—¿Qué significa todo esto, Emil? ¿A qué se debe tanto lujo? —preguntó Siena, observando la mesa ya servida en el apartamento de Emil.
—Siéntate, mi amor, se enfriará —invitó él—. Hoy es un día para celebrar. Estamos por finalizar el rodaje. Eso significa que luego de la edición, y si no debo repetir ninguna toma, soy un hombre libre.
—Te felicito, entonces —contestó Siena, ofreciendo una sonrisa—. Tendré que apurarme para solicitar mi traslado. ¿Has pensado a dónde te gustaría ir?
—Tengo algunos lugares en mente.
—¿Qué hay de Dani? ¿Hablaste con su madre?
—Aún no… Eso va a ser un tema delicado.
—No te preocupes. Tenemos tiempo. Esto está delicioso, Emil.
—Pero si no has tocado la comida prácticamente, siempre devoras todo.
Siena se levantó con precipitación y se dirigió al baño, cerrando la puerta de un golpe. Emil quedó solo sentado en la mesa, escuchando a Siena vomitar. No supo qué hacer. Esperó un momento y se levantó para ir a dar unos golpecitos suaves a la puerta.
—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo?
—¡Estoy bien, no te preocupes! —gritó Siena, del otro lado de la puerta.
Emil dio unas vueltas por la sala de estar, algo nervioso, y regresó a la mesa. Se sentó y escuchó movimiento en el baño. Siena salía, por fin, de allí dentro.
—¿Quieres algo? ¿Te encuentras bien?
—Estoy bien. Quizá un poco de agua.
Emil se levantó, diligente, y le sirvió una copa de agua. Siena bebió hasta el fondo.
—Gracias.
—Supongo que no habrá postre —bromeó Emil, acariciando el cabello de Siena—. Déjame levantar todo esto.
—No, tú tranquilo, termina de comer. Sólo me siento un poco mal. No te preocupes, yo te espero.
—¿Estás segura?
Siena no pudo responder, pues se levantó de nuevo y corrió hacia el baño. Emil se dispuso a poner orden mientras esperaba a que saliera. Cuando Siena salió del baño, Emil ya había lavado y guardado todo.
—Ay, perdón, mi amor —se disculpó Siena.
—No tienes que disculparte. Te sientes mal, no es culpa tuya.
—Debe ser algo que comí en el trabajo. Creo que necesito una siesta. Llamaré para avisar que me siento mal.
—Al menos podremos pasar tiempo juntos.
***
Seis meses habían pasado desde el comienzo del rodaje de la película, y por eso se caracterizaba Marco, por ser eficiente en cuanto a tiempos y práctico a la hora de producir. En un mes más, la película iba a estar compitiendo en un festival, y nadie podía creer lo veloz que había sido todo.
Temprano en la mañana, Siena había enviado a Emil sus buenos deseos, y Emil sonrió como un tonto al leer su mensaje.
A la premiere estaba invitada Lisa y su hijo Dani, pero sólo a la alfombra roja, pues Dani era menor y la clasificación de edad no permitía que él la viera. Entonces Dani se quedaría con su abuela Isabella, y sólo Lisa vería la película. Emil estaba orgulloso, de todas formas, de que su hijo viera lo que había logrado. Luego su madre podría contarle lo bien que había sido su performance.
Había sido todo un logro que eso ocurriera, y después de varias discusiones, Emil logró que su madre entendiera que Dani necesitaba a alguien quien lo cuidara e Isabella no podía cruzarse en público con Marco, pues eso nunca terminaba bien, y era peor si había cámaras registrando el momento. Lo que por fin convenció a Isabella fue una proyección exclusiva para ella, en la productora, antes que todo el resto, bajo un acuerdo de confidencialidad, pues podía ser muy bocazas si quería.
Claro que Emil también quería que una persona más, que no podría asistir a la premiere, no se perdiera de la película, y a esta persona sabía que no había que hacerle firmar ningún acuerdo de confidencialidad. Así que un día, durante la madrugada, la coló dentro de la productora y la vieron juntos.
—¡Lisa! ¡Aquí! —llamó Emil, desde la muchedumbre.
—Hola, Emil. ¡Cuánta gente!
—Sí, nunca imaginé que pudiera haber tanta gente aquí. ¡Hola, pequeño! —saludó Emil, tomando a su hijo en brazos.
—¿Dónde está tu madre? —preguntó Lisa.
—Ya debería llegar. No se olviden de sonreír, hay fotógrafos por todos lados.
Había llegado la hora de proyectar la película. Dani se fue con su abuela y Lisa se fue a sentar en las butacas apartadas para Emil. Todos tomaron sus asientos, y cuando la proyección finalizó, la ovación fue unánime. Marco, Emil y Matt, el otro protagonista, estaban bajo la lupa, pues la película había sido todo un éxito.
Las jóvenes habían quedado encantadas con Matt, pero principalmente con Emil, quien había dado lo mejor de sí, y se había convertido en el nuevo rostro deseado, ya que era muy apuesto y talentoso.
Cuando las luces se encendieron de nuevo, y todos salieron de la sala, las felicitaciones se oían por todas partes y Oscar palmeó el hombro de Emil, complacido. Marco sonreía, y saludaba a todo el mundo, recibiendo apretones de manos de todos. Oscar se acercó a saludarlo también y Emil los observó; se palmearon las espaldas, en un saludo varonil, y se separaron.
Mientras aún miraba a su padre, Emil vio que una mujer se acerba a hablar con él. Era una señora de la edad de Marco, que, por cómo se saludaron, ya se conocían de antes. A pesar de su edad, mostraba mucha gracia y seguridad en sus movimientos, elegancia en su forma de vestir y en su forma de hablar, y se veía en buena forma. Llevaba un tapado negro y usaba un vestido muy sobrio.
Oscar se aproximó a Emil, y Emil quiso saber sobre aquella mujer.
—¿Quién es la que está hablando con Marco?
—¿Recuerdas la historia que te conté sobre el mal de amores de tu padre? Pues, ella es Serena, la que le rompió el corazón. Ha venido sólo a felicitarlo por sus logros, por lo visto.
—Ajá…
Emil los observó.
—¿Siguieron en contacto? —preguntó.
—No lo creo. Al menos no que yo sepa. No la he vuelto a ver ni he oído nada sobre ella hasta este momento.
Emil asintió y los siguió observando un momento más, y siguió con la vista a Serena hasta que se alejó. Su móvil vibró en su bolsillo y lo distrajo de sus cavilaciones. Era su madre.
—Hola, hijito, ¿cómo estás? Aquí está el pequeño Dani que quiere darte sus felicitaciones.
—Hola, madre. De acuerdo, pásamelo.
—¡Hola! ¿Ya pasaron tu película?
—¡Sí! Todo un éxito. Mami luego te contará todo.
—Te felicito, papi.
—Gracias, hijo.
—¿Ya puedo ver la película, papi?
—Quizá en algunos años, hijo, no es para niños pequeños.
—Hola —dijo de nuevo la voz de Isabella—. Está muy ansioso con esto de tu película. Te felicito hijo. Ve a disfrutar de tu momento.
—Gracias, madre. Adiós.
—Te veo luego.
Cuando todo terminó y todos se saludaron para marcharse, Emil prestó atención al tapado negro y no lo perdió de vista. Se quitó sus prendas costosas de la premiere y se subió a su coche viejo; así era fácil confundirse con un transeúnte común y corriente. Nadie pensaría que era un actor que acababa de ser catapultado al estrellato.
Condujo despacio, siguiendo a Serena y supo dónde se hospedaba.