Filotes me llevó a su cabaña apartada del bosque. Dijo que allí podríamos dialogar tranquilas, ya que ninguno de sus hermanos se atrevía a molestarla.
—Vamos, entra —invitó.
Era muy acogedora, a pesar de que el estilo de la decoración era algo anticuada.
—Siéntate allí. Te contaré todo desde el comienzo. Así puedes entender cómo funciona esto.
—Pero, ¿qué quieren con Adriano? ¿Está muerto ese hombre que vi el otro día? ¿Harán lo mismo con Adriano? —pregunté, ansiosa, mientras me sentaba.
—Aguarda. Todas las preguntas serán respondidas a su debido tiempo —dijo Filotes, tomando asiento frente a mi—. En un principio mi madre nos había dado, a mis hermanos y a mí, ciertas tareas, trabajos. Involucraban a los humanos. Como te dije en nuestro primer encuentro, los humanos nos creían dioses. Como nosotros poseemos dones que ellos no poseen, siempre nos creyeron superiores, nos respetaban, nos construían templos y nos hacían ofrendas. Algunos de nosotros abusaban de esta situación, y cuando los humanos no cumplían algo que uno de los nuestros decía, imponían un castigo o usaban sus poderes contra ellos. Así se creó el temor por los nuestros. ¿Me sigues?
Asentí con la cabeza y Filotes continuó.
—Mi madre nos pidió que trabajáramos para mantener un orden dentro de la sociedad de los humanos. Nosotros teníamos nuestra sociedad bien organizada hacía tiempo y ellos (los tuyos), recién comenzaban a organizarse.
—Espera, no puedes ser tan anciana —dije con una sonrisa—. Te ves estupenda.
—Gracias —dijo ella, con una reverencia, y continuó—. Mi madre pidió que cada uno siguiera al pie de la letra su labor. Pero algunos de mis hermanos no eran muy obedientes y en ese entonces todavía eran jóvenes. Con mis hermanas mayores descubrimos que algunos de mis hermanos menores desobedecían las reglas de mi madre y le avisamos. Mi madre estaba furiosa. Era una mujer poderosa y muy temida entre los dioses. Mis hermanos temieron lo peor y fueron, arrepentidos, a pedir perdón a mi madre. Pero eran unos rebeldes y no tardarían en volver a hacer lo mismo. Por un tiempo, reinó la paz y todo siguió su curso. Todos mis hermanos y yo cumplimos la labor que se nos había asignado, y mi madre, creyendo que por fin mis hermanos habían aprendido a trabajar, se relajó un poco. Allí fue cuando mis hermanos vieron su oportunidad de escapar, para esconderse de mi madre.
—Y se escondieron aquí, en el mundo de Oniros —completé por ella.
—Exacto. El trabajo de Oniros era dar sueños, bonitos o feos, a los humanos, y para eso entraba en un mundo especial, que sólo él podía dominar. No tuvieron mejor idea que escapar a este mundo, que se rige con sus propias reglas y no pueden ser encontrados por mi madre.
—Es un buen plan —decreté—. ¿Cómo terminaste tú aquí, con ellos?
—Cuando supe sus intenciones, los seguí para ver qué era lo que tramaban. Habían estado actuando extraño durante días. Oniros abrió su portal a este mundo y me colé con ellos. No estaban contentos con mi presencia aquí, claro. Pero desde ese entonces los estoy vigilando, para que no se descontrole la situación.
—Y no has podido cumplir tu labor —observé.
—En realidad, lo he hecho. He encontrado la manera.
—¿Tu madre no sospecha que están aquí? ¿No puede venir a buscarlos a este mundo?
—Con respecto a eso, hay algunas aclaraciones que hacer. Antes que nada, hay varias maneras de entrar aquí. En un principio, nadie podía llegar si no era acompañado de Oniros, ni siquiera mi madre. Este mundo ha cambiado desde que todos nosotros lo hemos estado moldeando con nuestra presencia. Oniros está disgustado con eso. Antes era como su casa, su propio santuario, un lugar donde podía venir a refugiarse. Luego te diré algo más al respecto de eso. Necesito ayuda sobre el plan que te dije. Pero como te comentaba antes, todo a su debido momento.
—¿Qué trabajo les había asignado tu madre a cada uno de ustedes?
—Pues, quizá no te vaya a gustar lo que escuches ahora, pero el mundo que tú habitas, se rige por unos destinos que ya están trazados por mis hermanas mayores, y no hay forma de cambiarlo, aunque algunos crean que sí y se engañen a sí mismos. Si mis hermanas mayores dicen que vas a morir, mueres. Y a mis otros hermanos y a mí, se nos asignó una tarea especial para cada uno, que mis hermanos no están cumpliendo, por lo que asumo que otros dioses habrán ocupado su lugar. Mi madre se habrá encargado de ello. Oniros, ya sabes, es el dios de los sueños y las pesadillas, Dolus es el dios del engaño, Ker es la diosa de la muerte, y Tánatos también, pero matan de formas diferentes.
—¿Cómo?
—Ker, por ejemplo, se involucrará en una muerte violenta como la de una batalla o un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, y Tánatos en la muerte de una enfermedad o una muerte tranquila. Ezis es la diosa de la discordia y Éris es la diosa de la tristeza.
—¿Y tú?
—Yo soy la diosa del amor, y he decidido ayudarte a tí y a tu amor verdadero.
—¿Adriano es mi amor verdadero?
—Lo es. Puedo asegurarlo siendo la diosa del amor, créeme —dijo ella, guiñando un ojo.
No pude evitar sonreír.
—Los he estado observando.
—¿Nos has observado? ¿En todo momento? —dije, algo histérica, pensando en Adriano y en mí, desnudos, haciendo el amor y sintiendo que mi rostro ardía de vergüenza.
—Abi, no tienes de qué avergonzarte. No tienes ni la menor idea de la cantidad de amantes que he visto en mi larga existencia —dijo con total soltura—. Es amor puro, y no dejaré que a ninguno de los dos les suceda algo malo. Por eso, te contaré lo siguiente y me ayudarás a resolverlo. Mis hermanos llevan un largo tiempo haciendo esto, absorben las energías de los humanos para su beneficio y los humanos perecen. Va en contra de las reglas, Abi, Oniros y yo hemos estado cumpliendo nuestros trabajos aún en este mundo, pero mis otros hermanos no lo han hecho, y eso crea un gran desbalance en el mundo. De todas formas, Oniros no es ningún santo y los ha estado ayudando, pero al menos cumple con su labor. Los humanos deben perecer de acuerdo a lo que dictan otras de mis hermanas, mis hermanas mayores, y si ellos interfieren en sus planes desequilibran las cosas. ¿Entiendes?
—Si… ¿Cómo funciona lo que hacen? ¿Cómo se alimentan?
—Oniros absorbe la energía y la distribuye entre ellos. Los humanos son grandes soñadores, unos más que otros. Y a algunos de ellos les gusta pasar más tiempo aquí que allá —dijo señalándome—. Entre mis hermanos decidieron que los que pasaran demasiado tiempo aquí serían comida para ellos, pues eran los más soñadores y tenían más para dar.
—¡Pobres almas!
—No te creas, algunos son horribles humanos, que no te gustaría conocer. Esa fue mi idea para que Oniros no asesinara desmesuradamente. No asocies la palabra “soñador” con algo bonito. Algunos pueden soñar cosas espeluznantes. En sus sueños, Oniros puede ver sus anhelos más profundos, y yo le pedí que me mostrara a los humanos más sucios, depravados, corrompidos. Los marcamos y han estado alimentándose de ellos los últimos tiempos.
—Eres una chica inteligente, Filotes.
—Por favor, dime Filos. Filotes suena demasiado formal. Si bien los humanos son una raza “inferior” a la nuestra, merecen nuestro respeto y no somos quienes para andar jugando con sus vidas. No lo veo correcto. Por algo mi madre puso reglas y nos dio tareas a cada uno de nosotros, que mantendrían el orden —dijo—. No entiendo cómo algunos la menosprecian, es una gran mujer que todos tildan de caótica. El caos impulsa al orden —agregó, más para sí que para mí.
—¿Qué pasará con tus hermanos luego de que concretemos tu plan? —pregunté, sacándola de su ensimismamiento.
—Volverán a nuestro mundo, o lo más probable es que sean expulsados a otro mundo cuando sea descubierto todo lo que han hecho aquí.
Pensé por un momento en todo lo que había dicho Filotes. Luego recordé las palabras de Oniros.
—¿Qué quería decir Oniros con eso de levantarse e ir a dormir cuando hablaba de Adriano? —pregunté.
—Ah, pequeño detalle. Tú estás aquí, ¿verdad?
—Si, claro.
—Bien. No deberías estar aquí.
Me encogí de hombros, sin entender qué quería decir.
—Que tú estés aquí es una excepción a la regla. En realidad este mundo fue creado para que Oniros ingrese, dé sueños bonitos o sueños horribles a los soñadores y listo. Quiero decir, que los soñadores deben permanecer allí, en sus camas, mientras Oniros hace su trabajo, acostados, sin levantarse. Es una dimensión exclusiva creada para él. Los soñadores no deben levantarse y andar como lo haces tú. Eres una excepción a la regla que a veces suele darse.
—Pero si Adriano también se levanta.
—Si, claro. Lo hace porque tú eres quien lo levanta.
—¿Cómo?
—¿No has notado que siempre eres tú quien lo toca? En un principio, fuiste tú quien lo despertó y ahora tiene la capacidad de hacerlo por sí mismo. Como una transferencia de poder.
—Pero… no comprendo…
—Sólo las almas más puras pueden quedarse en esta dimensión. Por eso Adriano pudo hacerlo.
—¿Qué hay de mi?
—¿Además de que eres un alma pura? Alguno de nosotros debe haberte tocado.
—Oniros y tú son los únicos que me han visto. Y Oniros quiso rociarme con su nube de polvos mágicos para que olvide, pero no ha surtido ningún efecto. Creo recordar todo, o casi todo, lo que sucede en mis sueños.
—Adriano debe haber olvidado parte de sus sueños porque Oniros le hace eso. Pero no las partes de ustedes juntos. Por eso te recuerda. Lo que hace Oniros al usar sus poderes es volver a Adriano a la fase del sueño anterior y listo. Esto ha pasado antes, pero se ha asegurado de no tener contacto con ningún humano para no romper el trance. Cuando Oniros usa su magia, los humanos vuelven a sus sueños y en general olvidan todo cuando despiertan, y si recuerdan algo lo atribuyen a sus sueños. Nada sospechoso.
—Pero he visto a Oniros tocar a ese humano cuando le quitó la vida.
—Eso es distinto. Él estaba usando sus poderes para absorber su energía —Filotes cambió su postura y me observó—. Bien. Basta con la clase de historia. Ahora vamos a la estrategia. Necesito tu ayuda dentro y fuera de este mundo. Necesito, antes que nada, que consigas una planta.
—¿Una planta? —pregunté, confundida.
—Si. Una flor, que te permitirá permanecer más tiempo dormida.
—Pero mi terapeuta dijo que no tomara fármacos para dormir.
—Esto no es ningún fármaco. Y no, no lo hagas, hazle caso a tu terapeuta. Consigue adormidera lunar. Es una planta herbácea que te ayudará a permanecer más tiempo en este mundo.
Ese sonido de nuevo. Miré hacia los lados, sin comprender por un momento, y luego recordé. Era mi alarma, que indicaba que ya era de mañana.
—¿Estás por despertar? Consigue la adormidera lunar. No lo olvides. Adios, Abi.
—No… Espera… —dije.
Desperté. Abrí los ojos.
—Adormidera lunar… adormidera lunar… —murmuré.
No podía olvidar ese nombre. Me levanté de la cama de un salto, mientras aún sonaba la alarma, y corrí a buscar la agenda donde estaba anotando todo lo que soñaba. Volví corriendo a desactivar la alarma y me senté en la cama a escribir con detalles todo mi sueño. Lo que había narrado Filotes me había dejado estupefacta.
Antes de investigar sobre la adormidera lunar, miré mi reloj. Era un horario prudente para enviar un mensaje a Adriano. Supuse que se estaría preparando para ir a trabajar.
“Buen día”, escribí.
Adriano respondió casi de inmediato con un “Buen día, preciosa Abi. ¿Cómo has amanecido hoy? No te vi en sueños”. Ponía caritas tristes. Yo, en cambio, sí lo había visto, pero no podía contarle nada de lo que había descubierto. Quería protegerlo de toda aquella perversidad de los hermanos de Filotes, y quería ayudarla a derrotarlos.
“Es una pena no haberte visto”, respondí, “aunque podemos vernos de todas maneras si aceptas que te invite un café, así puedo deleitarme con tu presencia. Nuestro encuentro fugaz de ayer me dejó deseando conocer más de ti”.
Era más elocuente si no tenía que enfrentarlo cara a cara, por algo me dedicaba a escribir para ganarme la vida.
“Abi, si estás intentando convencerme con tus palabras, déjame decirte que no lo necesitas. Soy todo tuyo”.
“No quiero que seas de mi propiedad. Quiero que seas una persona autosuficiente, me elijas sin obligaciones, y te valgas por ti mismo, y quiero lo mismo para mi, aunque en la cama podemos olvidarlo”. Oprimí enviar y mis mejillas ardieron. No había forma de deshacerlo. Mi móvil marcaba que Adriano ya había leído el mensaje. Yo no era así, no solía usar vocabulario vulgar o hablar sucio, pero Adriano estaba avivando un lado mío que no conocía. ¿Qué hacía? ¿Pedía disculpas?
Escribí rápido: “Disculpa, no soy así, pero despiertas algo en mí que nadie antes había despertado”.
“No te disculpes, Abi. Recuerda que ya nos hemos visto desnudos”.
El sofoco era insoportable, mis mejillas se ruborizaron aún más. Podía sentir el calor en mi rostro. Sólo fui capaz de responder con un emoji ruborizado.
“¿Quieres que nos veamos hoy? Sólo una inocente cita en un café”, escribió.
“Claro, en el café donde creo que sueles desayunar”.
“No sé cómo sabes eso, pero me lo contarás luego. ¿Ahora?”
“En la tarde”, respondí. Si quedábamos para desayunar tendría poco tiempo para disfrutarlo, pues tendría que irse a trabajar eventualmente, y además, necesitaba tiempo para prepararme.
“De acuerdo, ¿como a las cuatro te parece bien?”
“Me parece excelente”.