Categorías
Doctor Stone

🔒 Capítulo 43

Log in or Register to save this content for later.

Narrador omnisciente

 Todos voltean a mirar a la mujer que acaba de entrar con una niña pequeña tomada de su mano. Norman se sorprende al ver a su hija, se levanta inmediatamente y Amelia se suelta de su madre para ir corriendo hasta su papá.

El corazón de Andrés da un vuelco cuando ve a su nieta por primera vez. ¡Por Dios!, esa niña es idéntica a su hija cuando tenía la misma edad. Se levanta del sofá pasándose la mano por el cabello, nervioso. Jamás pensó que se sentiría de ese modo al conocerla.

Mariana se queda boqueando, incapaz de procesar lo que pasa, mira a Gaby y ella hace un pequeño asentimiento confirmando que fue ella quien la buscó, luego mira a su hermano que en estos momentos se encuentra abrazado a su hija y allí entiende los motivos que tuvo su cuñada para hacerlo. Para todos es evidente la conexión entre padre e hija, Norman se encontraba muy mal hasta que llegó ella.

Amelia acaricia el rostro de su papá y lo besa de manera tierna en la nariz mientras Norman se derrite de amor por ella. Su hija es tan cariñosa que es imposible no amarla y no reconfortarse con su presencia.

Dora, quien también los observa, se mantiene alejada. Sabe que su presencia no es bien vista aquí, aunque no esté haciendo algo malo realmente. No desea crear un ambiente incómodo para Norman y su esposa en esta difícil situación que están pasando.

Norman presenta a Amelia a su papá y a Mariana. Entre los tres rodean a la niña y empiezan a admirarla, Amelia, por su parte, solo sonríe apretando con fuerza su pequeño peluche de unicornio del que no se separa nunca y mirando de vez en cuando hacia la posición de su mamá.

Es Andrés quien toma la iniciativa y se acerca a saludar a Dora. La invita a pasar y tomar asiento. Le agradece que haya traído a la niña y aprovecha que tanto Norman como Mariana están embelesados con ella para preguntar si se encuentran bien y si tienen todo lo que necesitan.

Dora pregunta por el estado de salud de su esposa y él le confirma lo que Gaby le había dicho, solo esperan lo peor.

Después de un buen rato, Norman se acerca a ella y solo por unos segundos, se rozan los dedos provocando que ambos se estremezcan por el contacto. Dora desea abrazarlo, Norman también, pero no es una buena opción ahora.

—Gracias por venir —dice él con la voz ronca. A ella se le oprime el corazón al verlo tan triste. —Y por traer a Amelia. Ya la extrañaba mucho.

Dora mira a su hija, quien ya se encuentra dormida en los brazos de su papá, aferrado a su cuello con fuerza.

—Disculpa si no te avisé antes de venir, yo no sabía si podía llamarte o…

—No tienes por qué disculparte, Dora. —La interrumpe, Norman. —Es mejor que las lleve a casa, nuestra hija está incómoda.

A Gaby se le retuerce el estómago al escucharlo, pero bueno, no hay nada que pueda hacer, ella misma le pidió que venga y esto es lo más lógico que pase.

Dora asiente y se despide de los presentes. Los tres salen de la sala bajo la atenta mirada de todos. Su esposa los mira irse y siente una envidia indescriptible de esa escena. Esa niña debía ser suya y de Norman, ella debía estar incluida en esa familia, no esa mujer.

De sus ojos caen lágrimas de impotencia al recordar las palabras de Norman. Ese “no te amo” de anoche hizo trizas su corazón. Ella lo sabía, claro que si, pero escucharlo de su boca duele aún más que una daga enterrada en el corazón.

Mariana se acerca y la abraza. Ella le había comentado anoche que su intención no era alargar más la agonía de Norman y que iba a darle el divorcio como lo solicitó, pero eso no impide que duela.

