoy lo vería, pero ayer que me busco a casa mi corazón se puso muy feliz de poder verlo de nuevo. Él era como un ángel para mí, un ángel enviado del cielo para cuidarme. Estaba muy agradecida. Pensé en como podría ayudarlo y lo que se me ocurrió me mantuvo de buen humor todo el día y con ansias de poder llegar a casa. Por la tarde cuando salí del trabajo, decidí pasar al puesto de ropa de segunda a dos lugares de donde estaba la frutería de doña Mati.
—¿Tienes mucha prisa por salir Judith? —me pregunta la dueña de la frutería cuando tomo apresurada mi bolsa.
Asiento con una sonrisa que no puedo dejar de dibujar en mi rostro.
—Si doña Mati, pasaré al puesto de ropa a buscar algunas cosas.
—Entonces nos vemos mañana, cuídate muchacha.
—Gracias, doña Mati nos vemos.
Salgo disparada del puesto. En el local de ropa encontré una playera y unos pantalones de mezclilla que según yo eran como de la talla de Daniel. Pobre. No imagino las razones por las que debió haber terminado viviendo en la calle. Es tan buena persona, ojalá pudiera ayudarlo, pero con esto es lo único que puedo hacerlo. Esperando que le quedarán, me dirijo a casa. Cuando bajo del bus en la avenida de siempre, miro a todos lados esperando encontrarlo, pero no se ve por ninguna parte. Camino hasta llegar a casa. Poco a poco mis ánimos van decayendo, en verdad esperaba verlo. No se que me pasa con él. Me gusta su compañía. Llego a casa, doy un último vistazo por la calle, pero al no verlo, entro. Dejo la bolsa con ropa arriba de la cama. Saco las manzanas que traje del mercado. Debería hacer algo para cenar, pero he perdido el apetito. Suspiro. Entonces mi corazón da un vuelco de repente cuando escucho que alguien toca a la puerta. Encarrerado camino hasta ahí abriendo.
—Hola —lo veo frente a mí.
Mi sonrisa se ilumina al verlo de nuevo.
—¡Daniel, viniste! —exclamo emocionada, no se si esto esta bien, él es un desconocido, pero la felicidad que me hace sentir al estar cerca de él me hace sentir nuevamente que tengo una vida, no como una muerta andando como solía hacerlo antes.
Saca algo de la bolsa que lleva en la mano. Entrecierro los ojos para ver que es una cerradura nueva.
—Con esta cerradura, esta débil puerta de madera se reforzará, así no correrás peligro de que alguien quiera entrar por las noches.
—Gracias Daniel, pero… ¿cómo es que la compraste? —pregunto haciéndome algunas ideas en la cabeza que no me agradan del todo.
—No te preocupes por eso, enseguida la instalo —dice sonriendo.
—¿La robaste? —dejo salir mi mayor miedo en voz alta, no quisiera que la imagen que me he creado sobre Daniel se derrumbe.
—No, claro que no, deja de preocuparte por eso.
—Es que no tienes dinero.
Ignora ese último comentario mientras retira el candado de la puerta y comienza a instalar la nueva cerradura. Lo miro atenta, lo observo de arriba abajo sintiendo pequeños espasmos en mi estomago y vientre. No se por que me siento así, nunca había experimentado estas emociones más que con el padre de mi hijo, pero… sacudo mi cabeza, prometí que ningún hombre se volvería a burlar de mí. Daniel no se veía como el tipo de hombres que jugarán con las mujeres.
—Ya quedo —dice probando, cierra y abre la puerta varias veces.
—En verdad gracias —lo abrazo, es la primera vez que lo abrazo, puedo sentir un ligero aroma a loción, frunzo el ceño, tal vez sea mi imaginación, o tal vez si se haya puesto loción. Lo invito a pasar y le pido que se siente en la silla de siempre. Voy por la bolsa con la ropa que he comprado y se la entrego en las manos —es para ti.
Nuestras miradas se cruzan, juego con mis dedos esperando que le guste.
—No te hubieras molestado —dice sacando la ropa de la bolsa.
—Quería darte un obsequio en agradecimiento por todo, en especial por ser mi amigo —sonrío tímidamente.
—¿Somos amigos? —pregunta algo incrédulo. Asiento feliz.
—Sólo si tu quieres, puedes venir las veces que quieras y si no tienes un techo donde vivir, puedes quedarte aquí.
Se pone de pie sorpresivamente, guarda la ropa y noto con temor como su gesto cambia a uno más serio.
—Soy un desconocido Judith, no deberías confiar en alguien como yo.
—¿Por qué? —pregunto confundida.
—Por que eres una niña muy inocente, debes ser más inteligente al tratar a la gente, si yo fuera otra persona, ya me hubiera aprovechado de ti —gruñe con molestia, eso me pone tensa.
—Pe… pero… no lo has hecho, si hubieras querido ya lo hubieras hecho, en cambio me cuidas y te preocupas por mí, ¿por qué? —ahora mis ojos comienzan a humedecerse y mis labios a temblar.
Chasquea la legua para acercarse a mí con angustia, posa una de sus manos en mi mejilla limpiando las lagrimas que caen en mis ojos.
—No llores, no fue mi intención, pero me preocupa que alguien pueda aprovecharse de tu inocencia…
—Si estás aquí nadie lo hará —lo interrumpo, no quiero que se aleje de mí, en todos estos años no he tenido a alguien cercano con quien hablar o pasar el tiempo y él en tan pocos días se ha convertido en alguien especial para mí, no quiero que se aleje.
—Tranquila, seremos amigos.
Sonrío como niña complacida.
—Pruébate la ropa, quiero verte —le pido.
—Voltéate —cosquillas recorren desde mi estómago hasta mi bajo vientre, hace una seña para que me de la vuelta, lo hago sin replicar —no mires.
Niego con la cabeza. Cierro los ojos al pensar que se esta desnudando en la misma habitación donde estoy. Paso saliva.
—¿Ya? —le pregunto.
—No…
Respiro profundo.
—¿Ya?
—No… —después de varios minutos en silencio —ya puedes voltear.
Llevo mis manos hasta mi boca, boqueo, era como lo imaginaba. Ahora con la camiseta puesta puedo vislumbrar sus brazos musculosos.
—¿Qué tal me veo?
—Muy bien —suelto lentamente aún sin despegar mi vista de él —pareces otro hombre.
Sonríe con satisfacción.
—¿Ya no parezco un vagabundo?
Niego con la cabeza, estoy tan impresionada por el cambio.
—Siéntate en la silla Daniel, falta algo más.
—¿Qué? —pregunta confundida.
—Un buen corte de cabello y podrás conseguir un trabajo digno, ya no tendrás que vivir en la calle.
—Ahh nooo…. Eso si que no, no me cortaré el cabello.
Sonrío traviesa.
—Por favor, es mi manera de agradecerte.
—Agradece con otra cosa…
—Daniel no seas infantil —tomo su mano que se siente cálida y lo jalo hasta la silla, aunque no quiere, en un movimiento en el que lo empujo para que se siente en la silla me sostiene de la cintura y caigo arriba de sus piernas, sobre su regazo. Me pongo de pie al instante dando tremendo salto.
—Lo siento, lo siento… —musito avergonzada —si no quieres no te corto el cabello —yo sólo… olvídalo.
No se ni donde esconder mi rostro. Me mira de manera divertida y yo muriendo de la pena. No se que me pasa cuando estoy con él.
—Córtalo, antes de que me arrepienta —suspira.
Asiento. Rápidamente voy por las tijeras, al tocar sus cabellos castaños y lisos, me sorprendo al ver lo manejable y sedoso que ésta. Tal vez Daniel no sea un vagabundo, tal vez si tenga trabajo, casa y familia y yo queriendo que se quede en mi casa como si yo pudiera ser parte de su vida. Que tonta soy. Me doy cuenta que no sé nada sobre él.

Nota: Hola chicas como están quisiera saber si esta historia les esta gustando, en lo personal me gusta y la personalidad de ambos protagonistas, ahora como lidiaran cuando Judith se entere de que Daniel no es un vagabundo y que se lo ha estado ocultando. Daniel sin querer se ha estado metiendo más y más en la vida de Judith al grado que después ya no querrá salir.
7 respuestas a «🔒 10. Ya no más vagabundo»
ADORO!!!
♥️♥️
Me encantaaa!!
Excelente Nancy creo que la voy a leer completa hoy.
Me encanta la historia y la personalidad de los personajes cada historia que redactas es algo diferente. Gracias por tan bellas historias ☺️🥰
Me encanta como todas tus historias, por favor sube 2 capítulos diarios💗 🙏🏼😅
Me encanta