—¡Majestad! —Llamó uno de los guardias con pasos apresurados intentando alcanzar a Karim, que solo quería alejarse de aquella caja jaula donde encerró el monstruo que era Fátima Al Thani. —¡Majestad, por favor, majestad ahora debemos seguirlo a todas partes por su propia seguridad!
—¡Quiero estar solo Jasad, solo! —rugió Karim exasperado y todos los guardias se detuvieron en seco a mitad del pasillo que llevaba al despacho que perteneció a Hudad Al Thani. —Todavía no soy vuestro Emir oficialmente, y me gustaría tener algo de paz antes de asumir mis nuevas obligaciones como presidente.
—Lo único que queremos es servirle mi señor. —se justificó el que era ahora su nuevo jefe de la guardia real. —Nuestro trabajo es dedicar nuestras vidas a proteger al hombre más importante de este país, usted, por favor permítanos cumplir con ese honor.
—Mi deseo es estar solo Jasad, tengo derecho a descansar después de todo lo que ha sucedido en estos días y quiero hacerlo lejos de todo…de todos. —contestó Karim con firmeza pensando en su mujer y en sus hijos, pues ansiaba estar con ellos.
Jasad dio un paso hacia atrás inclinando la cabeza ante su jefe. Solo le restaba acatar las órdenes del nuevo Emir sin rechistar.
Luego de dejar atrás a la Guardia Real, Karim se dirigió a la puerta del despacho mientras las luces del palacio se iban apagando de una en una, en señal de respeto por la situación que estaban atravesando la familia Al Thani.
Aquella era una noche oscura para la familia real, pues por primera vez el brillo de la dinastía más poderosa del Oriente desaparecía ante el mundo y sus secretos más obscuros salían a relucir.
Con la mano en el pomo de oro, Karim observó la primera lágrima que cayó de sus ojos mojando la tela de su traje.
Detrás de esa gran puerta había muchos recuerdos que él quería borrar. La dureza de su padre cuando le enseñaba a ser un príncipe, sus exigencias, sus amenazas y la falta de amor que nunca hubo en su infancia. Todo era muy doloroso, el peso del poder era peor de lo que el príncipe heredero se había esperado. Pero en ese preciso momento no estaba tan solo como había deseado.
Karim sintió la sombra de alguien a su espalda, entonces suspiró con cansancio. Sabía perfectamente quien era y que el momento de estar unido a esa persona había llegado.
—¿Eres mi condena verdad, Farid? —masculló sintiendo la mano del hombre sobre la suya y lo vio girar el pomo de la puerta abriéndola para darle paso.
—A partir de ahora seré tu sombra, estaré conectado a ti hasta los últimos días de mi vida…ese es mi juramento. De mí no podrás librarte como lo estás haciendo con los demás. —contestó Farid colocándose delante de la puerta para mirarlo de frente. —Cuando entres en ese despacho, borra cualquier cosa que esté relacionada con tu padre. Ahora todo esto es tuyo, majestad y puedes tomar pose de ello como se le pegue la gana. —anunció y Karim apretó los dientes soportando las lágrimas de tristeza antes de entrar.
En el centro del ostentoso despacho, repleto de obras de arte y todos los lujos que rodeaban a Hudad Al Thani, Karim pasó la mirada por cada centímetro reviviendo cada maldito recuerdo. En sus ojos Farid supo lo que deseaba hacer realmente y le entregó un palo de golf hecho entero de oro que perteneció al anterior Emir.
—Es tuyo mi señor, puede destruirlo si así lo desea, esa es la única manera de esfumar el rastro que dejó su padre entre estas paredes. —dijo Farid seguro de que eso era lo que el heredero necesitaba.
Entonces Karim tomó el palo en sus manos, después el hombre se apartó dándole al joven el espacio que necesitaba para desahogar su ira.
Fue como un huracán pasando por cada estantería. Un terremoto que no tenía la intención de dejar nada en pie. Cada estatua que decoraba aquel despacho sintió la ira que el último varón de la familia Al Thani cargaba en su corazón. Entre lágrimas, gruñidos, maldiciones e ira, Karim empezó a destruirlo todo.
Karim se detuvo en frente del enorme cuadro donde se veía ilustrada la imagen imponente de su padre, agarró el palo con más fuerza con las dos manos y descargó su rabia en aquella imagen. Hasta que el marco cayó al suelo revelando lo que había detrás de él. Una pequeña caja fuerte con el blasón de su familia por la cual Karim deslizó la punta de sus dedos, mirándola con curiosidad.
—Esta caja no estaba aquí antes, estoy seguro de jamás haberla visto, sino lo recordaría. —dijo con la respiración convulsa. Sus hombros subían y bajaban frenéticamente después de esa sorprendente descarga de energía y odio hacia sus propios recuerdos. —¿Sabes cuál es la contraseña? —preguntó girándose para ver a Farid que asintió curvando sus labios en una fina línea.
—La contraseña es la fecha del nacimiento del mayor regalo que Emir pudo haber recibido en toda su existencia. —respondió y Karim bajó la cabeza con tristeza, pues así era como su padre se había referido a él durante varios años, luego volvió a mirar la caja con desconfianza.
Algo en su pecho le decía que el contenido de aquella caja fuerte no sería de su agrado, pero bien como le había dicho Farid, ahora ese despacho era suyo, por lo tantos todos los secretos que habían en él también.