En el estacionamiento, Norman abre la puerta del auto y deja que Dora sea la primera en subirse en el asiento del copiloto antes de poner en sus brazos a la niña y asegurarse que ambas estén cómodas. Luego sube a su lugar y maneja hasta el edificio.

Ya en el lugar, vuelve a cargar a Amelia. En el ascensor, Dora se siente cohibida con la intensa mirada de Norman sobre ella. Su cercanía no le es indiferente, menos su colonia, que es la misma que usaba hace cinco años. ¿Por qué tiene que ser tan guapo? ¿Por qué tiene que desear lo tanto?

Llegan a su piso y lleva a la niña hasta su cama, se queda allí mientras Dora le cambia la ropa y la deja arropada para que duerma tranquila. Observa todo el proceso. Se imagina lo que hubiese sido si él se hubiera quedado en América con ella y participado de su embarazo, del nacimiento y los primeros años de la vida de su hija. Ellos hubiesen formado una familia hermosa y feliz. Todo eso se perdió por tonto.

—¿Quieres que te prepare café? —le pregunta Dora sacándolo de su ensoñación.

—Si me acompañas te lo acepto —replica levantándose para seguirla hasta la cocina. En el camino puede sentir el dulce aroma que Dora va dejando a su paso. Es tal como la recordaba, huele a flores frescas.

Pone a funcionar la cafetera y prepara las tazas. Del horno, saca un poco del pastel de queso que había hecho y pone un trozo para cada uno.

—Te amo —dice Norman de pronto, dejando a Dora atontada.

—No creo que sea el momento de hablar de eso, Norman.

—¿Algún día me darás otra oportunidad para hacer las cosas bien? ¿De unir nuestra familia y criar juntos a nuestra hija? ¿De casarnos?

—Norman… —Ella no tiene ni idea de qué responder. —No es tiempo para eso.

—¿Cuánto tiempo tengo que esperar para que me perdones y vuelvas a confiar en mí? —Insiste acercándose a ella. —Dame una fecha, amor, dame una esperanza, al menos.

—Eres un hombre casado, Norman.

—Dame una fecha y lo solucionaré —la acorrala contra la isla de la cocina, arrimando su enorme cuerpo por completo al suyo y uniendo su frente a la suya. —Ya no puedo vivir sin ti y sin Amelia, las amo a ambas. Te amo.

Lleva sus manos a su cintura y la sienta en la mesada antes de colarse entre sus pequeñas piernas. Ambos están muy agitados y nerviosos. Se aman, se desean y se extrañan demasiado.

Norman ordena el liso cabello de Dora por detrás de su oreja, mientras va rozando sus mejillas con los dedos. Dora se deja hacer perdiéndose en la mirada azulada de su hombre.

—Estás hermosa —le dice al fin acercándose peligrosamente a su boca, pero sin besarla todavía.

—Norman… —Gime ella, aturdida por la sensación arrolladora de tenerlo tan cerca. Está segura que no podrá rechazarlo si él insiste y eso la desespera. Él surte un efecto inexplicable en su cuerpo y Norman lo sabe, y lo utiliza a su favor.

Deja besos cortos y suaves en cada una de sus mejillas, hace un camino por su cuello hasta detenerse en su hombro antes de emprender de nuevo su viaje cuesta arriba. Dora tiembla bajo su tacto y es consciente que está mal que sienta deseo por un hombre casado, pero justo ahora se encuentra inmóvil sin poder reaccionar. ¿Cómo le ordena a su cuerpo que pare de sentir, que deje de amar?

Norman no le da tregua o tiempo de pensar. Se apodera de su boca en un beso apasionado y urgido. Su lengua juega con la suya con desespero y ambos se vuelven uno solo como hace cinco años. Todo alrededor deja de existir, solo ellos dos y ese inmenso amor pausado que ruega por surgir nuevamente.

4 respuestas a «🔒 Capítulo 43»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *