En algún momento, la oscuridad dejó de ser todo negro para pasar a ser destellos de colores, que en un principio no comprendí lo que era. Luego oí algunas voces, unos sonidos… No distinguía bien de qué se trataba. Me sentía algo aturdida.
Sentí una brisa fresca en mis mejillas. Sentí el calor de unos brazos que me sostenían, y no quise abrir los ojos, temiendo que aquella sensación tan reconfortante no fuera real.
Sus brazos me apretaron con un poco más de fuerza y no quise que me soltara, aunque la confirmación de que era real llegó poco después, con sus palabras.
—Te amo, Abi —dijo.
—Yo también te amo, mi amor —contesté.
Aún con mis ojos cerrados y una sonrisa en el rostro, me echó algo hacia atrás, supongo que para observarme.
—No me sueltes —pedí.
—No lo haré, nunca.
Volvió a estrecharme entre sus brazos y disfruté de su calor, de su aroma, de su roce.
—No sabes lo feliz que me hace que hayas despertado, al fin. ¿Por qué has hecho eso, Abi? ¿Por qué has tomado mi lugar? Mira si no había solución. Por suerte, Oniros tenía… un… ¿contra hechizo? No sé cómo llamarlo.
—¿Cómo no iba a hacerlo? ¿Cómo no iba a tomar tu lugar? ¿Esperabas que me quedara cruzada de brazos?
—Eres tan valiente…
No sabía hacía cuánto tiempo habíamos permanecido en esa posición, pero mis piernas parecían entumecidas. Abrí los ojos. Estábamos en medio del bosque.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté.
—Claro. Es que tu no sabes todo lo que ha ocurrido.
—¿Qué?
—Mira —señaló Adriano, fascinado.
Cerca nuestro, en el suelo, yacía la espada de Filotes.
—¿Filotes está bien?
—Tranquila. La he tomado prestada. Ella ha estado luchando con su vara, y yo con su espada.
—¿¡Qué!?
En ese momento me di cuenta de que Adriano estaba lleno de cortes y magulladuras.
—Deja de revisarme, estoy bien.
—¿A esto le llamas bien? Estás todo ensangrentado.
—Oye, escucha. Estoy bien, de verdad. Te has perdido de mucho mientras estabas… dormida. Te contaré luego. Pero para resumirte un poco lo que ha pasado, hemos logrado expulsar de este mundo a los otros dioses. Y he conocido a la madre de Filotes, estuvo aquí hace un momento.
—¿De verdad?
—Si, ya se han ido todos a través del portal.
—¿Filotes? ¿Ramnusia? ¿Ellas también?
¡Y no había tenido la oportunidad de despedirme! Iba a extrañarlas, eran personas excepcionales. Adriano no dijo nada. Sólo me miró, me besó la mejilla y acomodó mi cabello.
Oímos unos pasos entre los árboles y volteamos a ver. Oniros se acercaba.
—Te dije que volvería, hombre —dijo—. ¡Ah! Mira quién ha despertado. Cumplí mi promesa, Abi, he cuidado de tu chico. Y adivina, le he devuelto sus recuerdos.
—¿De verdad? ¿Recuerdas todo?
Mi corazón saltó de alegría en mi pecho.
—Si, pasó todo demasiado rápido. Oniros te despertó, me devolvió los recuerdos, se llevaron a sus hermanos… te contaré todo cuando estemos fuera de aquí. ¿Cómo salimos de aquí? —preguntó, mirando a Oniros.
—¿Tan rápido quieren irse? —dijo la voz de Filotes.
—¡Filos! —exclamé—, ¿te encuentras bien?
—Gracias por preocuparte por mi, niña —dijo Ramnusia, apareciendo detrás de ella.
Ramnusia fingía un tono de voz herido. Me levanté y los abracé a los tres.
—Oye, acabas de despertarte de la nada misma, ¿por qué no te lo tomas con más calma? —pidió Filotes.
—Me alegra que haya salido todo bien. Es una pena no haber estado allí con ustedes para ayudarlos. Lo lamento.
—Has hecho demasiado por nosotros, Abi. Muchas gracias —dijo Filotes.
—Y es hora de regresar, niña —agregó Ramnusia.
—¿Tan rápido?
—¿Rápido dices? —se quejó Adriano—. Nosotros hemos estado luchando por horas. No ha sido nada rápido. Ni fácil.
Suspiré algo decepcionada porque no las vería más. Regresarían a sus mundos. Me senté en el suelo junto a Adriano, que aún permanecía allí. Se lo veía muy cansado.
—De acuerdo, supongo que es una despedida —decreté.
—No estés triste. Siempre puedes visitar a Oniros —bromeó Ramnusia, dando un codazo en las costillas a su hermano, y éste soltó un quejido.
—¿Podré seguir viniendo aquí?
—Claro. Eso siempre lo has manejado tú misma.
—Y, quién sabe, quizá, cuando tengamos tiempo, vayamos a dar una vueltecita a tu mundo para visitarlos. Por asuntos de dioses, claro. Tendremos que ver si esta relación suya está funcionando —dijo Filotes—. No te olvides que después de todo soy la diosa del amor, entre otras cosas.
Sonreí ante sus palabras. Adriano tomó mi mano y la estrechó. Observé el reloj en mi muñeca y habían pasado muchas horas ya desde que nos habíamos ido a dormir. En cualquier momento Adriano despertaría.
Oniros se acercó a nosotros y se inclinó hacia adelante.
—Estoy muy agradecido contigo, Abi. De verdad. ¿Puedo hacer algo por ti para retribuirte?
—Está bien, Oniros. Me alegra que al fin hayas recuperado tu paz.
Miré mi pierna por un segundo, allí donde tenía la marca con la que había invocado a Ramnusia, y observé todas las heridas que me había hecho en los sueños. Una idea apareció de pronto en mi mente.
—De hecho… Oniros, creo que puedes hacer algo por mi —dije.
—Lo que quieras.
—Mientras no vaya contra las reglas, claro.
—He roto tantas reglas, que no creo que justo lo que tú me pidas afecte mucho.
—Bueno… mira, hay un ex… se ha convertido en un acosador…
Sentí como Adriano tensaba todo su cuerpo en cuanto lo mencionaba, y pude ver como los demás también lo notaban.
—Se llama Lucas.
—Ah, si, lo recuerdo de tus pesadillas. ¿Qué quieres hacer con él?
Adriano se incomodó aún más cuando Oniros dijo lo de mis pesadillas.
—¿Crees que quizá puedas darle un buen susto en sus sueños para que no me moleste más?
—¿Te sigue molestando ese maldito? ¡Claro que podemos hacer algo! ¡Vamos! Todavía hay tiempo.
—¿Ahora?
—Claro, ven —instó Oniros—. Los sueños duran muy poco, nos sobra el tiempo.
Tomó mi mano libre y tiró de ella para levantarme del suelo. Tiró tan fuerte que di un brinco y mi otra mano se soltó de la de Adriano. Parecía hacerle gracia la idea de darle un susto a Lucas. Me llevó un tramo a las corridas y luego me tomó por debajo de los hombros.
—Volemos el resto del trayecto. Que alguien cargue a Adriano.
Cuando vimos los edificios, descendimos y nos apresuramos a entrar.
—Aquí es donde vive Lucas.
Me sorprendió ver en dónde estaba viviendo Lucas. Esperaba otra cosa. Quizá esperaba ver que hubiera prosperado, pues donde yo lo había dejado, estaba amasando una fortuna trabajando y trabajando día y noche. Y no, Lucas, hoy, vivía en un apartamento humilde, poco amoblado, y bastante deteriorado por lo que pude observar.
Me dí cuenta de que la responsable, en gran parte, de que a Lucas le haya ido bien en el pasado, había sido yo, con mi organización exhaustiva de las cuentas y la economía. Yo había progresado, y él se había estancado. No me dio pena, y no me sentía mal por eso. No se esforzaba por trabajar duro y me había usado.
Nos situamos todos alrededor de la cama de Lucas. Dormía plácidamente, como si nada de lo que había hecho conmigo y con las demás afectara sus sueños.
—Procuren no tocarlo —advirtió Oniros—. Le daré un susto que no podrá olvidar.
Movió sus manos sobre la cabeza de Lucas y vimos reflejados sus sueños delante de él. De pronto, estos se tornaron oscuros y borrosos en los bordes. Parecía ser que Lucas corría en el bosque, huyendo de alguien, o de algo. De las sombras, surgió una enorme bestia, similar a un hombre lobo, con las fauces echando espuma, que, saltando, puso sus enormes patas sobre el pecho de Lucas y lo echó de espaldas al suelo. Bajando mi vista hacia él, pude ver que su respiración se había acelerado. En el sueño, Lucas soltó un grito e intentó huir, pero el peso de la bestia sobre su cuerpo era demasiado y no pudo lograrlo. Oniros continuaba obrando su magia con sus manos extendidas y su expresión seria de concentración.
—¡Quítate! ¡Quítate! —gritaba Lucas, retorciéndose tanto en el sueño, como en la cama.
Las patas delanteras del lobo continuaban sobre su pecho, acomodándose ante el movimiento de Lucas, y entendí que era parte de la magia de Oniros, intentando ser realista.
—¡Quieto, humano! —gritó el lobo con voz profunda, que resonó en el bosque y acomodó su peso sobre una de las patas, lo que oprimió más el pecho de Lucas.
Las garras del animal estaban demasiado cerca de su cara y él clavó su mirada en ellas, aterrorizado.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Lucas.
—¿Te atreves a hablarme así, descaradamente? ¿Tú? ¿Un simple humano? Esto es inaudito. Calla. Hablarás cuando yo lo permita. Sabes lo que quiero.
El silencio invadió la habitación por un momento, y luego el lobo volvió a hablar.
—Sabes lo que quiero. ¿No es así? Contesta.
—Cre-creo que sí… Abi. ¿Es sobre Abi? —preguntó, dubitativo.
—Claro que es sobre Abi. Ella no es un humano cualquiera, y he visto lo que has hecho con ella. La has denigrado, y no se volverá a repetir. No he podido estar antes en el plano terrenal, pero ahora lo estoy, y te estaré vigilando de cerca. Esto es sólo una advertencia. Si llegara a saber de ti, si llegara a enterarme…
—No, no —lloriqueó Lucas—, lo prometo. Yo…
—¡Podría enfadarme mucho! —concluyó el lobo.
Y, levantando una de sus patas delanteras, dio un zarpazo al pecho de Lucas. Su camiseta blanca se manchó de rojo en los cuatro grandes cortes que habían provocado las garras del lobo. Y de pronto la nube de las pesadillas se esfumó y Lucas desapareció del mundo de los sueños.
—¿Y eso? ¿Por qué no está más en su cama? —preguntó Adriano, rompiendo el silencio de la habitación.
—Ah, cierto que tu eres el nuevo aquí —observó Oniros—. Es que ha despertado del susto.
—Me ha dejado algo perturbada —comenté.
—Yo lo he disfrutado mucho —dijo Adriano—. Buen trabajo, Oniros.
—No es lo mejor que he hecho, debo admitir. Fue algo improvisado.
Filotes y Ramnusia mostraban sonrisas de satisfacción en sus rostros.
—Es cierto que has hecho cosas mejores, pero dado el corto tiempo del que disponíamos, está bien. Eso bastará —acotó Ramnusia.
—Pero esa herida calará en la Tierra también. Cuando se vea el pecho tendrá un bonito y sanguinario recordatorio manchando su camiseta. No podrá olvidarlo.
—Gracias, Oniros.
Observé mi reloj. Ya casi era hora de despertar.
—Si —comentó Ramnusia, viendo cómo miraba mi reloj—, ya es hora.
Y en ese momento, mi alarma sonó.