Categorías
El amor de mis sueños

CAPÍTULO 19

Log in or Register to save this content for later.

—¡Oniros! —exclamé sorprendida.

—¡Vamos! Antes de que los demás nos vean. Levántate.

—¿A dónde quieres ir? —pregunté, levantándome.

—Nos llevarás a donde se esconde Filotes. Ya he ido a su cabaña y no se encuentra allí.

—No sé dónde está —mentí.

—Claro que lo sabes —dijo, poniendo los ojos en blanco.

—Si se esconde quiere decir que no quiere que la encuentren. ¿No te parece? ¿Para qué quieres encontrarla?

—Porque quiero ganar al juego de las escondidas. ¿Para qué crees? Quiero ayudarlas, Abi. ¿Puedes moverte de una vez, antes de que mis hermanos aparezcan por aquí?

—¿Cómo puedo confiar en ti?

—En primer lugar, porque las he ayudado a escapar. Eso podría ser suficiente. En segundo lugar, porque quiero remediar lo que he hecho. Como me has dicho, mis hermanos se han pasado de la raya. Pero no quiero que se enteren, por eso te pido que te decidas de una vez si vas a confiar en mí o no.

—Bueno, todavía no lo sé. Pero tienes razón con respecto a tus hermanos. Es mejor movernos de aquí.

Me apresuré a salir de allí, con Oniros pisándome los talones, y, una vez examinamos con atención los alrededores, nos escabullimos de la zona de los edificios.

Comenzamos a caminar por el bosque y Oniros me miró.

—Sabes, me tomaría más tiempo, pero eventualmente la encontraría. Este mundo fue creado de una manera muy meticulosa, y conozco cada rincón de él.

—Si, claro, pero no conoces todo lo que fue modificado luego —dije, contestando con rapidez.

Oniros resopló, disgustado. Estaba claro que no le hacía gracia alguna haber perdido el control de su mundo.

—No sé si es lo correcto —dije, después de un momento—, pero te llevaré con ella.

Me aseguré unas cuantas veces de que no nos estuvieran siguiendo y caminamos, atravesando la espesura del bosque, durante aproximadamente media hora, cuando Oniros se detuvo.

—¿Estás segura de que vamos en la dirección correcta? ¿Sabes hacia dónde nos dirigimos? ¿Por qué no dejas que te cargue y vamos volando? Me indicas hacia donde ir y llegaremos más rápido.

—No. Iremos a pie. No es seguro ir por el aire. Nos pueden ver tus hermanos y no quiero que nos sigan. Ten paciencia.

Continuamos caminando, mientras Oniros no dejaba de dirigirme miradas analizadoras, como si lo estuviera engañando o como si estuviera perdida. Y en realidad, en algunos momentos me sentí desorientada, pues en la oscuridad todo el bosque se veía exactamente igual.

Intenté ocultar mi desesperación en esos momentos, y caminé simulando seguridad para que no se diera cuenta de lo que ocurría en mi mente, dejando caer mi cabello sobre mi rostro, mientras examinaba pequeños detalles del bosque que hacían de guía en mi camino: flores, arbustos, ramas caídas… Por suerte, había observado esas cosas la noche anterior, y si bien en varias ocasiones caminé en círculos y Oniros me lo hizo notar, pude hacer el resto del trayecto casi sin desorientarme, sorprendiéndome a mí misma por mi talento oculto.

Luego de una hora y media caminando nos acercamos a la cueva donde se encontraba escondida Filotes.

—Escucha. Estamos cerca. Pero necesito preguntarle a Filos si quiere recibirte. No te revelaré su escondite. Espérame aquí hasta que vuelva.

—¿Todavía no confías en mí?

—En realidad, no.

Oniros bufó, decepcionado, pero se quedó allí. Continué el último tramo sola, asegurándome de que Oniros no me siguiera, y me encontré con el pasadizo en la roca. Me introduje por él y de inmediato le comuniqué a Filotes que era yo quien llegaba.

—Filos, estoy aquí.

—Abi, ya era hora. Te has demorado —escuché que decía, aun sin poder verla.

—Tuve algunos contratiempos. Cuando llegué me encontré con Oniros, y, ¿adivina qué? Lo he traído hasta aquí —solté sin más.

—¿Cómo que está aquí? —dijo, de pronto, buscando en la oscuridad, esperando que Oniros apareciera detrás mío por la abertura en la roca.

—Tranquila, lo he dejado lejos, en el bosque. No iba a dejar de insistir. Dijo que quiere ayudarnos.

Filotes pareció meditar la situación por un momento. Se puso de pie y caminó de lado a lado, tomó su espada y su vara, y acomodó su vestido. Por último, recogió una de las vendas que yo había improvisado con mi pantalón. La observé todo el tiempo con el ceño fruncido, sin entender.

—Vamos. Enséñame dónde dejaste a Oniros.

—¿Qué haremos?

—Ganar tiempo. Tú primero —dijo, señalando la cavidad en la roca.

Atravesé la entrada de la cueva, y Filotes, detrás mío, me pasó sus armas. Cuando salió, se colocó su espada en su cinturón y tomó la vara, ayudándose con ella para caminar. Todavía estaba algo débil.

Indiqué el camino hacia Oniros, y hacia allí nos dirigimos. Filotes se tomó su tiempo para caminar. Todavía sus heridas parecían estar curando.

—Oniros —llamé, al llegar al lugar donde lo había dejado—. ¿Estás aquí?

Oniros se había recostado a descansar detrás de unos arbustos y cuando oyó que lo llamaba se levantó de un salto.

—Aquí.

—He vuelto.

—¿Ya puedo ir con ustedes? —preguntó, ansioso.

—No, Oniros. No vendrás con nosotras —contestó Filotes, mientras Oniros le dirigía una mirada de confusión—. Todavía nos buscan, ¿no es así?

—Si. Se han estado organizando en grupos para hacer un rastrillaje —contestó él—. Por ahora, han cubierto el terreno cercano a la prisión.

—Pues entonces necesito que los distraigas para ganar un poco de tiempo. No me sirve de nada que estés aquí escondido con nosotras.

—¿Y qué quieres que haga?

—Desorientarlos. Te unirás a ellos en la búsqueda, y cuando encuentres el momento adecuado dejarás este vendaje en el bosque—dijo Filotes, alcanzando a Oniros los trozos ensangrentados de mi pantalón.

Oniros lo tomó, usando dos dedos de su mano y llevando el trozo de tela a la altura de su rostro, y observando el particular vendaje utilizado por Filotes.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Tuvimos que improvisar —acoté—. Tus hermanos son unos brutos. La dejaron de verdad maltrecha.

—Cuando plantes la pista falsa asegúrate de que la encuentren. O encuéntralo tú de ser necesario. Haz parecer que se me ha caído cerca de mi cabaña. Estaremos en contacto. Sólo necesito algo de tiempo para idear un buen plan.

—De acuerdo —contestó Oniros, algo nervioso, guardando la venda dentro de su túnica.

—Bien. Márchate ahora y que nadie te vea por aquí. Abi hablará contigo luego.

—Bien, adiós.

—Hasta luego, suerte —susurré, y lo saludé con un gesto de la mano.

Oniros se marchó, dubitativo, y permanecimos allí hasta que lo perdimos de vista.

—Vamos —dijo Filotes—. Volvamos a la cueva. Te contaré mi plan.

—¿Ya tienes un plan?

—Claro. Sólo que no voy a compartirlo con Oniros. No confío en él.

Al entrar de nuevo en la cueva, Filotes se sentó en el suelo y bebió una de sus pociones.

—Bien. Vamos a necesitar ayuda.

—¿De quién?

—Lo he estado pensando y es nuestra única opción. Invocaremos a uno de los nuestros.

—¿Invocaremos a tu madre?

—No. Temo que sea demasiado blanda con ellos de nuevo. Invocaremos a una de mis hermanas preferidas. Pero tranquila, todavía hay tiempo. Mañana te diré cómo.

—¿Y estás segura de esto?

—Si, mi hermana tiene el poder para enfrentarlos.

