—Perdonaremos sus vidas, no te preocupes —dijo Ker—. Sabemos cuánto te importan los humanos.
—Ah, qué bondadosa eres, Ker —contestó Filotes.
Filotes me tomó del brazo y me arrastró fuera de allí. Yo forcejeaba para llegar hasta Adriano. Quería despertarlo dentro de los sueños y comprobar que fuera cierto, y si así lo era, crear nuevos recuerdos. Los alados se hicieron a un lado para darnos paso.
—Vamos —dijo, con firmeza Filotes y me sacó de allí, mientras yo pataleaba como una niña con una rabieta.
—Pero… —sollocé.
—Calla. Lo resolveremos —susurró Filotes en mi oído.
¿Cómo íbamos a resolver eso? Adriano había olvidado todo de mi, nuestros sueños, nuestro primer encuentro, nuestra primera cita…
Salimos de allí y Filotes me arrastró por todo el bosque hacia su cabaña. No tenía voluntad de nada más y me dejé arrastrar por ella a través de la vegetación. Podía sentir cómo mi piel se lastimaba cuando alguna rama demasiado filosa se clavaba en mi carne, o las pequeñas rocas se incrustaban en la planta de mis pies. Pero no me importaba.
—Vamos Abi, comportate como la mujer adulta que eres —me reprendió Filotes al llegar a su morada.
Soltó mi brazo y me dejé caer, derrotada, en la hierba.
—Mira, te diré algo. Están siendo piadosos, porque en realidad mis hermanos son capaces de causar atrocidades. Tómate un momento para recomponerte y levántate. Hay cosas que hacer.
—¿No ves lo que sucede aquí? Él ya no me recordará.
—Deja de llorar. Claro que veo lo que sucede. Quieren vencernos y con esa actitud aniñada tuya lo están logrando. No está muerto. ¿Preferirías eso?
Alcé la vista para mirarla a los ojos.
—No, claro que no.
—Pues bien. Le pedí a Oniros que no lo matara y no lo hizo. Tu Adriano está vivo aún, sólo que sin sus recuerdos. Si todavía quieres ayudarme debes dejar de comportarte así, porque tu misma has dicho que no era un trato justo para los tuyos que los míos los mataran indiscriminadamente.
—Si, bien… de acuerdo —dije, poniéndome de pie y aclarando mi mente.
Ambas entramos en la cabaña y nos sentamos.
—¿Qué haremos ahora? —pregunté.
—He estado sola todo este tiempo. No hubo un humano competente que me ayudara a derrotarlos. Podrías madurar de una vez e intentar ayudarme, ¿no crees?
Filotes estaba siendo dura, pero era lo que necesitaba oír, ¿no? Sólo miré el suelo, sin contestar.
—Caímos en su trampa. Ahora debemos ser prudentes e ir un paso delante de ellos —continuó—. Estaba contándote sobre mis hermanos antes de que pasara todo esto… Quiero que sepas de sus habilidades para poder enfrentarlos.
—Si… Me hablaste de Oniros, e ibas a contarme sobre Ker cuando corrimos hacia ellos. ¿Oniros tiene algún poder de desaparición o algo así? Porque en un momento estaba drenando la vida de ese pobre hombre y luego ya no estaba más.
—Dolus. Él tiene la habilidad de crear ilusiones y es maestro del engaño. Lo que has visto es obra de él. Quizá Oniros siempre estuvo con Adriano y ese hombre que vimos llevaba muerto algunas horas ya. Lo hicieron para sacarnos de nuestro escondite, Abi. Y ahí vieron que tú conoces la verdad sobre nosotros.
—De acuerdo, estaré más atenta a partir de ahora. Dolus, crea ilusiones. No tendré que creer nada a partir de ahora. ¿Qué puede crear con exactitud?
—Todo lo que puedas imaginar. Un animal, un bosque, un lago… una persona. A mi, por ejemplo.
—Entonces deberíamos tener un código, una señal para saber que tú eres tú y yo soy yo —dije.
—Me parece bien. ¿Qué sugieres?
—¿Qué te parece la señal que usan los buzos bajo el agua para indicar que está todo bien? —dije, mostrando con mi mano el gesto—. Al menos por ahora, hasta que se me ocurra algo mejor.
—Bien. Si te parezco sospechosa, pregúntame la señal. Ker… Ker es mi hermana más sanguinaria, pues disfruta matar. Está hecha para eso. No necesitas encontrarte demasiado cerca para que pueda usar sus poderes contigo, y te hará sufrir. Ezis es la de cabello gris.
Asentí, recordando su cabellera. Siempre los había visto en la oscuridad de la noche y no podía captar bien los rasgos de cada uno, pero había notado su cabello gris.
—Tiene la habilidad de volverte loco.
—¿Así de simple?
—Si. Te confundirás hasta no saber diferenciar entre lo que es real y lo que no.
—Creo que me ha conjurado algo. Todo esto es una locura.
—Esto es real, Abi. Que ya no caminemos entre ustedes no significa que no existamos.
Puse mis ojos en blanco y la dejé continuar. Ya había debatido conmigo misma sobre la veracidad de ese mundo, y me había rendido a aceptar lo que sucediera.
—Luego está Tánatos. El también tiene la habilidad de matar, pero no de la manera en que lo hace Ker. Simplemente con un toque suave puede quitarte la vida. Como una última caricia. Puede darte una enfermedad mortal, por ejemplo, y ya estarás condenado. Ker, Dolus, Oniros, Ezis, Tánatos —contó Filotes—. Sólo me queda mencionarte a Éris. Ella ama la discordia. Puede plantar una pequeña semilla de desacuerdo y sentarse a observar como crece. Puede incitar a los humanos a mentir y es la mejor que conozco en peleas cuerpo a cuerpo. Disfruta el derramamiento de sangre, por eso siempre está junto a Ker y Dolus, y le gusta usar un pequeño cuchillo para atacar.
—¿Esos son todos?
—Los que están aquí, al menos.
—¿Tienes más hermanos?
—Claro. Más hermanos y otros parientes. Y hay muchos más de mi especie. No sé dónde se encontrarán todos ahora. Algunos tienen sus propios mundos que regir, otros habrán decidido qué hacer con sus vidas. En cuanto a nosotros, aquí estamos, escondiendonos de nuestra madre, sin poder tomar nuestras propias decisiones. Todo por la impertinencia de mis hermanos. Bueno —dijo Filotes, levantándose—, no creo que tengas mucho tiempo más.
—¿Tiempo?
—Tiempo para estar aquí. No has bebido la infusión de adormidera, así que calculo que te despertarás en cualquier momento.
—La tomaré la próxima. ¿Qué pasa con Oniros? ¿Podríamos hablar con él?
—¿Sobre qué?
Sentí que me estaba quedando sin tiempo. Estaba por despertar.
—Razonar con él.
Desperté.
Lo primero que hice fue agarrar mi móvil y marcar el número de Adriano. Luego lo pensé unas veces y sonaría desquiciada si lo llamaba diciendo “Hola, no me recuerdas, soy Abi. Nos conocimos en sueños”. Si de verdad había perdido la memoria colgaría la llamada.
Le escribí un mensaje: “Hola, Adriano. Soy Abigail. ¿Cómo estás?”
“Hola, buen día. ¿Quién eres? Apareces en mi lista de contactos, pero no recuerdo de dónde te conozco”, contestó.
Me destrozó leer ese mensaje. Tenía que tomarlo con calma si quería volver a hablar con él.
“Quería verte. Si tienes un momento, antes de ir a trabajar, puedo encontrarte en el café donde quedamos la última vez. Me contaste que siempre desayunas ahí”.
“De acuerdo. No tengo mucho tiempo, pero te veré allí en media hora”.
Salté de la cama, me duché en dos minutos y salí para el café. Quién sabe qué ideas cruzarían la mente de Adriano en esos momentos. “Respira, Abi”, me dije a mi misma, “no debes asustarlo”.
Cuando llegué al café, Adriano estaba por sentarse en la mesa más apartada del bullicio matutino. Caminé hacia él y lo enfrenté.
—Hola, Adriano. Buen día —saludé.
Quería que quedara claro que yo era Abigail, y lo conocía.
—Hola, ¿tu eres Abigail? —preguntó, y sentí cómo mi corazón se rompía un poco más.
—Si, veo que no me recuerdas.
—No te recuerdo. Pero tengo el móvil lleno de mensajes tuyos, y me resultas extrañamente familiar.
Mi corazón comenzó a palpitar un poco más fuerte. Sentí que no todo estaba perdido y que podríamos comenzar de nuevo a conocernos. Tomé asiento frente a él.
—Nos conocimos hace poco tiempo.
—¿Hice algo indebido? Disculpame. Nosotros… ¿Hicimos algo que no recuerdo?
—Tranquilo. No ha pasado nada. Pero no me recuerdas —dije, algo triste.
—No, pero me gustaría hacerlo.
Pasé mi mano sobre la mesa y tomé la suya. Observó lo que hacía y frunció el ceño, pensativo, pero no la corrió.
—¿Cómo puede ser que no te recuerde? —preguntó.
No sabía qué decirle. Si le contaba la verdad quedaría como una loca.
—No lo sé —dije, fingiendo sorpresa.
—Perdóname. ¿Podríamos comenzar de nuevo?
—Claro —asentí—. ¿Quizá te has golpeado la cabeza recientemente y por eso no lo recuerdas? —sugerí como una tonta.
—Quién sabe. Pero esta mañana me he despertado con un terrible dolor de cabeza.
—Sé que tienes poco tiempo, así que dejaré que desayunes tranquilo y nos veremos luego.
—¿Quieres cenar algo hoy? —dijo Adriano de pronto.
Sonreí, pues no esperaba escuchar eso.
—De acuerdo.
—Bueno, ya tengo tu número, te escribiré. Y disculpame por no recordar nuestra cita. Espero no haber sido un completo idiota contigo.
—No lo has sido. De verdad. Bueno, te dejaré en paz.
—No me molestas. Quédate a desayunar conmigo, por favor.
—¿Si?
—Si, vamos. Yo invito.
—Yo pagaré lo mío —dije, siempre orgullosa.
Adriano asintió y llamó al mesero. Desayunamos y hablamos banalidades durante media hora más o menos, hasta que fue la hora en que Adriano tuvo que irse a trabajar.
—Me quedaré un rato más aquí —le dije—. Ve.
—Ok. Te escribiré más tarde.
Se levantó de su silla y, antes de irse, me besó en la mejilla.
—Adiós —dijo.
Adriano comenzó a encaminarse hacia la puerta de salida, pero volvió sobre sus pasos y me miró.
—Perdón. Tenía que decirte esto antes de irme. Eres muy bella, Abi.
Sonreí, y volteó para irse nuevamente. Parecía que quería sacárselo de encima.
Cuando se fue, saqué mi laptop de mi bolso y la coloqué sobre la mesa. Comencé a hacer una búsqueda que venía postergando hacía años. Iba a contactar a Lucas, y por suerte, hoy en día todos tienen redes sociales. Lucas no era una excepción, porque necesitaba acosarme a través de todas ellas mientras las tuviera. Le escribí un mensaje pidiendo que se contactara conmigo, que ya era el momento de que firmáramos los papeles del divorcio.
Fue increíble la velocidad con la que respondió, teniendo en cuenta el tiempo que hacía que no nos veíamos. Me contestó que nos encontráramos para hablar en algún lugar, y respondí, que si le parecía bien, podíamos vernos esa misma tarde en algún restaurante o café que él quisiera.
“Donde tú digas”, contestó. Le envié la dirección de un restaurante cercano y estuvo de acuerdo. Me pareció demasiado sencillo.
Estuve allí a la hora pactada, pero no se presentó. Esperé una media hora mientras adelantaba algunos trabajos que me habían enviado por correo, pues mi terapeuta había dado el visto bueno para que comenzara a trabajar desde casa, pero nadie vino. Volví a enviarle un mensaje, intentando sonar lo más amistosa posible, para que no se retractara de su decisión.
“Hola, Lucas. ¿Cómo te encuentras? ¿Te ha sucedido algo? Estoy en la dirección que te envié. ¿No pudiste encontrar el restaurante?”. Creí que eso sonaba bien. Esperé.
Minutos después llegó su respuesta: “Abi, disculpa. Tuve un problema y no podré llegar a nuestra cita. Si estás de acuerdo, te veré otro día. Me hace ilusión que podamos vernos después de tanto tiempo.”
Sí, imaginé el tipo de ilusión que le hacía verme. Le contesté que no se preocupara, que re-agendaríamos para otro momento, qué otra opción tenía más que contestarle eso.
Emprendí el regreso a casa, después de haber gastado una fortuna en cafés en lo que iba del día. Estaba anocheciendo así que me preparé para mi nueva segunda/primera cita con Adriano.
También me reporté con Amelia y Eva, que no dejaban de enviarme mensajes desde que se habían enterado. Mentí, claro. Les dije que iba todo a la perfección y en parte iba cierto. Adriano era perfecto, pero las circunstancias no lo eran. Estaban felices por mi y me sentí algo hipócrita por no contarles la verdad, pero ¿qué podía hacer?
“Disfruta de tu cena, ¡lo mereces!”, ponía Eva.
“Es una suerte que no estés viniendo a trabajar”, agregaba Amelia. “¡Te dije que necesitabas vacaciones del trabajo!”
Me dirigí hacia el restaurante caminando. Todavía era temprano. Adriano me envió un mensaje antes de llegar, que decía que estaba en camino, que por favor no lo plantara, aunque se hubiese olvidado de mí. Cómo iba a plantarlo. Le respondí que me dirigía hacia allí a toda velocidad, sólo me faltaban unas pocas calles para llegar.
Apuré el paso, con una sensación algo extraña en la nuca. Los vellos se me erizaron y un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Alguien me seguía.
“No voltees, Abi”, pensé, “no voltees”. Caminé un poco más rápido, intentando no voltear, pero la curiosidad fue más fuerte. Me di vuelta y lo tenía justo detrás mío.