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El rol del asesino

🔒 CAPÍTULO 16: A PUÑO Y LETRA

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—¿Sabías que tu padre ha pasado la noche en la comisaría? —preguntó Isabella, espantada.

—Si, madre —contestó Emil, desprovisto de emoción—. La noche anterior, para ser exactos. ¿Cómo es que te enteras de todo? No ha salido en los medios, hemos sabido manejarlo con discreción.

—¿“Hemos”? ¿Te incluyes?

Emil suspiró, cansado de las discusiones con su madre.

—Trabajo para la misma productora, para su mismo equipo. Trabajo para él. En fin, sí. Sabía que había estado detenido, pero no tienen pruebas fehacientes para apresarlo.

Isabella suspiró.

—Es una lástima. Pensé que al fin se haría justicia con ese hombre —dijo, encogiéndose de hombros.

Emil puso los ojos en blanco y continuó preparando el almuerzo. No tenía ganas de continuar con la discusión. Estaba cansado por haber pasado la noche con Siena y tenía que volver al trabajo, pero a él no le servía que Marco quedara detenido. Al menos por ahora. Tenían una película que grabar que él iba a co protagonizar.

—Ya casi está la comida. Sólo te pido que tengamos el almuerzo en paz. Y hablemos de algo interesante. Para Marco ya tengo bastante en el trabajo —dijo Emil.

—De acuerdo, hijito. No pretendía disgustarte. Discúlpame —dijo pasando a su lado, y pellizcando su mejilla—. Deja que tu mami te ayude.

Isabella ayudó a servir el almuerzo en la mesa y ambos comieron, evitando hablar de Marco.

—Muy rico todo, hijito. Muchas gracias por acompañarme —dijo Isabella—. He pedido que te preparen algo rico para la tarde. Aquí tienes.

Isabella le entregó un paquete. Estaba intentando enmendar los últimos días que habían sido de puras discusiones.

—Gracias, mamá. Te veo luego —le dijo, besando su mejilla.

 

***

 

Siena caminaba intranquila por la oficina, mirando el tablero con las fotos y evidencias que tenían hasta el momento. Estaba molesta. Iba y venía analizando su siguiente movimiento.

—¿Puedes quedarte quieta? —preguntó Oliver.

—¿Qué?

—Si puedes quedarte quieta.

—Vamos a entrevistar a la ex esposa de Marco. Acompáñame.

—¿Ahora?

—Si.

—Pero no tenemos nada contra Marco.

—Con más razón, busquemos algo. Sígueme la corriente.

Oliver revoleó los ojos, pero se levantó, tomando su abrigo de su silla, y siguió a Siena.

Siena necesitaba algo para continuar investigando a Emil. Creía que estaba en lo cierto, pero no podía arrestarlo sin pruebas.

Ambos subieron al coche de Siena y ella condujo hasta la casa de Isabella. Llamaron a la puerta y los recibió con su usual sonrisa, que usaba para esconder lo que en verdad pensaba.

—Buenas tardes, oficiales.

—Detectives, señora —dijo Siena, mostrando su placa—. Yo soy Siena Conti, y él es mi compañero, Oliver Cass.

—Buenas tardes —saludó Oliver.

—Ah, encantada —dijo Isabella—. Adivino. Están aquí para hacerme preguntas sobre Marco.

—Así es —dijo Siena, asintiendo.

—Pasen, pasen.

Isabella hizo un ademán para que ingresaran y ambos entraron. Los condujo al living y con un gesto, les indicó que tomaran asiento. Ella se sentó en una silla frente a ellos.

—¿Desean beber algo? ¿Té, café? ¿Algo más fuerte? —preguntó Isabella.

—No, gracias —dijo Siena.

—En otra ocasión beberíamos algo más fuerte, pero estamos de servicio. Muy amable.

—Ah, este joven me cae bien. Pregunten lo que tengan que preguntar. Les diré todo sobre Marco. Ay, que tonta, miren el desorden que tengo aquí —dijo Isabella acomodando los papeles que tenía sobre la mesita que tenían frente a ellos—. Disculpen.

—No es problema —contestó Siena.

Pudo notar la correspondencia que Isabella ocultaba debajo de otros papeles.

—No tenían una buena relación, ¿verdad? Usted y Marco. Incluso estando casados —dijo Siena, retomando la conversación.

—No. Marco era infiel con cualquiera que se le cruzara. Y no sólo eso. Ha hecho cosas impensables.

—¿Como cuáles?

—Bueno… ha amenazado a otros colegas, se ha acostado con sus empleadas… Ese tipo de cosas.

—¿Usted lo cree capaz de matar?

—Pues… no lo sé, creo que es capaz de llegar muy lejos para conseguir lo que quiere.

—Ajám… —dijo Siena pensativa—. Cuénteme, ¿cómo era su relación con Marco cuando estaban casados? ¿Solía ser violento? ¿Cómo era con su hijo?

—Oh, él siempre gritaba y se ponía algo físico cuando algo no le gustaba. Era muy severo con Emil, pero nunca se propasó. No se llevaban nada bien, más que nada en la adolescencia de Emil. Él era un chico solitario y estaba dolido porque sentía que su padre nos había abandonado.

—¿Sabe qué? Aceptamos ese café. ¿Qué dices, Oliver? El café del trabajo no es muy bueno.

—Podría tomar una taza —dijo Oliver.

—Claro, enseguida. Mi hijo compra un café colombiano excelente. Es un chico muy bueno, muy atento con su madre —dijo, orgullosa.

Isabella se dirigió a la cocina y Siena rápidamente tomó su móvil y buscó lo que ocultaba debajo de los demás papeles que había sobre la mesa, mientras Oliver la observaba. Tomó una foto a la correspondencia que había recibido Isabella, asegurándose de que se leyera bien claro el nombre del remitente que estaba escrito con bolígrafo. El sobre estaba abierto.

—¿Qué opinas? ¿Tendré tiempo de echar un vistazo? —preguntó Siena.

—No lo creo. Estas personas tienen máquinas sofisticadas de café que con sólo apretar un botón hacen todo el trabajo. Vuelve todo a su lugar. Rápido.

Siena colocó los papeles como creía que los había dejado Isabella y guardó su móvil. Isabella no tardó en regresar con una bandeja en sus manos, donde llevaba tres tacitas de café y algunas galletas.

—Aquí tienen. Sírvanse.

—Muchas gracias —dijeron ambos.

—Bien, ¿en qué estaba? —preguntó Isabella.

—Su hijo —dijo Siena, con la esperanza de recibir algo de información acerca de Emil.

—Ah, claro. Es un joven maravilloso. Apuesto, trabajador, buen padre. Si tan sólo se hubiese casado con la mujer correcta… Lamentablemente la esposa que escogió no lo trató como es debido.

Siena pegó un puntapié a Oliver para instarlo a que preguntara algo él también. Cuando Oliver la miró, ella revoleó los ojos e hizo un gesto con su cabeza en dirección a Isabella, indicándole que dijera algo.

—¿Por qué lo dice? —dijo Oliver, mientras Siena bebía algo de café.

—Bueno, Lisa es una estirada. Siempre quiso que Emil hiciera todo, pero cuando se separaron no le dio el crédito a todo su esfuerzo y prohibió que el niño viera a su padre. Pero ahora está recuperando la relación con su hijo. A la gente buena como a mi Emil suelen pasarle cosas buenas.

—Claro —dijo Oliver—. ¿Y cómo terminó trabajando con su padre si no se llevaban tan bien?

—Me declaro culpable —rio Isabella—. Yo le insistí a Marco para que le diera un trabajo. Quería asegurarle un futuro a mi hijo.

Oliver y Siena asintieron. Dejaron sus tazas sobre la bandeja y comenzaron a levantarse.

—Bueno —dijo Siena—, gracias por su cooperación y por el café. Deberíamos irnos. Tenemos mucho trabajo que hacer.

—Gracias, muy amable —dijo Oliver.

—Oh, por favor. Ha sido un placer. Siempre dispuesta a colaborar en una investigación policial —dijo Isabella, acompañándolos a la salida—. Vuelvan todas las veces que sea necesario.

Isabella cerró la puerta detrás de ellos y ambos subieron al coche de Siena.

—Habría dicho que fue una completa pérdida de tiempo de no haber sido por ese sobre que intentaba esconder —dijo Siena.

—¿Qué era eso? ¿Quién escribe correspondencia a puño y letra hoy en día? —preguntó Oliver.

—No lo sé, pero lo averiguaremos.

—¿Crees que se ha dado cuenta de que lo vimos?

—Na, ella vive en su propio mundo.

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