Miré mi reloj y ya era hora de despertar.

—De acuerdo. Te dejaré sola ahora, Filos. Es hora de irme a trabajar.

—Bien. Suerte con tus cosas del otro lado.

—Si, descansa.

Cerré mis ojos y desperté, por más loco que eso sonara. Ya estaba naturalizando toda aquella locura.

Luego de una aburrida mañana de trabajo, recibí la noticia de mi alta. La semana entrante iba a volver a trabajar con normalidad. Otra buena noticia para compartir más tarde con mis amigas.

Así que después de un almuerzo ligero, decidí ordenar todo mi guardarropas para que no me sorprendiera el lunes sin saber que ponerme para la oficina. Claro que después de hacer eso tuve que ponerme a ordenar y limpiar el apartamento de arriba abajo para hacerlo completo. Me sentía de muy buen humor.

A las cinco de la tarde estuve puntual en el café donde nos habíamos citado con mis amigas, y nos encontramos en la puerta con Amelia, que también era de llegar a horario.

—Hola, nena. Qué bien te ves —saludó cuando me vio.

—Hola, Amelia. ¿Entramos?

Mientras esperamos a las demás, charlamos sobre vanidades un rato y nuestras amigas fueron apareciendo una a una. Ordenamos pastelería francesa y al cabo de un rato Eva se volteó hacia mi.

—Bien, ya estamos todas. Abi, ¿qué tenías que decirnos? —preguntó, con una mirada picarona.

Todas voltearon hacia mí y se quedaron en silencio. No era buena para esta clase de anuncios. Me ponían nerviosa y, además, odiaba ser el centro de atención. Pero estaban esperando a que hablara y era yo la que las había convocado; tenía que contarles de una vez.

—Eemmmhh —balbuceé—. Bueno, estemmh. Si. Bien.

—Ya, dilo, amiga —escupió Eva.

—De acuerdo —dije tomando aire—. He conocido a alguien.

De pronto, vi la sorpresa en la expresión de mis amigas.

—¿En serio? —dijo Sara.

—¿Se lo has presentado tú? —preguntó Mía a Eva.

—¿No es chiste?

—Te felicito, Abi.

—Bien, ahora que me he sacado eso de encima, tengo otra novedad —agregué—. La semana entrante retomo la actividad normal en el trabajo.

—Oye, cuéntanos más sobre tu nueva pareja —reclamó Eva.

—Aunque nos alegramos de que vuelvas a la oficina —se apresuró a decir Amelia, dedicando a Eva una mirada fulminante.

—Si, yo también quiero oir sobre el chico —dijo Lena—. ¿Es chico, no?

—Si, es un chico —confirmé—. Su nombre es Adriano. ¿Qué quieren que les cuente? No sé qué decirles… No somos pareja todavía. Hemos tenido unas cuantas citas solamente.

—Pero dinos, ¿ha pasado algo interesante? —sugirió Olivia, dirigiéndome una mirada pícara—. Ya sabes, eso.

No pudo haber sido más discreta. Puse mis ojos en blanco.

—No, no ha pasado.

—Ahhhhh —bufó Eva—. Qué aburrido.

—No hemos tenido tiempo aún.

—Si has dicho que tuvieron un par de citas. ¿Cómo es que no hubo tiempo?

—No, Eva. No se ha presentado la ocasión.

—¿Has estado en su casa? ¿O él en la tuya? —preguntó Eva.

—Si, pero…

—Eva, ya. No la presiones —interrumpió Amelia.

—Entonces se tuvo que haber dado. A no ser que…

—¿Qué? —pregunté.

—Que él no quiera hacerlo, pues no te toma en serio. O quizá es gay.

—¡Ah! Cállate —pidió Amelia.

—¿Tú crees?

—No le hagas caso, Abi.

—Si el hombre no quiere tener sexo, algo sucede.

—Él es muy dulce y romántico. No quiere arruinar las cosas.

—No le creas nada —agregó Eva.

—Abi, no le hagas caso. Hoy discutió con Noah. Nada grave. Y todo es culpa de ella. Mañana él la perdonará y volverán a estar bien —me contó Amelia por lo bajo, sin que Eva pudiera escuchar.

—Oh, pobre Eva.

—Qué va, no tan pobre. Pobre Noah. Ese chico le tiene demasiada paciencia.

Me reí de mi amiga. Podía ser un poco intensa a veces. Recordé que tenía que contarles algo más y decidí hacerlo antes de que se siguieran dispersando.

—Oigan, tengo algo más que decirles. Algo que no les he contado en mucho tiempo.

Conté toda mi historia con Lucas y mis amigas permanecieron calladas escuchando atentas mientras hablaba. Ninguna osó interrumpir lo que duró el relato. Al finalizar, algunas lucían sorprendidas, otras desencajadas. Olivia, sentada a mi derecha, acarició mi hombro.

—Estamos contigo, Abi.

—Me reuniré con un abogado en los próximos días —les conté.

—¿Y por qué no nos habías contado nada de esto antes? —masculló Eva.

Sonaba algo enojada. Algunas voltearon a ver su expresión.

—Es que… lo siento mucho. Cuando huí de él comencé a pretender que no existía. Quería creer que así era. No se lo decía a nadie y luego fue difícil hablar en voz alta de él. Incluso me avergonzaba mi pasado.

—¿Te avergonzaba hablar con nosotras, tus amigas? —espetó Eva.

—Oye, Eva —dijo Amelia, a su lado, mirándola indignada.

—Lo siento. No pude hacerlo hace tiempo, cuando nos conocimos, y luego se hizo cada vez más difícil…

Olivia, a mi lado, continuaba palmeando mi hombro.

—No te preocupes —dijo—, es comprensible. Pasaste por una situación traumática.

—Bueno, pues, yo no lo comprendo. Siempre has dicho que eramos amigas y no has confiado en nosotras para contarnos algo semejante. No lo puedo entender. Sinceramente, no sé qué clase de amistad es esa —dijo Eva, levantándose de su silla, tomando unos billetes de su cartera y dejándolos sobre la mesa.

—Lo siento… yo —balbuceé—. Yo sólo…

—Tengo que irme —dijo, dando media vuelta y dejándonos a todas contemplando la escena sin saber qué hacer.

—Está bien, Abi —dijo Olivia—. No le hagas caso. Sólo está dolida. Ya se repondrá.

—Ha tenido un mal día —agregó Amelia.

Mis amigas se habían alborotado un poco y yo, por mi parte, había quedado pasmada. Comenzaron a hablar sobre la actitud de Eva y su supuesta pelea con Noah. Mi ceño fruncido y mi mirada se habían quedado fijos en la dirección en la que ella había desaparecido. Nunca habíamos peleado por nada. Quizá alguna discusión tonta sobre a quién le tocaba ordenar el almuerzo o quién lavaba los platos si nos reuníamos a comer, pero todo de una forma infantil y estúpida que no ameritaba una pelea, y que pronto se resolvía entre risas.

—Oigan, oigan, continuemos la velada en paz —cortó Sara, haciendo que volviera a la realidad.

—Si, no vale la pena que continuemos con el asunto. Ha tenido un mal día y lo resolverá pronto. Luego hablaremos con ella. ¿De acuerdo?

—Si, si.

—No estamos enojadas contigo, Abi. Comprendemos lo que te ha sucedido.

Cuando tomé la decisión de contarle a mis amigas sobre mi pasado, alentada tanto por Adriano como por Angélica, imaginé que entre ellas pudiera surgir asombro o descontento, pero jamás imaginé que de entre todas ellas, Eva resultara la más ofendida por haberles ocultado lo de Lucas. Justo Eva.

Me fui de allí con una sensación de amargura y de inmediato le mandé un mensaje a Adriano, para avisarle que estaba libre, que podía dirigirme hacia el restaurante cuando él quisiera. Adriano respondió cinco segundos después: “Hermosa, puedo estar allí en diez minutos si quieres.”

Así que me encaminé hacia el restaurante para no tener que quedarme sola mucho más tiempo meditando sobre lo ocurrido con Eva.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *