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El amor de mis sueños

CAPÍTULO 24

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No supe qué decir. ¿Por qué no me había inventado una historia de camino allí? Yo no era así, no solía mentir. Era por eso que no había inventado una maldita mentira.

—Sólo se me ha caído la sartén encima mientras cocinaba en casa. Aceite hirviendo. No es nada, estoy bien.

—Déjame ver. Si no usas lo necesario se pegará el vendaje a la herida.

—¡No! —solté—. Duele mucho.

—De acuerdo, no te forzaré a hacer algo si estás así. Vamos a comer algo mejor, ¿si?

—¿Estás loco? No vas a dejarme así ahora. Ven aquí.

Me abalancé sobre él, sin darle mucho tiempo para procesarlo, y lo besé, colocándome encima suyo, haciendo que cayera sobre su espalda en la cama. Lo besé y me quité el sostén, y eso fue distracción suficiente para que se olvidara por un momento de la herida en mi pierna. 

Le quité la camiseta y la arrojé al suelo. Mis caderas comenzaron a moverse contra su cuerpo y coloqué sus manos en mi trasero. Adriano estrujó mi cuerpo contra el suyo y pude sentir su erección creciendo. Eso me excitaba aún más.

—Abi… —susurró en mi oído.

Desabroché sus pantalones y me ayudó a quitarselos. Acaricié sus marcados abdominales y recorrí la línea en V con mi dedo índice, antes de llegar a su miembro que tomé con mi mano y comencé a estimular. Lo quería tener dentro mío. Adriano soltó un gruñido y de inmediato llevó su mano a mis bragas. Comenzó a acariciarme y ambos comenzamos a estimularnos. Su mano que se encontraba en mi trasero viajó hacia mis pechos y comenzó a juguetear con uno de mis pezones. Gemí de placer. Tanto mi mano como la suya comenzaron a moverse con mayor rapidez, y sentí como ese fuego crecía y crecía. El calor me envolvió por completo.

—Sí, mi amor, sí —jadeé.

El clímax estaba cerca. Mi respiración se entrecortaba. Mi mano, que se encontraba al costado de su rostro sosteniendo mi peso, estrujaba las mantas de la cama, y Adriano no me quitaba la vista de encima; me miraba fijamente.

Sentí cómo mi útero se contraía y mi vagina latía. El orgasmo me inundó de placer y no pude contener el gritito que escapó de mis labios. Adriano me observó durante el proceso y mordió su labio inferior, gruñendo. Allí dejó escapar su líquido caliente que salpicó mi vientre. Me desplomé sobre él, rendida, satisfecha, sabiendo que los dos habíamos culminado.

—Qué hermosa eres.

—Y tu.

Permanecimos allí por un momento, Adriano acariciando mi cabello y yo el suyo, con los ojos cerrados.

Luego de almorzar lo que Adriano ordenó con su móvil desde la cama, me di una ducha en su baño. Al pasar desnuda frente al gran espejo me contemplé y me vi diferente. Me sentía linda, incluso hasta un poco sexy. Consideré que mi autoestima estaba un poco menos destruída que antes. Me sentía bien, contenida y deseada.

Pasamos el resto del día juntos, y con la excusa de que al día siguiente tenía que volver al trabajo y organizar mis cosas, después de cenar emprendí la vuelta a mi apartamento.

De camino a casa compré comida preparada para la cena de Ramnusia y recibí una notificación en mi móvil de las redes sociales. Por curiosidad revisé, pues faltaban algunas calles aún para llegar a mi apartamento.

Me sorprendió encontrarme con que era un mensaje de Lucas que decía “Aun eres mi mujer, Abi. No lo olvides”. Si bien me disgustó leerlo, intenté restarle importancia, ya que no lo sería por mucho tiempo más. Ya me había estado enviando correos con los abogados que me había recomendado Adriano y faltaba poco para verlos en persona.

Abrí la puerta de mi apartamento y allí se encontraba ella: recostada, ocupando todo mi sofá, boca arriba, leyendo uno de mis libros, con sus alas algo extendidas desparramandose fuera del sofá, como descansándolas. Todo un espectáculo.

—Buenas noches —saludé—. Te he traído la cena. ¿Te has aburrido mucho?

—Para nada. No me aburre mi propia persona. Soy una buena compañía.

—Mejor así. Ven si tienes hambre.

Tomé un plato y unos cubiertos y preparé todo en la mesita del living. Ramnusia guardó el libro en su lugar y se sentó frente a mi.

—¿Cómo te ha ido hoy? —preguntó.

—Así que así se siente que te pregunten cómo te ha ido cuando llegas a casa. Bien, gracias.

Se sentía como si una figura materna se estuviera preocupando por mí.

—¿Alguna vez has probado la comida mexicana? Espero que sea de tu agrado.

—Debo admitir que no he probado —contestó Ramnusia, tomando un bocado de la comida—. Sabe muy bien. Me gusta.

—Me alegro. Yo debo preparar mi infusión. Ya regreso.

—¿Todo esto es para mi? ¿No comerás un poco?

—Todo para ti. Ya he cenado con Adriano. Disfrútalo.

—Claro, claro.

Me dispuse a preparar la bebida y a dejar todo listo para el día siguiente que retomaría mi actividad laboral. Ramnusia me seguía con la mirada, que, aunque no podía verla por el velo en su rostro, lo adivinaba por el movimiento de su cabeza.

—Bueno, ya es hora de ir al mundo de Oniros —declaré.

—Ya veo. ¿No quieres divertirte un poco antes?

Fruncí el ceño, sin comprender.

—Eres algo estructurada, ¿no crees?

—Ehhh…

—Si, lo eres —respondió por mí—. Vamos —concluyó, haciendo un ademán con su brazo abierto en dirección a mi habitación.

Bebí la infusión, lavé la taza y fui hacia mi cama. Me acosté y vi a Ramnusia, de pie a los pies de mi cama. Estuvo allí hasta que me venció el sueño.

Del otro lado, desperté y se encontraba en la misma postura.

—Ven, haremos las cosas más sencillas, ¿quieres? —dijo.

—¿Qué?

—Te cargaré hasta la cueva de Filotes.

—¿Estás segura de que no nos verán?

—Si llegara a ver a alguno de mis hermanos descenderemos de inmediato.

Nos escabullimos hasta una parte del bosque donde Ramnusia pudo emprender un vuelo bajo, por si acaso veíamos algún movimiento sospechoso y teníamos que ocultarnos, y en seguida llegamos a la cueva de Filotes.

—¡Ramnusia! —oí exclamar a una voz familiar, que no era la de Filotes.

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