Mittens estaba descontrolado. Hacía días que Siena aparecía en su apartamento sólo para dormir, y Mittens se lo estaba haciendo notar. Había dado vuelta su plato de agua sobre la alfombra, a propósito, claro, y se negaba a comer.
—Vamos, Mittens, no me hagas la vida más complicada de lo que ya es —rogó Siena—. Te lo compensaré ni bien pueda. Miraremos muchas películas el fin de semana y te cocinaré pavo. ¿Quieres? —preguntó, acercándose para acariciarlo, pero Mittens corrió y saltó, subiéndose a lo más alto de la biblioteca.
Siena suspiró y puso los ojos en blanco. Dejó caer sus hombros, resignada. El gato la observaba desde las alturas, disgustado.
—Tienes razón, trabajo mucho —musitó, cansada.
El microondas hizo su característico pitido, finalizando, y Siena se acercó, lo abrió y tomó su taza de café. Solucionaba todo con el microondas. Esa misma taza de café era la que no había bebido y se había enfriado horas antes en la mañana, cuando había tenido que salir corriendo hacia el recinto.
Su móvil comenzó a sonar. Deslizó su dedo por la pantalla y atendió.
—Conti —dijo.
—Detective, de la morgue. Aquí tengo el informe de la autopsia.
—Excelente. En un momento estaré allí.
Siena colgó. Bebió un sorbo de café y agarró los expedientes del caso. Le esperaba un largo día por delante.
***
—¿Tú de nuevo? —preguntó Siena.
—Yo estoy viniendo todos los días al cine —informó Emil—. Creo que eres tú la que está buscando encontrarse conmigo.
Siena puso los ojos en blanco.
—De acuerdo, tu expresión lo dice todo. Vamos, por el disgusto que te he ocasionado, yo invito las palomitas —le dijo Emil.
Ese día, proyectaban “10 Rillington Place”, basada en crímenes reales. Buscaron el mejor lugar en la sala y vieron la película en silencio.
Cuando finalizó y las luces se encendieron, ambos se levantaron y se encaminaron a la salida.
—Es increíble lo descuidados que pueden ser algunos asesinos —comentó Siena—. La realidad supera a la ficción a veces, ¿no crees?
—Si, los investigadores no fueron muy meticulosos en un principio y el pobre Evans terminó siendo una víctima más —comentó Emil.
—Exacto, por no seguir las pistas y no investigar a fondo. Ineptos.
—Mmmh, ¿crees que mi padre lo ha hecho? ¿Las pistas te conducen hasta allí?
—No puedo compartir esa información contigo —dijo, sonriendo.
—Claro… Bueno, míralo desde este punto de vista: si no existieran estos tipos, no tendrías trabajo —observó Emil—. Los necesitas, admítelo.
Siena lo miró. Emil le devolvió la mirada y se encogió de hombros, sonriendo.
—Muero de hambre. ¿Quieres ir a cenar aquí cerca o prefieres ir a mi apartamento? Preparo un muy buen risotto.
—Vayamos a probar ese risotto entonces.
Siena no sabía si quería investigar el apartamento o en verdad quería probar el risotto de Emil.
Cuando llegaron al apartamento, Emil se dirigió a la cocina.
—Ponte cómoda —dijo.
Tomó una botella de vino y sirvió dos copas, entregándole una a Siena.
—Gracias —agradeció ella.
Bebió un sorbo de la suya y la dejó en la barra que separaba la cocina del living. Emil se lavó las manos y se dispuso a cocinar.
—Dime, ¿qué prefieres? ¿un buen libro o una buena película? —preguntó Emil, mientras organizaba los ingredientes para la cena.
—Un buen libro y una buena película. Ambos, si cuentan una buena historia —contestó Siena.
—¿Así que te gusta leer?
—Claro.
—¿Cualquier cosa?
—De hecho, si —dijo Siena—. Si hablamos de literatura, claro. No hay que escribir muchísimo para ser un genio. Mira los cuentos cortos de Poe o Lovecraft. Majestuosos. No es necesario llenar veinte libros para contar una historia que deslumbre. De todas formas, también me gusta leer relatos más largos. Digamos que, si es bueno, me gusta. No hay reglas fijas, pero si cuenta con 20.000 palabras entra en la clasificación de cuento, entre 20.000 y 50.000 palabras es una novela corta, y a partir de 50.000 una novela. Por mi parte, por más que el autor parlotee mucho en su obra, si no es buena no me compra. Perdón, ya estoy desvariando —rio Siena.
—Tranquila, es interesante. ¿De dónde has sacado eso?
—No lo sé, lo he leído en alguna parte. No recuerdo exactamente.
—¿Qué opinas de eso que dicen sobre que las películas que se basan en libros los destruyen? Eso de que siempre es mejor el libro.
—Creo que las historias se pueden transformar y no por eso las películas deben ser malas. Mientras el encargado del libreto no sea un completo inútil, hay que darle una oportunidad al audiovisual. Se puede reciclar cualquier historia, pero también hay que dejar de lado las que no tienen futuro. Hay que tener criterio.
