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Amor en juego

🔒 Capítulo 47: Debemos estar unidas.

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Kelly miraba alrededor aterrorizada, llorando desconsoladamente. Ella intentaba taparse lo máximo que podía con la camisa que llevaba puesta y por suerte Felipe era muchísimo más grande que ella, entonces la camisa le quedaba como si fuera un vestido. Hacía mucho frío y comenzaba a temblar, pero no sabía si era por aire congelante de la noche o por los nervios que la dominaban por estar en un lugar tan peligroso.

No entendía como Felipe podía llegar a ser tan cruel y más le dolía le idea de saber que se había enamorado de una persona que era capaz de herir a otra de esa manera. Kelly sintió que su corazón se hacía añicos al darse cuenta de que el hombre que había intentado violarla una vez, era el verdadero Felipe y había sido tan tonta de perdonarlo para que volviera a hacerla daño sin piedad, sin pensarlo dos veces.

 Kelly estaba tan perdida en sus pensamientos que no se dio cuenta de que alguien se acercaba a ella, hasta que una mano tocó su hombro sobresaltándola.

–¡¡Tranquila cielito!!–Exclamó una chica levantando las manos para darle a entender que no iba hacerla daño. – ¿Te ha dejado tirada ese cabrón verdad? –Preguntó la chica masticando un chicle con la boca abierta. – Espero que por lo menos te haya pagado, aunque normalmente los que tienen los mejores coches, suelen ser los más tacaños…

–No, yo no…no soy una prost…una…–Kelly balbuceaba nerviosa porque no podía pronunciar la palabra y tampoco quería ofender a la chica por miedo a su reacción.

–¡PROSTITUTA CARIÑO, PUEDES DECIRLO! ¡ Ya sabes, prepago, lumi, puntigui, mujer de la vida fácil. Es la “profesión” más antigua de la historia de la humanidad bebé, tranquila que no me ofendes. –Afirmó la mujer y Kelly esbozó una sonrisa triste al darse cuenta de que solo intentaba ser amable con ella. –¿Era tu novio entonces? –Preguntó la mujer mirando por dónde se había ido el Ferrari entiendo lo que estaba pasando allí.

–Ya no sé ni lo que era. Creo que jamás tuvimos algo de verdad, por lo menos no para él. –Murmuró Kelly llevándose una mano a la boca para ahogar un sollozo, y la chica puso la mano en su hombro para consolarla mientras que otras se acercaban para ver qué estaba pasando.

–Los hombres son unos miserables, nena. Te lo digo yo que tengo que estar con varios al día. –Habló una de las chicas que llegaba junto a ellas.

–¡¡Eso es verdad, por eso debemos estar unidas contra esos imbéciles!!–Afirmó otra con un acento ruso.

–¿Me imagino que no tienes como irte a casa verdad cielito? –Preguntó la mujer mirando a Kelly con pena y ella negó con la cabeza bajando la mirada. –¿Dime dónde vives? – Preguntó y Kelly levantó la cabeza explicando que no vivía muy lejos de allí, pero que no tenía como ir a casa y menos vestida de aquella manera.

Las chicas la rodearon y la que estaba con Kelly le dijo que necesitaría un taxi, entonces cada una aportó algo de dinero para pagarlo. Kelly las miró con los ojos acristalados, estaba muy agradecida por el apoyo, jamás se había esperado recibir tanta amabilidad en un lugar como aquel.

La primera chica que se había acercado a Kelly se presentó como Carla y decidió acompañarla hasta su casa para que no estuviera sola en aquellas condiciones.

–De verdad que no es necesario, ya habéis hecho mucho por mí al no dejarme sola aquí. –Habló Kelly con la voz rota, cuando Carla anunció que la acompañaría.

–Cielito no estaría tranquila si te dejo irte sola con un taxista. Estás casi desnuda y que te recoja en este lugar le puede dar una idea equivocada, mejor te acompaño… A lo mejor hasta hago caja y todo. – Bromeó Carla intentando animar a Kelly.

De camino a la casa de Kelly, Carla le iba contando un poco de su vida. Qué tenía cinco niños en Venezuela viviendo con madre, porque el padre de los niños había decidido abandonarla un día y al no tener como mantener a sus hijos había decidido viajar a España para darle a sus niños una vida mejor en Venezuela, pero las cosas no salieron como había planeado.

 Carla pagó al taxista cuando llegaron al edificio de Kelly, que estaba agradecida de todo el corazón por la ayuda, y se después abrió la puerta del coche para bajarse.

–Mi cielito, eres una niña preciosa, no permitas que un cabrón destroce tu vida, ni que te robe la alegría. Y te doy un consejo, no salgas preñada de nadie mientras no tengas una estabilidad. Porque como madre te digo que puedo pasar hambre, pero mis hijos no. –La aconsejó Carla y Kelly se quedó pensativa unos segundos, después se despidió de ella y se bajó del taxi.

Cuando Kelly tocó el telefonillo del edificio, ya que no tenía sus llaves para entrar en su casa, escuchó la voz alterada de su madre, que parecía estar muy enojada.

 Kelly entró al departamento y Aurora estaba dando vueltas por el salón con el teléfono móvil en la mano, vestida con ropa de calle, poniendo el grito en el cielo diciendo que había estado muerta de la preocupación por ella y Julia que no contestaban sus llamadas, hasta que vio el estado de su hija y la miró asombrada.

–¡¡Mi amor!! ¿Hija, pero qué es lo que te ha pasado? –Exclamó Aurora mirando a su hija de arriba abajo y Kelly cayó arrodillada en la entrada del departamento con un llanto que era de romper el corazón y Aurora corrió para envolverla en sus brazos mientras que su niña lloraba buscando consuelo en la única persona con la que se sentía segura, su madre.

A la mañana siguiente un médico entró en la habitación que estaba Julia para entregarle el resultado de sus exámenes y darle el alta, pero la chica parecía ausente. Julia sabía que estaban hablando con ella, hasta alcanzó a escuchar algo sobre una ecografía, pero estaba tan perdida en su mundo interior, en su tristeza que las voces del médico y de la enfermera sonaban lejanas. Ella mal podía escucharlos, ella solo miraba aquella foto donde salía acostada en una cama con Tony, preguntándose como una simple imagen podía matar el alma de una persona con tanta facilidad.

–¿Niña estás bien? –Preguntó la enfermera mirando a Julia con preocupación mientras le entregaba la ropa con la que había llegado al hospital para cambiarse, pero Julia solo asintió con la cabeza, no tenía ganas de hablar con nadie.

Después de cambiarse de ropa Julia salió del hospital, caminando sin mirar por donde iba. Hasta que llegó a una entrada del metro y fue cuando se dio cuenta de que no tenía a quien llamar, ni dinero, no tenía nada.

Julia estaba muy lejos de la casa de Aurora y caminar hasta las afueras de Madrid no era una opción. En ese momento se dio cuenta de su situación y miró alrededor con los ojos acristalados, no tenía más remedio que humillarse en medio de la calle entonces comenzó a pedir monedas en la entrada del metro para comprar un billete para poder volver a casa.

Algunas personas le entregaban a Julia unas monedas de cinco o diez céntimos, pero no alcanzaba para el billete y hacía mucho frío en la calle. Ella se estaba congelando porque apenas llevaba puesto un jersey y unos jeans, así que se sentó en las escaleras de la entrada del metro encogiéndose para protegerse del frío. En ese momento ya no podía controlar las lágrimas, solo pensaba en Hugo y en que quería estar con él, pero una mano en su hombro la sacó de su ensimismamiento rápidamente. Julia levantó la cabeza y se encontró con la mirada preocupada de un anciano.

–¿Se encuentra bien señorita? –Preguntó el hombre con un tono amable mirando a Julia fijamente y ella negó con la cabeza.

–Acabo de salir del hospital y no tengo a quien llamar ni dinero para volver a mi casa. –Murmuró Julia limpiándose las lágrimas y el hombre le hizo un gesto para que se pusiera de pie y agarró de su mano para que entrará con él al metro, pero ella se apartó de él con brusquedad mirándolo extrañada y el hombre comenzó a explicarse.

–Yo no llevo dinero encima en el centro de Madrid, solo la tarjeta que me han dado mis hijos. –Comenzó a hablar el hombre y Julia lo miró atentamente mientras lo escuchaba.–Pero te puedo comprar el billete con la tarjeta chica, a ver dime a donde tienes que ir.–Preguntó el hombre y Julia le dio el nombre del barrio donde vivía entrando al metro con él y el hombre le sacó un billete.– Ahora ve a casa chica, que hace mucho frío y no vaya a ser que te pongas enferma.–Le sonrió el anciano y apretó su mano como si quisiera transmitirle algo de fuerza, después se despidió de Julia que lo siguió con la mirada hasta que la imagen del anciano con un sombrero despareció en la salida del metro en medio de la multitud de personas que circulaban por allí. Entonces Julia miró aquel billete que tenía en la mano y sonrió con tristeza porque parecía haber caído del cielo, o enviado por alguien de allá.

Cuando Julia llegó al edificio donde había vivido con Aurora y Kelly se le cayó una lágrima al recordar las palabras de Hugo cuando le dijo que no tendría que volver aquel lugar, pero ella se sentía bien de poder volver, porque sabía que con su pequeña familia estaría a salvo.

Kelly fue la que contestó cuando Julia llamó al telefonillo y se quedó en la puerta del departamento parada esperando por ella. Julia cuando vio a su amiga corrió hacia sus brazos, porque sabía que si su encuentro con Felipe había sido traumático a Kelly seguramente no le había ido mejor.

 Las tres terminaron abrazadas en el salón, la madre y sus dos hijas, porque para Aurora Julia también era su niña. Ella abrazó con todo su cariño a las dos chicas que en aquel momento necesitaban llorar para sacar todo el dolor que llevaban dentro.

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