Pero todo lo que escondía Hudad, todos sus pecados, sus acuerdos con los demonios que caminaban sobre la tierra eran mucho peor de lo que Karim podría haberse imaginado.
—¡Maldito infeliz! —se envaró Karim lanzando lejos algunos documentos y regalos especiales que Hudad escondió por mucho tiempo, luego echó una mirada interrogante a Farid. —¿Sabías que mi padre estaba involucrado con la peor lacra que camina sobre este mundo?
—¿De verdad me lo estás preguntando? —rebatió Farid con tono sarcástico y Karim gruñó furioso. —Mi trabajo era seguir a tu padre, acompañarlo y jamás abrir la boca sin su autorización. Hudad Al Thani tiene pecados suficientes para pasar la eternidad entre las llamas del infierno y aún así sería poco para pagar todos sus crímenes, pero aún no has visto el peor de ellos.
Farid se acercó a la caja fuerte y sacó de su interior una carpeta de cuero, acompañada de una pequeña bolsa aterciopelada del mismo color y las puso sobre el escritorio delante de Karim.
—¿Qué es esto Farid? —preguntó Karim temiendo la respuesta, pero el hombre apenas abrió la carpeta enseñando los documentos, el horrible acuerdo que había allí guardado durante años.
Karim empezó a leer una a una cada hoja y mientras sus ojos paseaban por los puntos principales de aquel contrato, más se horrorizaba con sus cláusulas.
—¡No! —exclamó Karim apartando las hojas, se levantó y empezó a dar vueltas por el despacho con las manos en la cabeza. Aquello era como volver a una terrible pesadilla. —¡Mi padre no pudo haber sido tan miserable al punto de volver a hacer algo así, Farid!
—Conoces bien a tu padre, ¿estás seguro de que Hudad no sería capaz de volver a hacerlo para tener más poder? —cuestionó su hombre de confianza y Karim tomó las hojas en la mano, las puso sobre la basura y encendió un mechero que había sobre la mesa, pero Farid lo impidió de cometer aquella locura. —¡No lo hagas! —demandó. —¡Seguramente existirá en alguna parte del mundo otra copia de este acuerdo, destruir la que tienes podría ser un error irreversible!
Karim lanzó sobre la mesa aquel infeliz acuerdo y tomó a Farid de la camisa con brusquedad.
—¿¡De quién es esa firma Farid!? —inquirió, y el hombre notó la tensión de sus músculos, la indignación y el terror en sus ojos. —¡Habla, dime quién firmó ese acuerdo con mi padre!
—No tengo la menor idea Karim, sea quien sea no permitió que tu padre estuviera acompañado en el momento que aceptó ese trato. —respondió Farid apenado. —Lo siento hijo, pero en esto no puedo ayudarte.
—¿Sabes lo que significa esto, en qué situación me pone este maldito acuerdo? —gruñó Karim sintiendo como su sangre hervía en sus ventas por la rabia. —¿A lo que me obliga a hacer?
—Por supuesto que lo sé, y no sabes cuanto me gustaría impedirte de cumplir con ese acuerdo, pero está hecho Karim, no hay nada que se pueda hacer evitarlo. —afirmó Farid y Karim lo soltó abruptamente.
—¡No, no está hecho y no pienso cumplir con lo que el hijo de puta de mi padre decidió sobre una vida que no le pertenece! —escupió Karim y después salió del despacho con una desesperación sobre sus hombros que iba a volverlo loco.
Karim se dirigió a la planta superior del palacio, una planta que ya estaba prácticamente vacía, donde apenas una persona ocupaba las habitaciones que habían pertenecido a los herederos de la familia Al Thani.
Al abrir la puerta de una preciosa habitación llena de flores, Karim vio a Dalia durmiendo plácidamente en su cama, ajena a toda la maldad que había en aquel palacio, de los malnacidos que la vida les había dado por padres y del futuro que habían reservado para sus hijos sin importarse con su felicidad.
Sobre la mesita de noche había una foto, Dalia con tan solo cinco años en los brazos de Karim y al lado estaban Farah y Amín. Esa única imagen de sus hermanos juntos saltó las lágrimas del Emir.
Karim se sentó en la cama al lado de su hermanita y pasó las manos por su cabello. Era una niña hermosa, un pequeño ángel que él debía proteger, aunque para esto iba a tener que tomar una decisión que rompería su alma.
Después de una hora entera velando el sueño de Dalia y dando vueltas en sus pensamientos Karim tomó una dura decisión. Entonces con todo su dolor, indignación e impotencia se dirigió al jardín.
Delante del lago, con lágrimas en sus ojos, el nuevo Emir hizo una llamada a alguien de su pasado.
Karim tuvo que esperar varios minutos antes de que la persona al otro lado decidiera contestar. Seguramente la mujer al otro lado de la línea había tenido que armarse de valor para tomar su teléfono y aceptar la llamada de un amor que había dado por perdido.
—¿Karim, eres tú? —preguntó una voz que sonaba rota, triste y débil.
—Amanda, sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero por favor tienes que tomar un vuelo a Arabia Saudí lo cuanto antes… —respondió Karim con el corazón en la mano, deseando estar entre los brazos de Rania, pero en ese momento estaba solo.
—¿Karim ocurre algo, estás bien? …¿tu padre te hizo daño?… —inquirió Amanda nerviosa.
—Solamente tienes que saber que te necesito, ahora mismo te necesito más que nunca, Amanda…