—Eres una chica inteligente Siena. Me gusta tu forma de pensar.
Siena se aclaró la garganta, un poco nerviosa.
—Y tú, ¿siempre has querido ser actor? —preguntó Siena, cambiando el foco de atención.
—Si. Siempre he deseado actuar y he estudiado en las mejores academias. He actuado en teatro y en películas de bajo presupuesto, con algunas buenas críticas, aunque no lo creas.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué no has llegado a la pantalla grande?
—Esas fueron trabas que Marco me ha puesto. Al ser hijo de la gran estrella, si el mismo no me quería en sus propios trabajos, ¿por qué me querría el resto? Me ha hecho pasar por la manzana podrida y así nadie me ha convocado para ningún proyecto.
—¿Qué ha cambiado esta vez?
—Tengo la sospecha de que has aceptado mi invitación a cenar sólo para entrevistarme —declaró Emil—. De todas formas, me gusta tu compañía y voy a contestar todo lo que quieras preguntarme. Creo que Oscar ha intervenido y le ha dicho que a la prensa le gustaría que el gran Marco Rossi pusiera a trabajar a su hijo con él. Es un buen hombre, Oscar. Siempre ha estado para mí y para mi madre.
—¿Necesitas ayuda con eso? —preguntó Siena, señalando la comida.
—No, sólo pon las copas en la mesa —pidió Emil—. Ya casi termino. Toma, aquí tienes el vino.
Emil sirvió la comida en la mesa y comenzaron a comer.
—Es exquisito —dijo Siena—. Muy bueno. ¿Dónde has aprendido a cocinar?
—Sólo aprendí. Cocinaba para Dani, mi hijo, y para mi madre. Para mi madre lo sigo haciendo —contesto Emil, y un suspiro escapó de sus labios.
—¿Lo extrañas? A tu hijo.
—Si, hablamos a diario por mensajes. Pero no es lo mismo.
Se hizo silencio mientras Siena disfrutaba de una cena decente en mucho tiempo, y Emil la observaba, admirando las facciones de su rostro y la complexión de su cuerpo. Era delgada pero no flacucha, se notaba que entrenaba, quizá no a diario, pero cuando podía. Había notado que tenía un muy buen trasero y podía ver que tenía buenos pechos que asomaban sutilmente por los primeros botones abiertos de su camisa ajustada.
Siena notó que la observaba.
—¿Qué? —dijo bruscamente.
—Discúlpame —dijo Emil—, creo que realmente tenías hambre.
—Ah, eso —Siena le ofreció una sonrisa torcida—. Es que esta debe ser la primera vez en siglos que me siento a una mesa a cenar comida real. Y, además, rica.
—Me alegro que te gustara —sonrió Emil.
Terminaron la cena y Siena ayudó a llevar los platos a la cocina. Emil no la dejó lavar nada y le pidió que se sentara en el sofá que le llevaría un trago.
—Aquí tienes —dijo, encendiendo la televisión.
—Gracias.
Emil se sentó a su lado y chocaron las copas, brindando. Él había puesto “Psycho”, de Hitchcock, en la tele, y ambos se quedaron un momento compenetrados con la película. Sin pensarlo demasiado, Emil se abalanzó sobre ella y la besó. Siena abrió sorprendida los ojos, e hizo un gemido de sorpresa, pero de inmediato se rindió ante el contacto de Emil. Lo cierto era que, el chico era muy atractivo y hasta el momento había sido amable con ella. Por ahora no tenía pruebas en contra de él y hacía mucho tiempo que no hacía esto con nadie.
Todas esas ideas pasaron rápidamente por su cabeza mientras Emil profundizaba el beso y ella se inclinaba hacia atrás, recostándose en el sofá. Envolvió su cintura con sus piernas y lo atrajo contra su cuerpo. Ambos quedaron sobre el sofá, Emil sobre ella, y pudo sentir la dureza de su miembro sobre su vientre.
Emil recordó la toalla del hotel donde se alojaba Ana, que había lavado meticulosamente con lejía y había guardado entre su ropa blanca. Debía deshacerse de ella si esto iba a repetirse.
Siena abrió el cierre del pantalón de Emil y él comenzó a desabotonar su camisa. Lo hicieron desenfrenadamente allí, en el sofá, con “Psycho” de fondo.
***
Anastasia Taylor vivía en una casa bastante bonita. Pequeña, pero una morada mucho mejor que donde vivía Emil. Si bien su piso era aceptable para él, la casa de Anastasia era en planta baja y hasta tenía un pequeño jardín delante. Había estado observándola toda la mañana. Al parecer, vivía sola, lo que facilitaba las cosas. Emil se había excusado en el trabajo diciendo que se sentía mal y que no iría a la oficina ese día.
Después de pasar un buen rato observándola, regresó a su casa para preparar el almuerzo. Mientras lo hacía recibió una llamada de Lisa.
—Hola —saludó Emil—. ¿Cómo estás? ¿Cómo está Dani?
—Hola, quería decirte que a Dani le gustó tu regalo.
—Si, lo sé. Me envió un mensaje y una foto.
—Y el lunes, luego de la escuela lo llevaré al parque. Puedes verlo allí.
—¿De verdad?
—Si, no hagas que cambie de opinión y no llegues tarde.
—De acuerdo, ahí estaré.
Cuando colgó, le envió un mensaje a Siena.
“¿Tienes tiempo de almorzar conmigo? Estoy preparando algo casero y rico. Llamé al trabajo diciendo que me sentía mal, no lo he hecho en años.”
Antes de enviarlo agregó algunos emojis graciosos para no quedar tan antipático. Recibió la contestación de Siena casi al instante: “Estoy en el trabajo, super atareada, tengo poco tiempo para almorzar”, ponía.
Emil dejó el móvil sobre la mesada y se dispuso a cocinar cuando llegó una notificación y se apresuró a leerla. Era otro mensaje de Siena.
“Estaré allí en un momento.” Agregaba emojis de caritas felices y guiños.
Se apresuró a terminar el almuerzo y a servirlo antes de que Siena llegara. Cuando terminó de acomodar los cubiertos sobre la mesa recibió un mensaje de Siena que decía “Puerta”.
Emil fue a abrir la puerta del apartamento y Siena ya se encontraba del otro lado, esperando.
—Entré con una pareja que llegaba al edificio —dijo ella.
—Genial, no tuve que bajar. Pasa —invitó Emil.
—Ummmh, huele delicioso —dijo Siena.
—Ensalada mediterránea, soufflé de calabaza y pan integral. Todo casero, con ingredientes seleccionados. Espero te guste. Siéntate. Ya está todo listo. ¿Vino?
—No puedo, estoy en servicio.
—Entonces te prepararé un jugo.
—No es necesario, agua está bien.
—Tengo todo para hacerlo y tardaré un minuto. ¿Naranja?
—De acuerdo —accedió Siena.
Emil exprimió naranjas con su máquina y rápidamente llevó el jugo a la mesa en una jarra y lo sirvió en una copa.
—Aquí tienes —le dijo a Siena, entregándoselo.
—Gracias. Oye, esta comida es digna de un restaurante. ¿Has cocinado toda la mañana acaso?
—Emmh, algo así. No la has probado aún —dijo Emil—. Dame tu veredicto cuando la termines. Y también hay postre —agregó.
—¿Postre? Oh, por dios, ¿quieres que explote? Esto para mi es lo que como en tres días.
—Volcán de chocolate.
—¿Chocolate? No puedo esperar para probar eso. Comamos —dijo Siena, ansiosa por probar todo.
Emil se sirvió vino y comenzaron a comer. Siena devoró la comida de su plato en pocos segundos y Emil la miró asombrado.
—No juzgues —le dijo ella, con un trozo de pan en la mano—. Estaba muy bueno.
—No digo nada, me alegra que te haya gustado. ¿Quieres otra porción?
—Mejor me guardo lugar para el postre.
—¿Quieres que te sirva?
—Te espero. Termina lo tuyo.
—De acuerdo, mientras cuéntame, ¿tu día bien?
—Nadie me ha preguntado eso desde la secundaria —rio Siena.
—¿De verdad? ¿Qué hay de tus padres?
—Viven lejos. Sólo hablamos cada tanto.
—A veces es mejor así…
—Si, creo que sí… —sopesó Siena—. Me gusta mi tranquilidad.
Emil se levantó y llevó todos los platos sucios a la cocina y en un santiamén la mesa estaba despejada y limpia. El living comenzó a inundarse de aroma a chocolate y a Siena se le hizo agua la boca. Emil abrió el horno y emplató los volcanes en pequeños platos de postre, decorándolos con salsa de chocolate. Los llevó a la mesa y puso uno frente a Siena y se sentó para comer el suyo.
—¿Estás seguro que eres actor y no cocinero? —preguntó Siena.
Emil rio.
—Disfruto cocinar, pero sólo si tengo con quién compartir. Si estoy sólo en la oficina suelo ordenar comida y cuando estoy aquí preparo cosas sencillas.
Siena clavó su tenedor en el volcán y una erupción de chocolate caliente se desparramó sobre el plato, el vapor llegó hasta su nariz, haciendo que deseara engullir esa delicia de un solo bocado. Se llevó un pedacito a la boca y cerró los ojos, saboreando el cacao intenso del postre, que se fundió en su paladar.
—Excelente —declaró Siena, disfrutando cada bocado.
Emil se levantó y llenó dos tazas y puso una frente a Siena.
—Hierbas digestivas —dijo.
—Gracias —respondió Siena, y miró su móvil.
Bebió un sorbo de su infusión y terminó su postre.
—Tengo quince minutos para volver al recinto —dijo Siena.
Emil se acercó a ella y la miró intensamente y metió una de sus manos dentro de su sostén. Siena se derritió ante su mirada y soltó un suspiro.
—Creo que quince minutos nos alcanzan. ¿Qué dices? —preguntó Emil.
Siena se quitó el cinturón con su pistola y su placa y los dejó sobre la mesa y se echó hacia atrás, abriendo las piernas para Emil.