Categorías
El amor de mis sueños

🔒 CAPÍTULO 16

Log in or Register to save this content for later.

Adriano tomó mi mano para hacer el trayecto a pie desde mi apartamento hasta la cafetería, y disfrutamos de la brisa matinal acariciando nuestros rostros. Se sentía tan bien y tan normal, que sólo callé y disfruté del momento. No pronuncié palabra hasta llegar a destino.

Este Adriano no recordaba el mundo de los sueños, por lo que podía fingir que nada fuera de lo normal sucedía en mi vida. Sólo éramos dos jóvenes, tomados de la mano, paseando.

Al llegar al café, nos sentamos y ordenamos. Adriano me dedicó una sonrisa, y yo sabía que duraría poco en su rostro. Él no recordaba que me había contado sobre su ex pareja, y yo iba a preguntar sobre eso, sino esto iba a estancarse.

—Dime, ¿qué hay de ti? ¿Alguna ex loca de la que me tenga que cuidar? ¿O sólo yo traigo esos problemas?

Iba a tener que remover esos recuerdos en él por segunda vez, pero tenía que hacerlo. Adriano suspiró.

—Lamentablemente, hay una ex. Pero no molestará. Ella hace tiempo no me desea —dijo, algo triste—. No sé por qué acepté verme contigo tan rápido, Abi… Hay algo en ti… No lo digo como algo malo —agregó con rapidez.

—No me lo tomo personal, no te preocupes —dije, esbozando una pequeña sonrisa.

—Mi ex me engañó con otro.

Callé y dejé que Adriano soltara de un tirón su historia, que yo escuchaba por segunda vez y tenía que fingir no conocer. Mientras tanto, trajeron nuestro desayuno y comenzamos a comer.

—Lamento que hayas pasado por eso—dije, cuando Adriano terminó de narrar la historia sobre su ex.

—Tu historia es mucho peor, y has sido capaz de salir adelante. Eso demuestra lo fuerte que eres.

—Parece que los dos tenemos el corazón roto —agregué—. ¿Habrá esperanza para nosotros?

—Empiezo a creer que sí.

—¿Es eso lo que temes? ¿Temes salir lastimado de nuevo?

—¿Y tu no?

Asentí.

—Tengo miedo de enamorarme demasiado rápido y que suceda lo mismo. Puedes llamarme anticuado, pero soy una persona que prefiere las relaciones estables y duraderas, antes que no saber con quién te acostarás el fin de semana próximo.

—Con el tiempo verás que puedes confiar en mí —prometí.

—Eso espero —dijo, dedicándome una mirada penetrante que me hizo estremecer—, porque de verdad me gustas y te conozco apenas hace días.

No era del todo cierto, pero no dije nada.

—Me gusta esto —dije, señalando desde el desayuno, la mesa, hasta nosotros—, esto… Tú y yo, desayunando, hablando… Nunca tuve algo así con Lucas. Algo normal.

—Escucha, te ayudaré a sacarte a ese idiota de encima. Conozco abogados que pueden ayudarte. Hay muchos donde yo trabajo y con gusto te darán una cita. Me dijiste que quieres divorciarte de él y que le habías escrito para hacerlo. Si todavía quieres hacerlo, cuenta conmigo.

Sonreí.

—De acuerdo. Gracias.

—No lo digo de compromiso, Abi. Creo que es lo correcto, y lo que cualquier amigo haría. Hablo con sinceridad cuando digo que quiero ayudarte.

—Gracias, Adriano, de verdad aprecio el gesto. Sí… dile a esos amigos abogados tuyos que me reuniré con ellos por el tema del divorcio.

—Bien. No tienes que pasar por esto sola. ¿Por qué no le pides a una amiga que te acompañe? Estás pasando por todo esto sin la compañía de tus amigas y es importante que te sientas acompañada.

—No les he dicho nada aun. Ya veré cómo abordo el tema con ellas.

—Puedes hacerlo. Yo estaré contigo en todo momento.

Después de terminar el gran desayuno que habíamos ordenado con Adriano, salimos del café y, antes de despedirnos, dimos una vuelta al parque que había allí en frente.

—Adiós, Abi —dijo—, te escribiré luego.

—Adiós.

Adriano se inclinó hacia adelante y me besó, atrayendo mi cintura contra su cuerpo. Podría besarlo por toda la eternidad; sus labios eran adictivos.

Nos separamos y peinó mi cabello detrás de mi oreja, mirándome a los ojos. No pude evitar suspirar.

—Adiós.

—Adiós.

Nos saludabamos por segunda vez. Nuestras manos entrelazadas, se fueron soltando de a poco hasta que sólo nos tomábamos con un par de dedos. Rompimos contacto visual y cada uno se fue hacia direcciones opuestas, a pesar de que me hubiese quedado con él durante el resto del día.

Después de darme una bendita ducha, me puse a trabajar desde casa, envié todo y recibí un mensaje de mi terapeuta: “Abigail: no olvides nuestro turno de mañana. Espero que te esté yendo bien con tus horas de trabajo desde casa”. No lo había olvidado, aunque ya quería que volviera todo a la normalidad y no tener que ir más a terapia. No lo detestaba, pero no pertenecía a mi rutina. Bueno, ya nada era normal en mi rutina.

Al llegar la noche estaba lo suficientemente cansada como para irme a dormir, pero esta vez no podía dejar de beber la infusión de adormidera y busqué en mis notas en mi agenda de sueños para no omitir ningún ingrediente.

Preparé la infusión, la dejé reposar y cené algo rápido. Puse en orden la casa y me fui a acostar, con la infusión lista. Me metí en la cama, bebí de un sólo tirón y cerré los ojos.

El sueño llegó al instante. Abrí los ojos del otro lado. Me aseguré de que los alados no estuvieran por ahí dando vueltas, pero todo parecía calmo.

¿Qué debía hacer? Por un lado, quería asegurarme de que Adriano se encontraba bien, así que primero me dirigiría allí. Necesitaba seguridad, aunque estaba claro que ellos eran más poderosos que yo. Fui a la cocina y me hice de una sartén a modo de protección, y salí de mi apartamento.

Corroboré con rapidez el estado de Adriano y seguí mi camino en búsqueda de Filotes. Sabía que la habían tomado prisionera; ahora tenía que encontrar el lugar a donde la habían llevado. Tenía que moverme con sigilo y con cautela, si quería que no me tomaran prisionera a mi también.

Caminé y caminé, perdiendo las esperanzas por momentos. ¿Cuán grande era el mundo de Oniros? Habiendo atravesado gran parte del bosque escuché de pronto un murmullo. Creí haberlo confundido con el arroyo que corría cerca de allí, pero eran voces. Me acerqué al sonido y vislumbré una construcción, tan vieja como todas las que había visto hasta el momento. Era una especie de prisión, con una puerta de barrotes, y me pregunté con qué fin la habían construido. Oniros y Tánatos se encontraban allí, recostados en la hierba, hablando. Pude ver las pertenencias de Filotes apoyadas contra la pared de entrada.

Rodeé la prisión, colocándome en un punto donde no pudieran verme, y esperé el momento exacto para tomar la vara y la espada de Filotes y entrar. Procuré no hacer ruido, haciendo malabares con las armas de Filotes y mi sartén. Temía que esa puerta de barrotes, oxidada por el tiempo, chirriara al abrirla. Por suerte se encontraba algo abierta y contuve el aire para hacerme lo más pequeña posible y así pasar por la abertura.

Oniros y Tánatos se encontraban tan enfrascados en su conversación sobre la finalidad del universo (parecían estar filosofando sobre cómo y por qué era que todos nos encontrábamos aquí) que no me vieron pasar, a pesar de que casi echo todo a perder cuando la vara de Filotes, más alta que yo, golpeó el techo de la prisión. Sostuve la vara en una mejor posición y busqué en las celdas. Filotes me chistó en cuanto me vio. Todo estaba muy oscuro y mi visión tardó un poco en ajustarse al cambio.

—Chiissst —llamó mi atención Filotes—, por aquí.

Me acerqué y le pasé sus armas.

—Gracias, ¿qué haces aquí? —preguntó, escondiendo su vara y espada.

—Vine a sacarte —decreté.

—Te arriesgas demasiado. No será fácil.

—Ya veremos.

—¿Bebiste la infusión?

—Sí. Me siento despierta.

—Bien. La próxima vez, asegúrate de usar un reloj de muñeca, así puedes controlar el tiempo por ti misma. Podrás despertar a voluntad una vez que termine el efecto y no necesitarás tener activada tu alarma.

—Anotado.

—¿Qué harás ahora?

—No lo sé. No lo he pensado. Estoy improvisando sobre la marcha.

Filotes hizo un ademán de frustración.

—Al menos tienes agallas —dijo—. ¿Qué tienes ahí? —agregó, notando la sartén en una de mis manos.

—Es una sartén. Una precaución, por si acaso.

Oímos un ruido proveniente del exterior, cercano a la puerta.

—Escóndete, Abi. Allí, dentro de esa celda —señaló.

Me apresuré a hacerme pequeña dentro de una de las celdas vacías, procurando ser lo más silenciosa posible y escuchamos los pasos de Tánatos que resonaban en el suelo de piedra de la pequeña prisión. Detrás de la pared de la celda donde me encontraba, Tánatos no podía verme, pero yo era capaz de echar un vistazo sin ser vista. Por si acaso, estuve preparada con mi sartén en alto. Tánatos se pavoneó delante de la celda de Filotes y la enfrentó.

—Hola, hermanita, ¿cómo te encuentras hoy? ¿Algo que necesites?

—¿”Hermanita”? Soy mayor que tú.

—Vamos, Filotes. Estoy siendo amable.

—¿Para ti este trato es ser amable? ¿Conoces la definición de amabilidad? Porque esto está muy lejos de ser amable. Me lastimaron, encadenaron y encarcelaron, Tánatos.

—Bueno, está claro que estás siendo hostil y no necesitas de mi compañía. Iré a buscar tu cena.

Tánatos salió apurado y quedamos solas de nuevo. Salí de mi escondite y enfrenté a Filotes.

—¿Estás lastimada?

—No es nada, sólo unos rasguños.

Corrí hacia la entrada para buscar a Oniros. Era tiempo de enfrentarlo.

—¡Espera, Abi! ¿A dónde vas? —gritó en un susurro Filotes.

Hice caso omiso de sus palabras y continué mi camino, sin hacer un sólo ruido. Esta vez, sin las armas de Filotes, era mucho más fácil. Oniros se encontraba en el mismo lugar que antes y Tánatos estaba de pie junto a él, dándome la espalda. Aguardé allí, protegida por la oscuridad de la pequeña prisión. Afuera, la luz de la luna iluminaba los rostros de los hermanos.

—Filotes tiene el mismo mal humor de siempre —decía Tánatos.

—¿Y qué quieres? ¿Que nos haga una fiesta? ¿Cómo estarías tú si nosotros te metieramos en una prisión contra tu voluntad? Es completamente lógico.

—Sí, qué más da. Iré a buscar su cena. No me tardo.

—De acuerdo, aquí te espero.

Tánatos se alejó y aproveché el momento para acercarme a Oniros.

—Oniros —dije en voz baja para que nadie más que él pudiera oír.

—¡Tú de nuevo!

—Shhh, espera. Tengo algo que decirte.

Oniros me observó con curiosidad.

—Escucha, tu quieres tanto como Filotes que tus hermanos estén fuera de este mundo, ¿verdad?

—Pues, son mis hermanos —dijo, encogiéndose de hombros.

—No me estás respondiendo. Sé que te fastidia que estén en tu mundo, que no tengas privacidad, que ya no tengas nada propio. Te someten en un espacio en el que se supone que tú mandas. Si trabajas conmigo, te ayudaré a expulsarlos de aquí y podrás tener todo esto de nuevo para ti solo.

—¿Y cómo lo harás?

—Con la ayuda de Filotes. Confía en mí.

Oniros pareció sopesar la idea.

—Pero para eso necesito tu ayuda para liberarla.

—Me culparán si te ayudo.

—¿Por qué les tienes tanto miedo?

—No sabes de lo que son capaces de hacer. Son realmente crueles. No quiero sufrir a manos de ellos.

—Entonces, has de cuenta que no has sido tú. Ayúdame a liberar a Filotes y miente. Diles que no has visto cómo ha escapado y deja las puertas abiertas. Luego nos encargaremos nosotras del resto.

—Filotes no me perdonará lo que he hecho —dijo Oniros, tomándose la cabeza entre las manos, angustiado.

Le di unas palmaditas en su hombro, para consolarlo.

—Puedes hacer lo correcto o seguir viviendo como hasta ahora, Oniros. Tú decides. Quizá te sorprenda el desenlace de tu historia si decides tomar el buen camino.

No sabía lo que estaba diciendo, pero necesitaba convencerlo para que me ayudara a liberar a Filotes. Ella me había dicho que a sus hermanos no les esperaba un buen destino, y no podía decirle eso a Oniros o no me ayudaría.

—Le diré a Filotes que fuiste tú quien me ayudó —agregué.

Eso sí podía hacerlo. Quizá ayudaba en algo. Oniros alzó su cabeza y me miró con expresión lastimera.

—De acuerdo. Lo haré. No sé qué sucederá conmigo, pero lo haré.

Sonreí y extendí mi mano hacia Oniros para que la tomara. Esto era el primer atisbo de esperanza en mucho tiempo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *