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Amor en juego

Capítulo 54: Ahí es donde te equivocas.

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Hugo estaba en una fiesta privada en las afueras de la ciudad, se fue al jardín con una botella de brandy para esconderse de la cantidad absurda de mujeres que estaban detrás de él como buitres. Hasta se había planteado la idea de acostarse con otra mujer, pero su cabeza lo impedía. A Hugo le hacía gracia pensar que se sentía como si estuviera traicionando a Julia, cuando ella lo había engañado con su compañero de equipo.  

–No deberías estar aquí solo cariño. –Murmuró Adela saliendo de la sombra de un árbol que estaba cerca de Hugo y él la miró con recelo.

–Prefiero estar solo ahora, Adela. –Escupió Hugo poniendo los ojos en blanco, pero Adela al parecer no entendía las indirectas porque al contrario de irse decidió acercarse a él.

–Siento lo que ha pasado con esa mujer Hugo, después de como le pediste matrimonio demostrando tu amor delante de todo el mundo y ella tuvo el descaro de engañarte. – Murmuró Adela con una cara inocente refiriéndose a las fotos del antro, porque no podía darle a entender que tenía conocimiento de las fotos de Tony con Julia. –No era una buena mujer Hugo, solo se ha aprovechado del corazón tan lindo que tienes. –Continuó y Hugo sintió que cada una de sus palabras era como una puñalada en su corazón.

–No quiero hablar de ella. –Habló Hugo deseando no volver a escuchar nada sobre Julia. Ya tenía demasiado con su cabeza que se negaba a olvidarla y lo último que quería es que le siguieran hablando de ella.

–Solo quiero que te sientas bien cariño. –Murmuró colocándose delante de Hugo entre sus piernas, y él levantó la cabeza para mirarla sin revelar ninguna emoción en su rostro.– Necesitas relajarte un poco Hugo, estás muy estresado por esta situación.–Adela se bajó las bragas delante de Hugo y levantó su vestido para sentarse en su regazo con las piernas abiertas restregándose en su entrepierna.–Puedes hacer todo lo que quieras conmigo para desfogarte, ya sabes que me gusta follar duro.–Susurró pasando su lengua por los labios de Hugo y se bajó los tirantes de su vestido desnudando sus senos para él. 

Hugo rozó la nariz por la mejilla de Adela que ronroneó como una gata en celo agarrando su mano para llevarla hasta su sexo y lo abrazó para pegarlo todavía más a su cuerpo, sin dejar de restregarse en él.

–Te voy a confesar algo. –Murmuró Hugo mirándola a los ojos y Adela asintió con su mente nublada por la lujuria. –Nada en este mundo me daría más asco que volver a estar dentro de ti Adela Valverde. –Susurró sonriendo con sarcasmo y Adela se apartó un poco de él sorprendida, pero Hugo se levantó y la tiró al suelo. –Gracias por estropearme la fiesta, ahora tendré que volver a mi casa para ducharme y quitarme de encima ese olor tan empalagoso que tienes. –Escupió mientras olía su camiseta haciendo una mueca de asco.

–¡¡¡No puedes tratarme de esta forma!!!– Exclamó Adela sentada en el suelo, subiéndose los tirantes de su vestido. –Yo no soy la perra que te ha engañado Hugo. –Espetó y Hugo la miró con desprecio.

–¡Ahí es donde te equivocas Adela! –Afirmó Hugo y Adela frunció el ceño con incomprensión. – Porque tú no eres ella, pero eres una perra egoísta y también me has engañado. –Escupió mirándola como si fuera la cosa más repugnante que había visto en su vida y se marchó mientras que Adela gritaba por la frustración.

–No pienso permitir que un Don nadie como tú me humille de esta forma, m*****o Hugo Torres, no voy a parar hasta verte destrozado, y cuando llegue ese momento solo podrás elegir una opción, quedarte conmigo o quitarte la vida. –Murmuró Adela para sí con el rostro desencajado, por la rabia que sentía de ser humillada por alguien que ella consideraba ser inferior a ella. Un hombre nacido en un suburbio de Madrid debería estar arrastrándose a sus pies y no humillándola, pero no tardaría mucho en lograr su objetivo.

Hugo se subió al coche y se marchó a su casa cansado de absolutamente todo. Cuando llegó a la mansión aparcó cerca de la entrada y colocó las dos manos sobre el volante apoyando la cabeza sobre ellas. No quería entrar en su casa, porque en cada rincón veía a Julia, sobre todo su habitación.

Diego estaba en la ventana de la cocina viendo a su hijo que había llegado, pero todavía no se había decidido a bajar del coche. Diego tuvo que irse a vivir con su Hugo para ayudarlo, porque Felipe ya estaba tan mal que no podía cuidar de sí mismo y mucho menos de Hugo.

 En las últimas semanas se había convertido en una rutina estar parado delante de aquella ventana esperando a su hijo llegar o salir a buscarlo a alguna fiesta donde lo encontraba completamente ebrio. Aunque el mayor problema en aquel momento eran las drogas. No era habitual, pero algunas veces el alcohol no parecía ser suficiente para su hijo, y buscaba algo más fuerte.

–¿No ha llegado Huguito todavía? –Preguntó Mercedes con tristeza acercándose a la ventana donde estaba Diego.

–Sí, pero siento que está cada día peor. –Murmuró Diego sin apartar la vista del coche donde estaba su hijo.

–¿Tú también crees en las cosas que han salido en las noticias? –Preguntó Mercedes mirando a Diego de reojo y lo vio negar con la cabeza.

–Hay cosas aquí que no me cuadran Merche. –Susurró Diego apartándose de la ventana para sentarse en una de las sillas que rodeaban la isla de la cocina. – Soborné a un periodista que trabaja para la cadena televisiva que dio la noticia.

–¿Y qué fue lo que te dijo? –Preguntó Mercedes con curiosidad sentándose a su lado.

–Quería saber quién era la fuente de esa noticia y lo que me ha contado no me cuadra con lo que nos ha dicho Felipe. Según él las fotos no llegaron de Argentina, la fuente de esas fotos es de aquí, de España. –Contestó Diego frunciendo el ceño y Mercedes hizo lo mismo.

–No puede ser Diego, se supone que si esas fotos fueron sacadas en Buenos Aires pues deberían haber llegado de Argentina, ¿o no? –Preguntó Mercedes Extrañada. –¿Y qué más te ha contado?

–Pues lo gracioso Merche es que el chico con el que hablé me ha comentado exactamente lo mismo. Dice que la pista de esas fotos se pierde aquí y eso para mí es lo más sospechoso.

–Es como si alguien en España hubiera buscado esas fotos en Argentina y las hubiera traído para entregarlas de forma anónima para atacar a Julia, pero ¿por qué? –Habló Mercedes pensativa.

–O para atacar a mi hijo…ya sabes que en el último año Hugo ha tenido muy mala suerte con la prensa, pero creo que puedo encontrar una respuesta clara para todo lo que está pasando. Hablé con un amigo mío que es periodista deportivo, su mujer también lo es y estuvo trabajando en Argentina de corresponsal. Según me ha contado el político de la foto es un ministro que fue acusado varias veces de corrupción, y había un chico que trabajaba para un periódico pequeño de Buenos Aires que le había dado caza. –Contó Diego a Merche todo lo que sabía y que lo tenía tan intrigado. – Según la mujer de mi amigo esas fotos pueden ser de ese periodista ya que las imágenes tienen la marca de agua de ese periódico.

–¡Perfecto Felipe! Entonces solo tenemos que entrar en contacto con ese hombre y que nos aclare esas imágenes. –Habló Merche con entusiasmo, pero Diego negó con la cabeza.

–No es tan simple Merche, al parecer el tal periodista perdió el trabajo hace tiempo y desapareció. Dejó el mundo de las noticias y muy pocas personas tienen contacto con él. – Contestó Felipe pensando en continuar, pero un ruido que venía desde fuera llamó la atención de los dos, que salieron a prisas para ver si le había pasado algo a Hugo.

Cuando llegaron a la entrada de la casa el cristal del coche estaba roto y Hugo estaba de pie mirándolo como si odiará lo que estaba viendo, al parecer lo había roto.

Mercedes y Diego se acercaron a Hugo para meterlo dentro de la casa. Diego pasó un brazo por encima de los hombros de su hijo para darle equilibrio mientras caminaba y Mercedes corrió a la cocina para prepararle un té. 

Cuando estaban pasando cerca del salón Hugo se detuvo delante de la entrada y entró acercándose a su Balón de Oro. Hugo lo agarró y se sentó en el suelo mirándolo con tristeza y su padre se puso a su lado.

–Pasé toda mi vida luchando por esto papá, tú lo sabes. Me sacrifiqué día y noche para ser el mejor. Para mí esto era mi todo, vivía para mi carrera, para hacer historia y ahora…ahora siento que en verdad nunca tuve nada, estaba vacío y ni siquiera lo sabía. –Murmuró Hugo con la voz rota. –No quería enamorarme porque me daba miedo perder, no quería terminar como tú sufriendo por amor el resto de mi vida. –Habló mirando a su padre y Diego bajó la cabeza, avergonzado porque sabía que tampoco había sido un buen ejemplo para su hijo en ese sentido, solo había ayudado a aumentar sus miedos por pasar los últimos años de su vida llorando por los rincones pensando en el abandono de Adara. –Ya nada me importa papá, siento que con ella se fue todo, hasta las ganas de vivir.

–No vuelvas a decir algo así hijo, eres muy joven todavía. Si de verdad tu objetivo era no terminar como tu viejo, por favor no te hundas en ese mala de dolor que estás sintiendo ahora. Tienes que luchar para salir adelante, hacer lo que yo no pude. –Lo consoló Diego abrazando a su hijo y dejando un beso sobre su cabeza. –De los dos, tú siempre has sido él más fuerte, fue tu fuerza la que nos sacó adelante, eres un campeón recuérdalo. –Murmuró Diego y lo ayudó a ponerse de pie.

Diego acompañó a su hijo hasta la habitación, lo ayudó a cambiarse de ropa y entre él y Mercedes lo hicieron tomarse el té. Después Mercedes bajó a la cocina y Diego se fue a su habitación.

Mercedes estaba buscando recetas en un libro que tenía para cocinar algo rico para Hugo el día siguiente, porque sabía que nada animaba más a su niño que comer. De repente escuchó unos pasos por el pasillo y algo arrastrándose por el suelo acercándose a la cocina y vio a Diego parado en la entrada de la cocina con la determinación reflejada en su rostro y una pequeña maleta a su lado.

–¿Vas a regresar a tu casa Diego? –Preguntó Mercedes extrañada mirando la maleta.

–No, lo que voy a hacer es aclarar de una vez por todas esta historia para que mi hijo pueda estar en paz y seguir con su vida. –Afirmó Diego mirándola fijamente y Mercedes frunció el ceño sin entender lo que quería decir. –Me voy a Buenos Aires está misma noche.

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