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Amor en juego

Capítulo 61: Tres…dos…

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Hugo caminaba de un lado a otro mirando el suelo de la sala de espera, recordando que casi tuvo que tirar abajo la puerta del departamento de Felipe cuando llegó al edificio, porque la golpeaba como un loco y gritaba llamando por él, pero no había ninguna respuesta, ninguna señal de que estuviera bien. Por suerte, Felipe le había entregado al portero una copia de la llave de su departamento por si pasaba alguna emergencia, entonces no dudó en llamarlo para pedirle que le abriera la puerta.

El olor del departamento seguía en sus fosas nasales, era como si un cadáver se estuviera pudriendo allí adentro, todo estaba a oscuras, desordenado y sucio, eso sin contar la considerable cantidad de botellas vacías que había por el lugar repartidas y unas cuantas rotas. Todo estaba hecho un asco, pero Hugo sabía que la escena del baño había sido lo peor y que lo perseguiría por el resto de su vida.

Hugo encontró a Felipe metido dentro de la bañera con el grifo abierto llena con agua, que se iba mezclando con la sangre que salía de las muñecas de su amigo desbordando, tiñendo todo el suelo de rojo. El lugar parecía el escenario de un crimen y por un momento Hugo se olvidó de todo lo que había pasado entre ellos viendo solamente a su hermano que estaba delante de él, perdiendo la vida poco a poco y entonces se desesperó.

Con la ayuda del portero, Hugo lo sacó de la bañera y como pudo intentó taparle las muñecas presionando la zona para estancar la sangre mientras que el portero pedía una ambulancia, que no tardó en llegar.

Ya en el hospital atendieron a Felipe rápidamente y Hugo se quedó en la puerta de urgencia con el corazón en la mano, puede que en el aquel momento no él no quería tener nada que ver con Felipe, pero habían sido como hermanos durante años y eso no se borraba de la noche a la mañana, siempre sería alguien importante para él. 

Después de unas horas un doctor entró a la sala de espera donde Hugo daba vueltas de un lado a otro preocupado y le explicó el estado en el que se encontraba Felipe.

–¿Felipe estará bien doctor? – Preguntó Hugo sintiendo como la angustia lo dominaba, era muy duro saber que Felipe estaba mal, pero verlo tocar tan fondo fue lo peor que había visto en su vida.

–Ahora mismo está sedado, le hicimos una transfusión de sangre y está estable. En sus condiciones el psiquiatra que está de urgencias no ha podido hacer una evaluación concluyente sobre el señor Herráez y mañana volverán a hacerle una evaluación para saber si está médicamente estable. – Explicó el doctor mientras que Hugo lo miraba atentamente. – También aconsejo que contacte con algún familiar, en situaciones como esta lo ideal es que esté presente alguien que pueda responder legalmente por el paciente.

Hugo asintió y le dio las gracias por todo, después se quedó pensativo mirando su teléfono móvil. Bea no estaba en la ciudad y se imaginaba que la madre de Felipe estaría encerrada otra vez en alguna clínica de rehabilitación, entonces solo le quedaba una opción.

Un par de horas más tarde Hugo estaba parado en la puerta de la habitación mirando a Felipe que estaba acostado sobre la cama y a su padre que estaba sentado en una silla a su lado. Hugo había llamado al padre de Felipe ya que era el familiar más cercano de él que se encontraba en Madrid. 

Amancio Herráez tenía una mirada en su rostro que iba de la tristeza a la vergüenza observando a su propio hijo que había intentado quitarse la vida y solo se preguntaba, ¿en qué había fallado como padre para que llegará a ese estado tan deprimente? 

Después de saber que Felipe ya estaba fuera de peligro y que estaría solo, Hugo bajó la mirada a su camiseta manchada de sangre y decidió que ya era hora de volver a su casa, pero cuando estaba a punto de irse una voz llamó su atención.

–¿No te quedas aquí con él, Hugo? –Preguntó Amancio mirándolo y Hugo lo miró frunciendo el ceño. – Ya sabes que no tenemos una buena relación, yo no sabría que decirle cuando se despierte.

–Sabes muy bien porque no tienes una buena relación con tu hijo, y en el fondo también sabes que Felipe está en esa cama por tu culpa. –Espetó Hugo apretando los dientes, porque conocía muy bien el origen de todas las malas decisiones que había tomado Felipe.

–Lo que Felipe hizo fue horrible Hugo, no lo defiendas solo porque es tu amigo. Mi esposa ha sufrido mucho, y todavía le afecta.

–¡Por favor, Amancio! Mira bien a tu hijo, fíjate en lo que se hizo a sí mismo y piensa donde estará tu mujer ahora en este preciso momento. Creo que hasta me lo puedo imaginar. ¿Otra vez de viaje con sus amigas en algún retiro espiritual intentando superar el trauma que vivió con Felipe? –Preguntó Hugo con sarcasmo y lo vio bajar la cabeza, pensativo. –¿De verdad sigues creyendo que la versión de Pilar es verdadera?

–Pilar es mi esposa ahora…

–¡Y Felipe es tu hijo! –Replicó Hugo apretando los dientes y miró a Felipe por última vez, le dolía lo que le había pasado, pero aun así no podía seguir a su lado como lo había hecho tantas veces en los últimos años, después se marchó dejando a padre e hijo solos.

Amancio miró a su hijo acostado en aquella cama con la barba sin arreglar, el cabello más largo. También se fijó en las oscuras ojeras y lo delgado que estaba, parecía una persona diferente, un hombre destruido.

No quedaba rastro del exitoso empresario y uno de los mejores partidos de Madrid. Entonces Amancio pensó en las palabras de Hugo, y sabía que el amigo de su hijo tenía razón en muchas cosas. 

En el tiempo que llevaba casado con Pilar, él se había dado cuenta de que ella no era la mujer que había demostrado ser cuando se conocieron, y si lo había engañado a él, también podía haber engañado a su hijo, pero no era capaz de pensar en eso. Solo la idea de imaginar que probablemente se había equivocado con su hijo le parecía un verdadero tormento, así que prefería vivir sin saber la verdad. 

Amancio había pasado toda la noche y el día siguiente con Felipe, pero durante la noche se enteró de que Pilar había regresado y como no quería que supiera la situación de su hijo, decidió dejarlo solo durante la noche, seguro de que Bea llegaría por la mañana para estar con su hermano.

Horas más tarde cuando Felipe despertó tenía la visión borrosa, sentía la boca seca y como si hubiera acabado de ser atropellado por un camión. Sabía que ya era de noche, pero no sabía cuándo tiempo llevaba dormido, entonces levantó el brazo e hizo una mueca de dolor cuando sintió un tirón del vendaje de su muñeca y catéter que tenía en el brazo. Felipe parpadeó los ojos un par de veces mirando alrededor y vio la silueta de un hombre pegado al ventanal, por más que estuviera un poco mareado sabía perfectamente quien era el hombre vestido de entero de negro.

–Eros…–Murmuró Felipe sintiendo la garganta seca.

–No soporto Madrid, odio las grandes ciudades. No puedo pensar en medio del caos, me volvería loco aquí. –Murmuró Eros mirando por la ventana y después se giró para mirar a Felipe que intentaba incorporarse.

Eros se dio cuenta de que su primo tenía la garganta seca, entonces caminó con parsimonia hasta una jarra con agua que habían dejado en la habitación y le sirvió a Felipe un vaso para que se mojará un poco la garganta. Le entregó el vaso a su primo y no apartó la vista de él en ningún momento mientras se tomaba toda el agua.

–¿Qué estás haciendo aquí? –Preguntó Felipe mirándolo con el ceño fruncido todavía un poco aturdido.

–Tu padre me avisó y vine lo más rápido que pude cuando me contó lo que te habías hecho y debo decirte que sabía que esto pasaría en algún momento. Si hace tiempo le hubieras dado a la zorra de Pilar lo que se merecía tú no estarías aquí ahora mismo. –Habló Eros cruzando los brazos y ladeando la cabeza para mirarlo.

–Estarás pensando que soy un cobarde. –Habló sintiéndose avergonzado y lo vio reírse con sarcasmo.

–No puedo juzgarte por intentar hacer algo que yo pensé en hacer diversas veces. –Afirmó Eros y Felipe levantó la cabeza para mirarlo boquiabierto, porque eso sí que no se esperaba de su primo. – Tú no le hiciste daño a Pilar como ella dice, pero esto no quita que llevas algo ahí adentro que no es normal. Si hubieras aceptado hace años esa naturaleza oscura que llevas ahí metida, ahora mismo no serías el cobarde que ha intentado quitarse la vida. Debes entender Felipe que no todas las personas que están en este mundo nacieron para ser buenas y tú eres como nosotros, somos buenos cuando somos malos.

–Hice cosas horribles Eros, y no creo que sea capaz de llegar a perdonarme por todo el daño que infligí a las personas que amo, les hice daño y permití que otra persona también lo hiciera. –Confesó Felipe con la voz rota y Eros sentó en la cama delante de él mirándolo fijamente a los ojos.

–Si no puedes perdonarte, busca venganza por ellos. Has perdido a tu mujer, a tu mejor amigo y hasta las ganas de vivir intentando ser una “buena persona”, y has terminado solo. Sé que es difícil ser un Oliveira, pero luchar contra lo que somos puede llegar a ser un verdadero infierno y tú llevas años de tu vida haciéndolo, solamente por no darle la razón a tu padre.

–Es justamente lo que pasará, dirá que actúo así por la mala sangre de mi madre. Qué siempre tu razón, que soy no soy una buena persona.

–Eso de ser bueno o malo va del criterio de cada persona primito, ahora mismo estoy seguro de que Hugo te odia y tú solo estabas intentando protegerlo. Puedes salir de aquí para volver a tus intentos frustrados de ser el niño de corazón bueno y terminar quitándote la vida más tarde o más temprano por la culpa o salir de aquí siendo el demonio que eres y hacer algo por las personas que tanto dices amar.

–No sé si puedo…–Murmuró Felipe, pero dejó de hablar cuando Eros se puso de pie y sacó de su chaqueta un arma y un silenciador sin apartar la vista de él que lo miraba asustado. –¿Qué estás haciendo Eros?

–Ya me aburrí primito, yo no soy tu jodido psicólogo. Así que ahora vamos a hablar en mi idioma, porque ya me cansé de las lamentaciones, esa mierda está acabando con tu vida. –Escupió Eros acercándose a la cama con la pistola, mirando fijamente a Felipe. –Aceptas de una mald***a vez lo que eres o déjame hacerte el favor de darte una muerte rápida y ahorrarme la vergüenza pública de tener un suicida en la familia.

–Eros por favor. –Suplicó Felipe con la voz temblorosa mirándolo atemorizado, viendo como su primo apuntaba el cañón de la pistola a su cabeza.

–Decídete Felipe, morir como un cobarde o vivir como un Oliveira…elige…tres…dos…

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