Categorías
El amor de mis sueños

🔒 CAPÍTULO 29

Log in or Register to save this content for later.

—No, Adriano. No entiendes. ¿Puedes pedir un coche? No sé dónde está mi móvil.

—Aquí está. Toma —dijo Adriano, alcanzando mi bolso que se encontraba sobre una de las mesitas que tenía el apartamento pura y exclusivamente decorativas.

—¿Puedes decirme qué es lo que vas a hacer?

Me miraba dolido, como si se terminara todo allí. No pude aguantar más contemplar esa expresión.

—Necesito volver a casa. Puedes acompañarme, pero dormiré allí. ¿Puedes no hacer más preguntas hasta llegar allí? Prometo contarte todo.

—Sí, claro. De acuerdo —se apresuró a decir.

Me moví despacio hacia donde él se encontraba, con mi bolso en sus manos, y tomé mis cosas.

Nos dirigimos en silencio hasta mi apartamento. No sabía qué iba a decirle, no sabía cómo iba a reaccionar al ver a una mujer enorme con alas negras en medio de mi living. ¿Saldría corriendo? ¿Decidiría él mismo terminar la relación? ¿Cómo tomaría todo?

Subimos y no pronunció palabra en el trayecto por el ascensor. Mantuvo su promesa. Abrí mi puerta y asomé mi cabeza dentro. Ramnusia no se encontraba en el living.

—¿Alguien te espera allí? ¿Es por eso que no querías que viniera? —preguntó Adriano, observando que yo abría con cautela mi puerta.

Miré a Adriano. Su rostro denotaba preocupación y duda.

—Ven. Entra.

Entró detrás mío y cerró la puerta, aunque desconfiado, no dijo nada, y esperó a que yo le contara algo. Se notaba que no estaba del todo cómodo y se movía despacio, como a la espera de que algo sucediera.

—Siéntate.

Adriano miró el sofá y me miró a mi, y de nuevo al sofá. Esperaba la peor noticia. Me miró una vez más y luego se sentó.

—Bien. Quédate ahí —indiqué.

—¿Qué tienes en mente, Abi? No me propondrás un trío, ¿verdad? —soltó, viendo que me dirigía hacia mi habitación.

No procesé de inmediato sus palabras, sino que llamé a Ramnusia.

—¿Puedes venir? Necesito que expliques algo por mí.

Ramnusia entró en escena en todo su esplendor, con sus brillantes alas negras y sus gafas de sol, apareciendo desde mi habitación y Adriano quedó pasmado, echándose algo hacia atrás en el sofá, aunque intentó disimular su reacción, creo que por educación. Pensé que no había comprendido lo que estaba viendo, que su cerebro no había asimilado la imagen de Ramnusia, y aún así intentaba ser cortés.

—Buenas noches —saludó, al ver a Ramnusia.

—Hola, Adriano, buenas noches —contestó ella.

Adriano me observó, aún más confundido.

—Eh, sí. Adriano. Mucho gusto —contestó.

—Adriano, ella es Ramnusia —dije, en medio de los dos, en un pobre intento de presentarlos a ambos—. Podría decirse que es… perdón si te ofendo Ramnus, pero ella y su hermana son mis amigas.

—No me ofendes, niña. Me caes demasiado bien. Es un honor que seamos amigas.

Adriano movía sus globos oculares de una a otra mientras hablábamos. Lo miré, esperando que dijera algo.

—Sí, ehhh, no. ¿Por qué llevas gafas aquí dentro? Oh, perdón. Lo siento mucho, qué indiscreto fui —se lamentó Adriano—. No puedes ver, qué tonto —agregó más bajo.

—Qué va, no te disculpes. Por esto llevo gafas —explicó Ramnusia, acercándose a Adriano.

Se las bajó sólo un poco, dejando ver sus ojos blancos. Aproveché el momento para sentarme en el sofá junto a Adriano y le hice un ademán a Ramnusia para que hiciera lo mismo. Ella se acomodó en el sofá frente a nosotros.

—Veo a la perfección —agregó, acomodándose las gafas de nuevo en su lugar—. Es sólo un ítem de moda, para actualizarme un poco. Un detalle de mi amiga Abi, aquí presente. El look anterior ya no iba más, ¿verdad? —agregó, riendo.

—Oh, ya veo —dijo Adriano.

—Bueno, creo que estoy aquí como prueba de mi veracidad —intuyó Ramnusia.

Asentí.

—¿Qué necesitas que explique, niña?

—Emmm, ¿todo? No quería traerlo aquí esta noche por razones obvias, pero tampoco quería que dudara de mí. No quiero comenzar esta relación con mentiras. Ya me ha costado demasiado ocultar eso de que le borraron la memoria, no podría seguir.

—¿La memoria qué? —preguntó Adriano, frunciendo el ceño.

—De acuerdo. Qué mejor manera que comenzar desde el principio, ¿verdad? —propuso Ramnusia, ignorando el comentario de Adriano.

Y sonrió, de una manera pícara, inclinándose hacia adelante.

—Discúlpame, Adriano. ¿Me dejarías medirte antes?

—Perdón, pero no entiendo la pregunta.

—No te hará daño —le expliqué—. Deja que lo haga. También lo ha hecho conmigo. Ella es una diosa muy poderosa, Adriano.

Adriano me miró a los ojos, aún con el ceño fruncido.

—Confío en ti —aseguró él—. ¿Qué debo hacer?

—Sólo ven aquí, nos llevará un momento y luego seguiremos con la charla.

Ramnusia se puso de pie y Adriano la siguió. Él era un chico alto, y aún así Ramnusia lograba rebasarlo. De una manera muy resuelta, Ramnusia colocó sus gafas sobre su cabeza y clavó su mirada en Adriano, que ahora estaba de pie frente a ella. Sucedió lo mismo que conmigo, sólo que esta vez podía ver desde afuera lo que ocurría. Adriano se elevó varios centímetros del suelo y se mantuvo suspendido allí hasta que Ramnusia terminó de hacer lo suyo. La expresión de Adriano mostró sorpresa durante todo el proceso, aun así supuse que no podía mover su cuerpo, como yo recordaba no haber podido mover el mío.

Cuando finalizó, Adriano volvió a apoyar sus pies en el suelo y su rostro reflejó alivio. Observó su cuerpo completo, como asegurándose de que estuviera todo en orden, y luego me miró a mi, interrogativo. Asentí para hacerle saber que todo estaba bien.

Ramnusia volvió a su lugar en el sofá, pero antes me susurró algo en el oído.

—Es el indicado, muchacha. He visto todo. No pudiste haber dado con un tipo más dulce. Filos ha hecho un buen trabajo.

Me derretí de amor. Ya lo sabía, pero Ramnusia lo confirmaba. Sólo esperaba no estropearlo con mis inseguridades.

Adriano volvió también a su lugar, y Ramnusia continuó como si nada.

—Adriano, voy a contarte lo que sucede aquí.

Ramnusia contó toda la historia de sus hermanos y el mundo de Oniros, y le contó a Adriano que él había estado antes en el mundo de los sueños y que su memoria había sido borrada a causa de la disputa entre los dioses. Adriano escuchó todo esto con atención y no interrumpió el relato de Ramnusia. Sólo cuando ella terminó él abrió la boca para hablar.

—Yo no sé si estoy soñando, o esto es una broma demasiado elaborada, pero es surrealista. Con todo respeto.

Ramnusia sólo sonrió.

—¿Quieres echar un vistazo por tus propios medios? —propuso Ramnusia.

—¿Al mundo de los sueños?

—Claro.

—Ramnus, no. Puede ser peligroso —advertí.

—Estarán siempre conmigo, prometo cuidarlos a ambos —dijo, divertida.

Puse los ojos en blanco.

—Vamos, prepara dos tisanas, Abi.

—¿Qué? —preguntó Adriano, sin entender.

—Se refiere a una infusión que debo tomar para estar lúcida en los sueños. Buscaba tu ayuda y ahora lo metes en medio a él —agregué, dirigiéndome a Ramnusia.

—Te preocupas demasiado, niña. ¿Lo harás tú o lo haré yo? —dijo, yendo hacia mi cocina y haciendo un lío con mis hierbas—. Es obvio que conozco la receta.

—Déjame. Lo haré.

Preparé la infusión y la serví en dos tazas. Le ofrecí una a Adriano.

—Debes beberla y acostarte de inmediato —advertí—. Yo te buscaré del otro lado.

Él asintió, observando el líquido de la taza y luego olfateando dentro. Ramnusia se divertía. Nos siguió hasta la habitación y contempló desde su esquina.

Bebimos la infusión, nos acostamos, y Adriano me miró.

—¿Ya?

—Cierra los ojos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *